Salman Abedi había nacido en vísperas del año nuevo cristiano de 1994 en Manchester, donde sus padres, libios, habían recalado poco antes luego de una primera incursión en Londres. Ramadan al Abedi y Samia Tabal, dice la información que ahora hacen circular los servicios de inteligencia británicos, tuvieron en total cuatro hijos, eran acérrimos opositores al gobierno de Muhammar al Khadafi y se habían exiliado en Gran Bretaña aunque, por lo que se informa ahora, el hombre había vuelto a combatir junto a los sectores que derribaron al líder libio en 2011. Incluso se supone que actualmente habría vuelto a Libia.

Como sea, en los últimos años estaba trabajando en una agencia de seguridad y se lo recuerda en el sur de Manchester como cabeza de una familia musulmana muy religiosa.

El joven Salman, bastante retraído como destacan sus vecinos, llevaba una vida bastante normal para lo que son los estándares manchesterianos: estudió en la academia Burnage como muchos de los emigrados asiáticos de la zona; jugaba al fútbol en el campo de la secundaria Whalley Range, donde el Manchester United, club del que era fanático, daba clases del deporte más popular. Además, era bueno con los joysticks de la PlayStation 4.

“Ninguno de sus amigos era salafista o religioso ni extremista”, contó un vecino al diario Daily Mail. En la universidad Salford, donde el muchacho estudiaba, tampoco lo consideraban un extremista ni alguien particularmente preocupado por asuntos políticos o religiosos. En la mezquita de Didsburry, incluso, no lo tenían registrado como asistente a algunos de sus encuentros, aunque sí el padre acudía a la oración y uno de sus hermanos fue voluntario en el Centro Islámico asociado al templo.

En la noche del lunes, Salman intentó ingresar en el estadio Arena, donde cantaba la estadounidense Ariana Grande y como no tuvo éxito detonó los explosivos que llevaba encima. Falleció él y arrastró hacia la muerte a otras 22 personas, en su mayoría adolescentes que habían asistido al recital.

Las autoridades británicas no dieron en un primer momento su identidad, en esos momentos en que todavía todo era caos. Pero este miércoles tuvieron que revelar los detalles del personaje acusado de haber llevado adelante el atentado más fuerte desde el que en 1996 hizo el Ejército Revolucionario Irlandés, que sin embargo sólo había producido cientos de heridos. Los servicios estadounidenses se les adelantaron y no tuvieron más remedio.

Una de las razones para el inicial silencio de radio puede ser que, como afirma la ministro del Interior, Amber Rudd, los servicios británicos lo tenían en la mira pero con el resultado a la vista, no hicieron nada para evitar el atentado. Un ataque prontamente autoadjudicado por el grupo Estado Islámico.

Entre la historia previa de Salman y el brutal atentado en el Manchester Arena podría estar la mano de Raphaye Hostery, alias Abu Qaqa al Britani, un amigo de la familia que murió en un ataque con drones en Siria el año pasado. O, quien sabe, Jamal al Harith, un yihadista también manchesteriano que se inmoló en un ataque suicida en Irak.

De hecho, Salman viajó a Libia en varias ocasiones en estos últimos años y también a Siria. La Libia que conoció no es la que había expulsado a sus padres, un país árabe con un gobierno centralizado sin influencia religiosa. Es un conglomerado tribal enfrentado entre sí por el control de las riquezas petroleras y sin la menor idea de unidad nacional. Siria siguió un camino similar, en medio de una guerra civil donde el yihadismo se enfrenta con el gobierno secular de Bachar al Assad.

Ahí fue donde Salman Abedi se radicalizó, dicen los servicios de inteligencia. Que anotan, además, un último viaje hace un par de días.

Hubo desde ese lunes fatal cuatro detenidos, uno de ellos, trascendió, sería hermano de Salman. Las autoridades británicas aseguran tener “muy claro” que investigan una “red terrorista”.

La primera ministro británica, Theresa May, puso al país en alerta máximo y ordenó patrullar las calles del país con 5.000 soldados. En este contexto, el atentado puede ser un espaldarazo para refrendar su poder en las elecciones anticipadas que se realizarán el 8 de junio.