«Ma sí, que se pudra todo», la frase suele repetirse entre muchos de los votantes de Javier Milei. Entre ellos hay también empleados públicos, esos que Mieli quiere rebanar con su motosierra. «Peor de lo que estamos, no vamos a estar», sostienen personas que, por sus condiciones de vida, no son quienes más padecen las injusticias del país.  

Un trabajador estatal suele ver en su vida cotidiana algunos abusos: el compañero que se pasa de rosca con el uso de licencias; el que inventa cosas para no ir a laburar. Esas pequeñas anécdotas cotidianas, el micro mundo en el que cada uno vive, puede generar la fantasía de que cuando venga la motosierra pasará por el costado y que no será un hachazo, como son siempre los ajustes estructurales. 

La mayoría de los votantes de Milei serán las primeras víctimas si el candidato gana. Cuando el diputado afirma que va a «terminar con los ñoquis», una parte de la clase media que lo respalda piensa que habla de quien se sienta en el escritorio de al lado. Cuando dice que acabará con «los empresarios prebendarios», el operario industrial que trabaja en una fábrica de sustitución de importaciones no piensa que se refiere justamente a ese lugar sino una abstracción: «la casta».

En el acto organizado por El Padrino Luis Barrionuevo en Parque Norte, Milei retomó su discurso. Es el de la vieja y rancia derecha que cree que el país debe volver al siglo XIX, cuando no había derechos sociales, universidades públicas, ciencia impulsada por el Estado, nada de eso. Milei no es pre peronista. Es pre Yirigoyenista. Considera que el caudillo radical «sembró el socialismo». Mientras más delirantes son las definiciones mejor parecen funcionar en esta especie de realismo mágico.

La asesora de la campaña de Lula da Silva, Esther Solano, que ha estudiado el fenómeno Jair Bolsonaro en Brasil, dijo en diversas entrevistas: «La rabia es un motor muy potente». Es el combustible de los liderazgos de extrema derecha. Se podría culpar sólo a la alta inflación, en el caso argentino, pero si se mira a Brasil la regla no aplica. Hace décadas que la inflación no pasa de un dígito anual.

Entre las estrategias que propone Solano para enfrentar a la extrema derecha está la de advertir sobre los riesgos de un Milei. Pero no haciendo eje en los grandes temas como el riesgo democrático. La alerta debe ser concreta. Es decir –y volviendo al inicio– explicarle al votante el impacto que esas políticas van a tener en su pequeño mundo. En esa vida cotidiana en la que se forja la visión del mundo y, por lo tanto, las posiciones políticas. Hay que explicar –como se está haciendo– que cuando promete «bajar el gasto público» se refiere a subir el valor del colectivo, del tren. Porque ahí está buena parte del gasto. Y que al asegurar el «Estado es una organización criminal» se refiere a la docente que da clases, al enfermero que atiende en la guardia, al policía que patrulla en la esquina. Porque el 80% de los trabajadores estatales son maestros, médicos y policías. El sector público no está lleno de empleadas de Antonio Gasalla.

«Mucho peor no podemos estar», sostienen otros votantes de la extrema derecha. Quizás haya que viralizar el video de Domingo Cavallo, ídolo de Milei, anunciando el corralito bancario a finales de 2001 y mostrar la catástrofe social en la que se hundió el país. La situación es compleja, es mala, una pobreza del 38% con un desempleo del 6,5% se explica básicamente por la inflación. Son dos cifras que no deberían coexistir. Sin embargo –y de esto no hay ninguna duda– todo podría ser mucho peor.

No se trata de renunciar a proponer una esperanza y sólo alertar. Milei vende la fantasía de la dolarización y al menos es una ilusión. En eso corre con ventaja. Massa no puede practicar ese nivel de demagogia. Está obligado a hablar con decisiones porque está en el gobierno. En las últimas semanas comenzó a hacerlo. Mostró un camino de recuperación del poder adquisitivo de los ingresos. ¿Alcanzará para frenar la rabia? Quizás en algunos casos.

La tarea de la advertencia, en cambio, es más generalizada. Se puede ejercer en cada esquina, con una idea fuerza: el enojo lleva a que agarres una motosierra y la prendas. Creés, cortando la cabeza de la casta, pero en realidad es tu cuello.