A partir de hoy Javier Milei será presidente. Ni las justificaciones por la pandemia, ni las reconciliaciones del Frente de Todos, ni la formidable campaña de Sergio Massa lograron tapar el sol para una mayoría afectada por ocho años de crisis y un acumulado de tres dígitos de inflación interanual. Decir que el titular de La Libertad Avanza triunfó por ser la única figura del arco político que logró capitalizar la bronca en votos ya no es una novedad, pero erróneo sería reducir a su 55,6% de simpatizantes en meros odiadores del orden público.

Continuando con la personalidad que desplegó durante toda la campaña, las semanas que el libertario lleva como mandatario electo sólo regalaron incontables desprolijidades. Numerosos cambios en su gabinete, la inclusión de lo que hasta hace meses él mismo llamaba «casta» en su armado, el extraño vínculo que construye con el judaísmo ortodoxo, su eterna estadía en el Hotel Libertador y la forma en la que continúa expresándose en sus redes sociales -por nombrar algunos hechos- dan cuenta de ello. Sin embargo, nada, hasta ahora, parece romper el blindaje de aceptación que mantienen sus votantes. Según la última encuesta realizada por la consultora Opina Argentina, la imagen positiva de Javier Milei está en 55%. En los jóvenes de entre 24-29 años este margen aumenta a 64 por ciento.

Para el investigador y politólogo Diego Reynoso, estos números reflejan el sentimiento de esperanza depositada en Milei. El analista explica que el incumplimiento del contrato electoral -ejecutado con la marcha atrás del cierre del Banco Central o la confirmación de que no se podrá reducir de manera rápida el índice inflacionario- no resulta un problema para más de la mitad de los votantes, porque reina en ellos un deseo genuino de mejorar su calidad de vida. Es desde este punto que una parte de este electorado está dispuesta a alcanzar su meta, incluso si para conseguirla deben sobrevivir a otra temporada de políticas que los empuje aún más rápidamente a la pobreza.

Cien días de gracia

Los manuales de ciencia política advierten que todo nuevo gobierno contará con un plazo de tres meses para demostrar su capacidad de gestión. La experiencia expone, además, que en los casos de mejora el período de luna de miel puede duplicarse y hasta convertirse en una reelección. Este escenario, el deseado para cualquier figura, está lejos de ser el vigente en un país sin margen de tiempo.

En este sentido, el titular de la consultora Dicen, Hilario Moreno, adelanta que “Milei tendrá un margen de aguante, pero no durará mucho. Cuando empiece a haber vivencias reales del costo del ajuste en la gente común se generará un clima en el que muchos de sus votantes, incluso los más férreos, comenzarán a retirar su confianza en él. En las dos últimas experiencias presidenciales la pérdida de credibilidad se dio en un corto lapso de tiempo, y esta nueva gestión llega con el humor social agotado, el lapso para garantizar la continuidad de su buena imagen no es mayor a seis meses”.

En este punto, Moreno explica, además, que si el presidente baja su aceptación al 30 o 40 por ciento antes de julio del próximo año, no podrá volver a recuperarla y su imagen quedará dañada por el resto de su presidencia, un costo más que alto para un outsider sin aparato ni contención territorial.

Para Reynoso, en cambio, el libertario aún podría utilizar un último recurso para extender sus tres meses de prueba. Para sobrevivir a la ansiedad social, el nuevo presidente deberá moldear la realidad a través de su discurso y así intentar contener a las masas deseosas de mejoras. Sin embargo, en esta realidad, esa estrategia podría ser un arma de doble filo.

“Milei puede volver a usar el discurso de la ‘pesada herencia’ que inauguró Mauricio Macri pero no tendrá el mismo éxito que el expresidente, porque las condiciones económicas de su presidencia no se asemejan a las actuales. Puede decir mucho, pero todo se sostiene en base a las condiciones de recepción. Si la gente no experimenta una mejora, la paciencia se acabará rápido”, expone el director de Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública (ESPOP) de la Universidad de San Andrés.

La reconstrucción

Con las promesas de recorte sobre la mesa, la CGT organizó esta semana un acto en la sede de Azopardo que incluyó al Movimiento Evita, comandado por Emilio Pérsico y a Barrios de Pie, de Daniel Menéndez. En aquel encuentro, el titular del sindicato de Camioneros, Pablo Moyano, envió la primera gran advertencia que la central obrera ejecuta después de cuatro años de inacción: «Cada vez que quieran tocar un derecho de los trabajadores, vamos a ser los primeros en salir a la calle», sostuvo.

En esta realidad, Reynoso advierte que “no es inteligente que la CGT busque hablar en nombre de los trabajadores. Al contrario de lo que ellos mismos piensan, estas estructuras ya no representan fielmente al sector asalariado, como sí ocurrió en gran parte del siglo pasado. Desde hace varios años estos espacios son recibidos como parte del problema y su imagen es sumamente negativa dentro del arco social que aspiran representar.” De esta forma, explica, cualquier avance prematuro podría ser contraproducente para esa dirigencia y, a diferencia de lo esperado, ser favorable para la imagen de Milei porque el votante podría percibir que efectivamente está afectando a los intereses de la “casta”.

Con esto, el politólogo sostiene que el partido justicialista debe empezar a “aggiornarse”, porque sino sufrirá el mismo final que la Unión Cívica Radical que, a pesar de mantener su esencia, no logra reconstruir su capacidad de formar líderes de masas como hizo desde su creación en 1891. “Si el PJ quiere volver a ser el contingente principal de la identidad peronista, deberá hacer un diagnóstico del cuadro de situación real de la sociedad argentina y cómo la opinión pública procesa el presente. De lo contrario, la ‘novedad’ Milei se llevará por delante todo y a todos”, concluyó.