En el acto de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa en Escobar se presentaron los candidatos de Ciudad y Provincia de Buenos Aires, como dando a entender que esos son los distritos donde el Frente de Todos enfrenta su destino. Pero no es así. La coalición de gobierno se juega electoralmente en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. La Capital Federal es un bastión de Juntos, al igual que Córdoba, y allí son escasas las chances del frentetodismo. Y el territorio bonaerense siempre es batalla madre, como sabemos, por el volumen de su población; esta vez, además, Todos enfrenta a un Juntos fortalecido y con una interna convocante. Escobar fue una presentación silenciosa en sociedad de la preferida del presidente, Victoria Tolosa Paz, quien terminó siendo «la ungida». Mientras tanto, quedó opacada la situación de la populosa Santa Fe, donde se resquebrajó la unidad de la coalición a nivel provincial, y donde Alberto y Cristina Kirchner quedaron embarcados, tal vez sin quererlo, en veredas opuestas.

Esta historia arrancó hace rato y tiene más que ver con las internas santafesinas que con el armado nacional del oficialismo. El PJ de esta provincia es un mosaico complejo, donde compiten un sector más tradicional con asiento en el norte y la capital provincial, el rossismo que es fuerte en Rosario, el gobernador centrista Omar Perotti, oriundo de Rafaela, un camporismo con whatsapp directo con Máximo Kirchner, y algunas individualidades de peso. Elección tras elección se han ido encontrando soluciones para la cohabitación. Perotti, que en 2019 fue el candidato del equilibrio, anticipó lo que luego sucedería a nivel nacional: la unidad. Pero desde entonces, el gobernador tiene problemas para gestionar la heterogeneidad local y, al mismo tiempo, tomar distancia prudente del gobierno nacional.

Ser cordobesista, o en este caso “santafesinista”, no es tarea sencilla. Hace falta ocupar el centro ideológico, para poder comunicarse con todos los sectores internos, y al mismo tiempo tener contentos a todos los propios, Agreguemos a ello que se necesita llevarse moderadamente bien con el gobierno nacional -un aliado siempre necesario- y, al mismo tiempo, no parecerlo tanto, porque los comprovincianos quieren ver a su gobernador con un estilo firme y de defensa provincial ante la Rosada. Se requiere mucha muñeca para lograr todo eso en forma simultánea, y sin dejar agujeros descubiertos. El fallecido De la Sota y el actual gobernador Schiaretti, los padres del modelo, han hecho malabares para cumplir con todos esos requisitos. Pero tuvieron un factor de ayuda, y es que los cordobeses son furiosamente anticristinistas. En ese sentimiento, De la Sota y Schiaretti encontraron la fuerza que justificaba su equilibrismo. Ambos gobernadores cordobesistas nunca terminaron de romper con Alberto y Cristina, porque no pueden hacerlo, pero se afianzan en esos gestos de independencia federal. Perotti quiso ensayar algo similar y lanzó su agrupación Hacemos Santa Fe, homónima del partido cordobesista. Pero no salió bien. Se topó, en principio, con dos problemas: al presidente no le gustó, y su candidato, Roberto Mirabella, medía bastante menos que sus socios, que se sintieron mal remunerados: el ministro Agustín Rossi y la vicegobernadora Alejandra Rodenas.

Este peronismo santafesino no aceptó la fórmula del gobernador, quien entonces buscó apoyos nacionales para respaldarse, y encontró cierto aval de Cristina -quien, a su vez, quería que la senadora nacional Marilin Sacnun, cuyo mandato termina ahora, renovase- pero no de Alberto. El presidente, solapadamente o no tanto, estuvo aprovechando diferentes coyunturas provinciales para imponer a sus preferidos. En la Ciudad vio que las diferencias entre La Cámpora y el ex presidente del PJ porteño, Víctor Santamaría, eran una oportunidad para reafirmar a su protegido, Leandro Santoro, con el argumento de que era el “candidato del consenso”. Algo similar fortaleció la opción por Victoria Tolosa Paz en Buenos Aires: una candidata que se lleva bien con todos y no pertenece a nadie, fue también presentada como la solución óptima frente a las pretensiones contrapuestas de La Cámpora, los intendentes y el massismo. Y también así fue como Alberto, en Santa Fe, terminó apoyando las pretensiones de Agustín Rossi. Ministro de Defensa,  hombre cercano al kirchnerismo aunque no a La Cámpora, y  además el que mejor mide de todos. El aval de Alberto Fernánez a su ministro, pese a los planes del gobernador, termina de cerrar un método albertista de influencia electoral: en nombre de la “mejor solución posible” a los conflictos de poder de la coalición, Alberto termina colando sus propias preferencias.