La primera reacción de Unión por la Patria fue el triunfalismo: en la madrugada del lunes, muchos ya sentían que la victoria de Massa en el balotaje era inevitable. El candidato había crecido 15 puntos entre las PASO y la primera vuelta, e imaginaban que la ola no podía parar. Algunos creían en el «efecto Menem 2003», y se ilusionaban con la posibilidad de que Milei se bajase de la competencia. Pero pocos días después, sucedió lo esperable: Mauricio Macri, quien ya había dado numerosas señales al respecto, concretó su alianza con La Libertad Avanza y fue la propia candidata, Patricia Bullrich, quien anunció la decisión. No hay efecto Menem, ni Le Pen, y la competencia se equiparó. Y por más que se haya viralizado el estrés de Milei porque los camarógrafos de A24 no bajaban la voz, eso no es comparable con el impacto que tiene su alianza con los jefes del PRO. Hoy nadie tiene un pronóstico certero, pero ya sabemos que no se van a sumar todos los votos alrededor de Massa, en una suerte de cordón sanitario anti-Milei. La incertidumbre continúa, y todo puede pasar el 19 de noviembre.

Para colmo, ahora Milei nuevamente tiene la centralidad. Asistimos al quiebre de la alianza entre el PRO y la UCR, y al esperable acomodamiento de sus dirigentes, quienes hoy oscilan entre alinearse detrás del frente Milei-Macri-Bullrich o protestar contra él. Sin embargo, y lamentablemente para Massa, es poco probable que los radicales lo apoyen explícitamente. La UCR se convirtió en una fuerza territorial importante, que controla gobernaciones e intendencias clave, y tras la derrota de Bullrich se considera en posición de disputar el liderazgo de lo que hasta la semana conocimos como Juntos por el Cambio, pero eso sólo sería posible si mantienen la neutralidad. Tal vez Morales o Lousteau voten por Massa en la intimidad del cuarto oscuro, pero no pueden decirlo.

Descartada una alianza con Bregman, a Massa le queda Schiaretti. Podría ser un acercamiento natural, ya que Schiaretti es peronista, fue socio político de Massa durante varios años en el antiguo peronismo federal, y son ideológicamente compatibles. Schiaretti obtuvo casi 7 puntos, un lote sumamente apetecible en este contexto. Sin embargo, el problema con Schiaretti, que todos pudimos constatar en el debate, es que piensa siempre en cordobés. Tal vez le gustaría ser el jefe de gabinete de Massa, y coronar el anuncio con una buena foto, pero teme la reacción de sus votantes cordobeses, que constituyen una buena parte de ese 7% y son profundamente antikirchneristas. Una solución intermedia sería que Massa le ofrezca el ministerio de Transporte a Florencio Randazzo, el campeón de los trenes, pero no sería tan impactante.  

Así las cosas, Massa no tiene mucho que oponer a la impactante noticia de que Milei tiene nuevos socios. Por eso, su arena para seguir creciendo es el vínculo directo con «la gente». Un sujeto imaginario que él mismo ayudó a construir, allá en el lejano 2013, cuando el kirchnerismo hablaba del «pueblo», el macrismo porteño de los «vecinos” y radicales y lilitos le hablaban a la más republicana «ciudadanía».

Massa sabe que no puede exhibir gestión en un contexto macroeconómico y social tan adverso, pero sus aciertos en el tramo final de su carrera hacia el 22 de octubre fueron discursivos. Por un lado, Massa logró convencer a una parte relevante del electorado de que él protege a la gente de los efectos adversos de la crisis, por más que no prometa el fin del vendaval. También supo vender una defensa de valores tradicionales y cotidianos, que se volvieron demandados en el mundo incierto que vivimos los argentinos. Con esas dos ideas fuerza, Massa desplegó un mensaje atractivo para muchos argentinos desesperados por la realidad. Así como Milei logró expresar la ruptura, que ahora deviene en el conocido «cambio», Massa logró un significado distinto. Ya no es la «continuidad», producto que no vende, sino la protección y la defensa. El voto defensivo. Un voto conservador, en clave de los consensos reinantes y los servicios del Estado. Eso es lo que «la gente», o una parte de ella, pide, y Massa supo representar. Ahora, falta descubrir si el voto defensivo «gentista» le permite a Sergio Tomás Massa alcanzar el 50,1% de los votos, o si el factor «ruptura» termina imponiéndose. «