“En 2017, Cristina Fernández de Kirchner publicó una foto en sus redes sociales con una yegua “rescatada de los carritos de la calle” que tenía la leyenda “¡yo también soy yegua!”, en Berazategui, en el sur del Gran Buenos Aires. Lo que ella no tuvo en cuenta es que esa yegua se la había quitado el municipio a una familia carrera, producto de esas típicas acciones crueles en las que se lastima a quienes inventan una forma de ganarse la vida en condiciones de total exclusión, con el argumento de que un animal estaría siendo maltratado por ellos. Ser más crueles con los pobres que con los animales es un signo inequívoco de ciertas asociaciones proteccionistas que se olvidan de que el ser humano es parte de la naturaleza… Aquella fue la segunda vez que hablé con ella y, como todos sabemos, Cristina tiene carácter… no sé si la convencí, pero me escuchó, leyó los materiales que le envié y empatizó con la situación social que le describí.

Como uno de esos miles de jóvenes que, en 2001, decidió unir su destino al de los excluidos a lo largo de una década y media, siempre me mantuve muy crítico de los gobernantes de la Argentina. Fuimos una generación que se educó política y sentimentalmente con pocos maestros y maestras de los que se pudiera imitar un ejemplo y recibir una doctrina. En gran medida, lo hicimos a partir de un encuentro con la realidad, empíricamente, haciéndonos espacio a codazos y sin pedir permiso, leyendo y discutiendo desordenadamente, equivocándonos. En suma, con mucha desconfianza hacia la “política partidaria”, que es la política con “p” minúscula, a diferencia de la política con “P” mayúscula, que es la que se hace en las periferias de este país macrocefálico: en los barrios populares de las grandes ciudades, en los pasillos de las villas, en las frías calles de los sin techo, en las zonas rurales marginadas, en las comunidades originarias, en el chaco y la yunga, en los montes que resisten el desmonte, en los basurales a cielo abierto, en los talleres clandestinos, en las ferias populares, en las cárceles y poscárceles, en las ollas populares, en los valles cordilleranos, en la estepa desolada, en todos aquellos lugares que no se ven desde los despachos políticos, los medios de comunicación y los tribunales judiciales donde muchas veces se juega silenciosamente el destino de la patria.

Por eso, si bien lejanamente había simpatizado con muchas de sus políticas y acciones, con su actitud de confrontación con algunos intocables, a Cristina la critiqué, y mucho. Porque observaba que, aunque las condiciones de vida de mis compañeros y compañeras del movimiento habían mejorado inconfundiblemente, aunque los sectores más postergados en general y los trabajadores asalariados en particular habían mejorado sus condiciones materiales de existencia, la política solo veía la punta del iceberg de las problemáticas más profundas de una Argentina dual y excluyente.

En el ámbito de la economía popular –la más maravillosa creación del pueblo excluido–, la visión hegemónica en aquellos años era la siguiente: se trataba de un fenómeno residual, una mera forma de precaria subsistencia, la resaca de un neoliberalismo que el modelo nacional popular habría de dejar en el pasado. Solo el papa Francisco había sabido valorar y expresar que eran poetas sociales, que habían inventado su trabajo a partir del descarte y que en sus manos estaba la salvación no solo de ellos mismos, sino también del conjunto de la sociedad. A ese nivel, nadie más había dicho nada parecido. Para el gobierno de entonces, tanto del “primer” como del “segundo” kirchnerismo que se analizan en este libro, esas millones de personas poco a poco irían siendo absorbidas por el mercado laboral y podrían ser incluidas en una sociedad de consumo que aparecía como horizonte. Las razones del desencuentro eran profundas. Dicho sea de paso, tampoco nos convencía la inclusión a través del consumo, mucho menos la idea de un “capitalismo en serio”, como se argumentaba entonces y también se argumenta ahora.

Sin embargo, poco a poco, primero desde la emoción y después de la razón, fuimos encontrando razones de encuentro con Cristina. Lo primero, la empatía ante una injusta persecución integral que combinaba todos los poderes fácticos en contra de una mujer argentina: medios, jueces, políticos, empresarios, potencias extranjeras. Era el capítulo argentino de una ofensiva de nivel continental contra Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa y también contra ella, con el agregado de que tocaron a lo más sagrado que tiene una madre: sus hijos. Lo hicieron con el famoso lawfare, que, como ella afirmó, es una estrategia de disciplinamiento hacia el conjunto de la política y, por lo tanto, en última instancia, una forma de domesticación de las mayorías populares, que es lo verdaderamente importante. Era evidente que la perseguían por sus aciertos, no por sus errores. Y, si la persecución generaba que los sectores excluidos con los que milito desde siempre reforzaran su identificación con ella, también provocó que empiece a hacerlo yo.

Lo segundo, la empatía con el coraje, con los ovarios de soportar en la piel el enfrentamiento con las minorías oligárquicas de la Argentina. Esta definición política, que es el centro del análisis de este libro, y que, según Ulises, es determinante para el paso del “primer” al segundo kirchnerismo, fue un factor decisivo. Cristina supo ponerles algunos límites a los intereses terratenientes, mediáticos, financieros, judiciales e industriales, nacionales o transnacionales. Siempre que consideró que los intereses populares estaban en riesgo, se enfrentó con quien se pusiera enfrente, sin poner por delante el posibilismo de “los análisis concienzudos” de las correlaciones de fuerza. Muchas veces perdió; a veces, ganó; pero dejó en la conciencia colectiva el valor de la lucha. Como supo escribir John William Cooke en su momento, “sabemos que una correlación de fuerzas puede cambiar, pero a condición de que no se la considere definitiva e invencible”, dado que “solo ganan las batallas los que están en ellas”. Esa es la estirpe de los liderazgos latinoamericanos que trascienden su tiempo, los que lideraron los procesos de emancipación en tiempos de la colonia, los que más tarde se batieron por la independencia económica, la soberanía política, la justicia social y la unidad de la Patria Grande. Tener diferencias con ella no puede obturar el reconocimiento de lo que esto significa.

En tercer y último lugar, la entereza de su perspectiva de oposición frontal a los avances neoliberales. Frente a la entrega criminal que significó el ciclo de endeudamiento, fuga y subordinación al Fondo Monetario Internacional, Cristina se presentaba como la principal figura de oposición política y la llave de cualquier reagrupamiento antineoliberal. Así fue que tomamos la decisión de sumarnos a la batalla política contra la versión macrista del capitalismo rentista y la restauración neoliberal, promoviendo la conformación de lo que después fue el Frente de Todos.”

Texto que forma parte del prólogo de Juan Grabois a “El segundo kirchnerismo (2008-2015): una interpretación de los conflictos entre el gobierno y el poder económico”, libro escrito por Ulises Bosia (Prometeo, 2023).