A lo largo de estos diez años en Roma, Francisco ha generado debates de todo calibre y tenor, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Entre ellos, uno de los más habituales ha sido el relacionado con su identidad política e ideológica.  Mientras entre los movimientos populares latinoamericanos, así como en las fuerzas de centroizquierda en Europa y Estados Unidos, sus dirigentes suelen sintonizar con las declaraciones del pontífice, desde las centroderechas y las denominadas “nuevas derechas” se multiplican los cuestionamientos y las críticas, muchas veces feroces.

Durante 2020, las tensiones se profundizaron cuando el papa recordó en su encíclica más importante, Fratelli tutti, el carácter secundario del derecho de propiedad. La histeria tocó uno de sus puntos más altos en Argentina, cuando la periodista Cristina Pérez, visiblemente alterada, llamó por radio a resistir la postura “desopilante” del papa. En la misma línea, Alberto Benegas Lynch, uno de los intelectuales del neoliberalismo argentino, calificó al papa como comunista y consideró que la encíclica introducía definiciones netamente marxistas. Francisco, claro está, niega estas acusaciones y argumenta que se trata de un malentendido puesto que su postura es sencillamente evangélica.

Es cierto, sin embargo, que las acusaciones no parecen incomodarlo tanto como gustaría a los sectores conservadores en el Vaticano o a las derechas y centroderechas en Argentina y otras partes del mundo. En los últimos días, sin ir más lejos, se conoció una entrevista en la que Francisco volvió a aclarar que no es ni fue peronista pero que no habría nada de malo en serlo o haberlo sido. Una opinión que desató la ira del antiperonismo local. Por otro lado, si bien suele remarcar las diferencias entre el Evangelio y lo que define como la “reducción sociopolítica” del mensaje de Jesús, se toma con humor la preocupación de sus enemigos de derechas y, sin que le tiemble la voz, señala que no es que él sea comunista, sino que, más bien, son los comunistas los que se “robaron algunos valores cristianos”. Declaraciones como estas no hacen más que enfurecer a sus detractores.

Más allá de las acusaciones cruzadas, los descargos y las aclaraciones. ¿Qué hay de cierto en todo esto? ¿Es el papa, a fin de cuentas, filo comunista? ¿Qué tan “peronistas” son sus ideas? Dejemos por un momento de lado el ruido mediático y vayamos a las fuentes. ¿Qué dice Francisco en sus principales documentos y entrevistas?

Más allá del catolicismo social

A través de sus dos principales encíclicas, Laudato si’ y Fratelli tutti, Francisco ha llevado a cabo una actualización importante de la doctrina social de la Iglesia. Por supuesto, como suele ocurrir en toda institución que se considera la manifestación de una dogmática invariable, Francisco subraya las continuidades con los papados anteriores. Pero, más allá del recurso retórico, sus diferencias con el catolicismo social e incluso con la teología del pueblo en la que abrevara en su juventud resultan relevantes y políticamente muy significativas.

En este aspecto, aunque desde la vereda de enfrente, coincido en parte con la lectura de Benegas Lynch, para quien el papa decidió dejar atrás la doctrina social de la Iglesia para abrazar un anticapitalismo más profundo. Si bien exagerada, la preocupación de los neoliberales no deja de encerrar algo de verdad. En primer lugar, porque, si leemos con atención los escritos de Francisco, lo que propone el papa es, nada más ni nada menos,  pensar más allá de las ideas de conciliación de clases y justicia social, los conceptos medulares que vertebraron el pensamiento sobre la cuestión social de la Iglesia desde la segunda mitad del siglo XIX y, por cierto, los que, entre otros factores, dieron origen al peronismo en Argentina.

En este sentido, en coincidencia con lo que plantean economistas de diferentes orientaciones ideológicas, Francisco parece acordar en que no existen ya las condiciones estructurales para alentar un nuevo ciclo de capitalismo keynesiano duradero capaz de mantener vigente la doctrina socialcristiana defendida a lo largo del siglo XX. Por el contrario, el papa argumenta que los niveles de desigualdad generados por el neoliberalismo y la degradación de los recursos naturales no solo vuelven cada vez más incierta la vuelta a los años “dorados” del capitalismo, sino también la propia supervivencia de la humanidad.

Por ende, el capitalismo, incluso en su modalidad keynesiana o neokeynesiana, no puede ser ya la salida alentada por un pensamiento socialcatólico que aspire a ser una opción real para los desafíos sociales, políticos y ambientales del siglo XXI. Como lo hiciera León XIII con la encíclica Rerum Novarun un siglo y medio atrás, Francisco intenta con sus documentos demarcar las fronteras de un pensamiento social católico a la altura de los desafíos actuales.

Guerra de dioses

Desde el vamos, para hacerlo arremete nada más ni nada menos que contra uno de los dogmas de fe neoliberales por antonomasia: la propiedad privada. Sin eufemismos, Francisco opta por ir directo al hueso y cita a san Juan Crisóstomo para quien «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida» y a san Gregorio Magno quien argumenta que «cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo». Si bien es cierto que se trata de una postura tradicional en el catolicismo, sostenida desde los primeros tiempos del cristianismo, la contundencia con que Francisco lo recuerda en el contexto actual no deja de ser un hecho político en sí mismo.

Por otro lado, desde el punto de vista de la doctrina social de la Iglesia, su postura también resulta desafiante en tanto y en cuanto tensiona uno de los pilares del catolicismo social delineado a finales del siglo XIX. Allí, la Iglesia había establecido que la propiedad era un pilar intocable de la sociedad, resultante de la natural existencia de desigualdades sociales, y, por ende, insustituible. Por supuesto, esas desigualdades tenían que mantenerse dentro de ciertos márgenes, lo que se buscó establecer a través de la idea de justicia social o justo medio. Nada de esto, sin embargo, se encuentra ya en Fratelli tutti, donde se leen consideraciones como estas: «siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”.

Un papa “lector” de Benjamin

Los planteos de Francisco, como sucede también en otros segmentos del pensamiento contrahegemónico contemporáneo, pueden sonar políticamente inviables. En este caso, sin embargo, la virulencia de las críticas que despierta sugieren que, al menos en un cierto grado, preocupa bastante más que las ritualizadas proclamas antisistema de las izquierdas tradicionales.

Asimismo, otra prueba de la vitalidad de la apuesta de Francisco es su impacto en parte de las izquierdas humanistas que buscan algún tipo de salida, así como en los movimientos populares en América Latina. Francisco, por su parte, no hace leña del árbol caído. No condena al comunismo y reconoce que los comunistas y los socialistas se inspiran en ideas cristianas, aunque, eso sí, con errores. El principal de ellos es sustituir el fundamento religioso de la idea de igualdad por argumentos científicos y postulados teleológicos. Una crítica que recuerda mucho a la que sistematizara el filósofo alemán Walter Benjamin hace casi un siglo. 

En este sentido, si se quiere, Fratelli tutti puede interpretarse como una crítica benjaminiana a la idea de progreso de las izquierdas en el siglo XX y como una apuesta por restituir el fundamento metafísico de la política ante la constatación de que sin una idea de Dios, entendido como un jugador externo, no hay forma de defender lógicamente los principios de igualdad y fraternidad frente al avance y transformación del capitalismo global. Sin la postulación trascendente de un vector exterior que introduzca la idea de fraternidad ¿por qué debería considerarse la igualdad un valor en sí mismo?

Para los neoliberales, dicho sea de paso, no lo es. Por otro lado ¿por qué quienes pueden dominar y someter a los demás y cuentan con los recursos para hacerlo no lo harían? Francisco lo dice, además, sin eufemismos ni medias tintas: “la razón, por sí sola, no consigue fundar la hermandad […] Solo la conciencia de hijos de Dios”, argumenta, “puede asegurar la fraternidad”.

De momento, contra todos los pronósticos iniciales, en estos diez años Francisco ha logrado avanzar mucho más de lo que parecía posible y mover el avispero tanto dentro de la Iglesia como en la política internacional. El futuro, de todos modos, claro está, es incierto. En los próximos años se verá si su proyecto perdura y prospera o sucumbe a los feroces embates de sus enemigos dentro y fuera de la Iglesia. «