Fue durante la primavera parisina de 1896 cuando Alfred Jarry estrenó la obra Ubu rey, sobre un monarca que llega al trono con malas artes para instaurar un régimen totalitario. Resultó una pieza anticipatoria de lo que, décadas después, sería llamado «teatro del absurdo», una corriente de vanguardia que, mediante diálogos repetitivos, incoherentes y disparatados, exhibía el lado grotesco del mundo. Pues bien, lástima que a Jarry no se le ocurriera la siguiente distopía: un puñado de políticos que, durante una campaña electoral, promete consumar las peores calamidades para así obtener el voto de sus futuras víctimas. Claro que para él era inimaginable la Argentina del presente.

En tal sentido, se podría decir que Carlos Saúl Menem era un dirigente tradicional: supo prometer la «revolución productiva» y el «salariazo», cuando, ya en el sillón de Rivadavia, hizo exactamente lo contrario. Entonces justificó su embuste con una razón de peso: «Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie».

Pero los tiempos han cambiado. Y ahora, la enunciación del horror es para algunos candidatos el leitmotiv de su tránsito hacia la Casa Rosada.

La semana que acaba de concluir fue muy prolífica al respecto.

Los precandidatos por una fórmula de Juntos por el Cambio (JxC) –el (aún) jefe del Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el (aún) gobernador de Jujuy, Gerardo Morales– asistían el jueves a un acto partidario en Corrientes. Ambos lucían muy orgullosos, puesto que –a manera de spot proselitista– las señales televisivas de noticias empezaban a difundir dos acciones –diríase– de gestión en sus respectivos feudos: el violento desalojo de los indigentes que pernoctaban en el Aeroparque Jorge Newbery y el violento allanamiento a la casa en la que transcurre el encarcelamiento domiciliario de Milagro Sala.

Bien vale detenernos en un detalle de este último hecho: los 25 policías que habían tomado tal sitio por asalto –como si allí estuviera nada menos que Osama Bin Laden–, además de romper muebles, electrodomésticos y paredes; además de requisar dinero en efectivo, teléfonos celulares y documentación, entre otros objetos de valor, no dudaron en apagar la estufa y abrir la ventana del dormitorio de Raúl Noro, el marido de la prisionera, cuando yacía en su lecho conectado a un tubo de oxígeno y bajo cuidados paliativos. Transitaba así la última etapa de una enfermedad terminal. En esas circunstancias, sufrió una descompensación ante la indiferencia de los intrusos, Crueldad en grado superlativo.

Tal fue el peldaño más reciente de la escala represiva desatada en dicha provincia el 17 de junio. Desde entonces se naturalizaron allí las detenciones sin órdenes judiciales, las requisas ilegales en domicilios, el patrullaje policial en camionetas sin identificación, las causas penales armadas y la tortura. Un emotivo homenaje al modus vivendi de la última dictadura militar.

Lo notable es que ello fuera el marco propicio –seguramente alentado por encuestas– para que su hacedor pasara a ser el compañero de fórmula de HRL. Nada más oportuno.

Ya en el acto de Corrientes, éste entretenía a los presentes anticipando que los cambios serán «duros pero necesarios», y que él iría a «exterminar al kirchnerismo». Morales lo miraba embelesado y su público aullaba de placer.

Ello no lo privó de incurrir en un lapsus memorable. Fue cuando en un tramo de su disertación, soltó: «En cada uno de los temas de la agenda pública vamos a ir privatizando (en vez de «profundizando»).

Pero, sin que la audiencia advirtiera tamaña zancadilla del inconsciente, la sola mención de dicho vocablo generó un prolongado aplauso.

Tal vez entonces, él ya ni recordara que, apenas 48 horas antes, había disparado un brulote de alta intensidad: «El modelo de Macri fracasó». Y que por eso, su archienemiga, Patricia Bullrich, lo tildó de «ventajero, oportunista deleznable y de una enorme bajeza moral».

Ella también ya estaba en otra: preparando su intervención en el XVI Foro Atlántico de Madrid, organizado por la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), un cenáculo de la ultraderecha liberal que lidera Mario Vargas Llosa.

Allí fue presentada como la «esperanza blanca» de la Argentina. Sin la desenvoltura que la caracteriza, Bullrich esgrimió su habitual menú de propuestas. Incluyó la «restauración del orden, el ajuste de la economía y el cierre de empresas públicas»; o sea –según ella: «dinamitar el régimen del kirchnerismo y la intervención del Estado».

Entonces la interrumpió un prolongado aplauso, antes de prometer una profunda reforma educativa. Allí fue cuando señaló que en las universidades públicas, «la mitad de los estudiantes son extranjeros que vienen y toman las posibilidades que Argentina da».

Los aplausos fueron más tenues.

Aun así, muy envalentonada, extendió su óptica hacia la educación en general. Bien vale reproducir su textualidad: «El país vive rodeado de paros. No cumple con los días de clase, así se genera una educación totalmente ideologizada. Porque enseñan a los alumnos de la primaria, de la secundaria, el modelo, como sucedió en la década del ’40, en la década del ’50. Y hoy, es el modelo de la patria total, eh… de la patria sometida al imperialismo norteamericano… al separarse de nuestras raíces de España. Es decir, esta idea de desconocer nuestra historia, y construida –siguió balbuceando– en base a un modelo ideológico que nosotros, este… estamos así porque nos hicieron ser así, porque los españoles, porque los americanos, porque el 12 de octubre no se festeja más».

Al finalizar esta sublime pieza de oratoria, en la sala hubo un pesado silencio, mientras el escritor peruano y su primogénito, Álvaro –el organizador del evento–, se cruzaban miradas cargadas de desconcierto.

¿Acaso no habían entendido que acababan de escuchar nada menos que una disertación cuidadosamente inspirada en el estilo del genial Jarry?

Bullrich, incomprendida, continuó horas después con sus diatribas y le puso el cuerpo a nuevas batallas dialécticas.

Pero, en el aspecto surrealista de la campaña, otros personajes no le van a la zaga, como el candidato a alcalde porteño por La Libertad Avanza (LLA), Ramiro Marra (quien propuso reemplazar la Educación Sexual Integral por los videos pornográficos) o el propio Javier Milei (quien se pronunció a favor de legalizar el tráfico de órganos). 

Lo cierto es que el lenguaje político de doble vara supo mutar hacia el discurso esquizofrénico. Un nuevo modelo argumental de la democracia que convierte a la psiquiatría en una cuestión de Estado. «