Después de 16 años, el peronismo bonaerense se encamina a una elección legislativa unificado. El repaso por la historia reciente tiene el doloroso efecto de recordar lo rápido que pasa el tiempo.

En el 2009, cuando Cristina llevaba dos años de su primer mandato y luego del conflicto con el sector rural por la 125, el peronismo se fracturó. La lista del Frente para la Victoria la encabezó Néstor Kirchner y la de Unión-PRO, Francisco De Narváez, con su eslogan «alica alicate». En esa nómina iba tercero el actual canciller Felipe Solá, que tenía la medalla de ser uno de los exgobernadores mejor valorado por los bonaerenses.

Los intendentes jugaron a dos puntas en esa contienda. Movieron la boleta de alica alicate y, a cambio, De Narváez les permitió poner candidatos a concejales en su nómina. De esa manera, ubicaban a su gente en la lista del FpV y en la rival. Al final, como dijo Roberto De Niro en la película Casino, la casa se quedaba con todo. El olfato político de Kirchner le indicó que los jefes comunales apostaban a ese doblete y les impulsó las candidaturas testimoniales para obligarlos a comprometerse con la lista del FpV. De todos modos, la elección se perdió, por poco.

Cuatro años después, pasada la histórica reelección de CFK por el 54%, la fractura fue más profunda. Sergio Massa armó su Frente Renovador con un grupo de intendentes entre los que estaba, por ejemplo, el actual ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis.

Massa apostaba a posicionarse para la presidencial de 2015, cuando Cristina ya no tenía reelección. Desplegó un discurso en el que se diferenciaba de algunos aspectos del ciclo que se había iniciado en 2003, pero también prometía continuidad. Toda la política argentina sabía que el modelo de políticas sociales y de estímulo a la industria nacional del kirchnerismo tenía una aceptación masiva. Macri sólo pudo ganar cuando se vendió como un moderado que cambiaría algunas cosas.

El resultado del 2013 es conocido. Massa se impuso en territorio bonaerense. La interna peronista por la sucesión de CFK terminaría dos años después con el triunfo de Macri.

En 2017, la fractura continuó. Massa se alió con Margarita Stolbizer, y Florencio Randazzo armó su espacio. Allí estaba como jefe de campaña el actual presidente de la Nación, Alberto Fernández. Conclusión: perdieron las tres propuestas peronistas. La encabezada por CFK sacó el 37%, pero no alcanzó para derrotar a Cambiemos.

Aun antes de la pandemia, el peronismo llegó a la conclusión de que “nadie se salva solo”. El dato político central de esta legislativa en territorio bonaerense es que la unidad peronista lograda en 2019 continúa. Es cierto que Randazzo se lanza, pero sólo en los sueños afiebrados de Clarín y las rigurosísimas encuestas de Giacobbe el flaco mide como para producir un daño real. En 2019, estaba Roberto Lavagna, y el peronismo unido sacó más de 50 puntos en Provincia. No es que ahora vaya a ocurrir lo mismo. La pandemia tiene impacto y es muy difícil predecir su traducción electoral.

El otro dato del cierre de listas es la rebelión del radicalismo dentro de Cambiemos. Hasta ahora-y era extraño-, la UCR seguía actuando como si el gobierno de Macri hubiera sido un éxito y logrado la reelección. Era un dato singular que en una coalición que fracasó en la gestión no hubiera ningún tipo de fractura. Ahora, al menos, los boinas blancas se plantean una primaria. El mensaje es claro: para los radicales, Rodríguez Larreta no es un candidato natural para el 2023. Quieren invertir la ecuación de 2015, que un radical encabece y el PRO acompañe.

Larreta creía que tenía una alfombra roja extendida sin una sola piedra en el camino para liderar la coalición antiperonista. Parece que sus aliados apuestan, directamente, a quitarle la alfombra, derrotando a Diego Santilli en la madre de todas las batallas. «