El gobierno nos sorprendió esta semana con la grata noticia de la legalización del autocultivo de marihuana con fines medicinales.

Y no sólo eso. El decreto presidencial amplia el tipo de pacientes que pueden ser tratados con aceite de cannabis o derivados, depende lo que necesiten. También se creará un registro de usuarios y se impulsará la investigación científica sobre los posibles beneficios de una planta que ha sido ilegalizada sin motivo alguno, más que prejuicios.

Parecen meros trámites, pero no. Ese decreto es resultado de muchos años de una lucha colectiva que trasciende a Argentina. Es una batalla por terminar con el relato, basado en falacias, de la «guerra contra las drogas» que comenzó hace más de un siglo, que se oficializó y consolidó hace casi cinco décadas y que, después de todo este tiempo, no tiene un solo dato positivo para presumir.

Hay que recordar que, a principios de los años 70, Richard Nixon lanzó esta guerra con el objetivo de eliminar el consumo de drogas como la marihuana, la cocaína, la heroína y las drogas de diseño que en esa época comenzaban a popularizarse. En serio. El plan era que nadie consumiera nunca más drogas, por ridículo que parezca.

Pero en lugar de eso, lo único que tenemos casi 50 años más tarde son más drogas, más tráfico, más cárteles, más violencia, más muertes, más presos por delitos menores vinculados al narcotráfico y miles de millones de dólares desperdiciados en una meta incumplible. En una estrategia inútil.

Por eso es que cualquier estrategia que rompa con las políticas de drogas que todavía predominan en gran parte del mundo, son bienvenidas. Cada paso, por pequeño que parezca, es un gran avance porque rompe con las premisas mentirosas que suelen ensalzar una guerra que resultó peor que el consumo y el tráfico de drogas en sí mismos.

La desinformación y las «fake news» no son un fenómeno de ahora, como a veces parece. Difícil pensar en una manipulación informativa peor que la que ha habido en torno a las drogas. La marihuana es uno de los mejores ejemplos. Es una planta que fue demonizada sin estudios científicos de por medio.

Las y los pacientes que necesitan marihuana medicinal en Argentina, y sus familiares, pueden celebrar y sentirse orgullosos. Después de pelear tanto tiempo, lograron que se legalizara el autocultivo, base fundamental de la cadena solidaria para producir aceite, entre otros productos, y que se les garanticen tratamientos, tengan o no prepagas u obras sociales.

Para los autocultivadores también representa un respiro. Afloja el clima de represión y persecución que habían padecido sin importar qué partidos gobernaran.

La lucha sigue. La meta es emular a Uruguay y Canadá, únicos países del mundo que han legalizado toda la cadena de producción, venta y uso medicinal del cannabis para fines médicos y también personales. Porque también debe ser una elección, un derecho de personas adultas.

A largo plazo, el ideal sería legalizar todas las sustancias, hacer campañas de prevención, informar sobre sus riesgos y efectos, abordar las adicciones como un problema de salud, no de seguridad, combatir el narcotráfico, no a los usuarios. En resumen: generar mercados legales que sustituyan a los organizaciones criminales y dejen de darle sentido a una guerra fracasada.

Seguimos.