“Llegué a declarar y tomé conciencia de que yo también era una víctima porque había pasado por ahí”, cuenta Lucía Coronel a través del teléfono. Hace cuatro años, le tocó sentarse ante el tribunal que el miércoles 29 de noviembre deberá condenar a 54 imputados por delitos de lesa humanidad por la mega causa Esma, donde ella estuvo junto a su mamá en 1977.

“En el momento que me tocó declarar, pensé que quien tendría que haber estado ahí era mi abuela. Para ella hubiese sido más reparador para ella por todo su peregrinaje. Tanto en el caso de mi mamá como de mi tío, lo que se sabe lo averiguó ella. Eso es una injusticia que viene de una impunidad que permitió que pasen tantos años hasta llegar a los juicios, y ella ya no puedo estar. Lo asumí por ese lado, representándola a ella”, explica Lucía desde Córdoba, donde dirige el Centro Oftalmológico Dr. Ernesto Che Guevara que forma parte de Operación Milagro, el programa de salud visual cubano.

Su mamá, María Cristina Bustos fue privada ilegítimamente de su libertad por integrantes del Grupo de Tareas 3.3.2 el 14 de marzo de 1977. En septiembre del año anterior, el 29 de septiembre de 1976 habían acribillado a su compañero José Carlos Coronel con quien tenía dos hijas: María y Lucía.

José Carlos Coronel, tucumano, era estudiante de Abogacía, militante revolucionario y poeta. Se conocieron con Cristina en la facultad ya que compartían carrera, de donde ella se recibió como abogada pero él no llega a completar sus estudios. En 1971, Coronel es apresado por formar parte de las FAR y queda libre en mayo de 1973. Cuatro meses después deciden casarse y eligen el 7 de septiembre de 1973 como homenaje a la militancia: ese es el día del montonero.

Luego del asesinato de Coronel, Cristina quedó desconectada con varios de sus compañeros y a cargo de dos niñas muy pequeñas. Entre los intentos por ponerse a salvo, hay una carta a Rodolfo Walsh (José Carlos murió en el mismo operativo que Victoria Walsh). El escritor, conmovido por la historia buscó la manera de ayudar a Cristina. Sin embargo, el 14 de marzo de 1977, Bustos que estaba en la casa de una tía en Capital Federal, fue secuestrada con su hija menor, Lucía, mientras María era cuidada por otros amigos. De ella no se supo más.

Madre e hija fueron llevadas a la Esma donde Lucía permaneció varios meses en cautiverio y luego fue trasladada al Hospital Elizalde donde finalmente fue recuperada por sus abuelos. “Después de muchas gestiones, encuentran una lista de entrada de la guardia. Había una menor con mis datos. En ese momento no acceden a la historia clínica. Yo accedo muchos años después y tengo copia. Ahí hay una nota, la tengo aquí, escrita a máquina, donde están todos mis datos, consta el fallecimiento de mi padre, datos de mi padre y madre, dirigida al Director de la Casa Cuna. Abajo figuran los datos de mis abuelos. No está firmada por nadie. Me dejan en la guardia con esa nota», afirma Lucía durante la declaración que dio el 28 de noviembre de 2013 ante el Tribunal Oral Federal Número 5.

Años después de ese 14 de marzo, Lucía reconoce: “hasta el momento de declarar, pensé que la única víctima era mi mamá, era algo que le había pasado a ella. Pero cuando me dieron un número de caso tomé conciencia de que tal vez algunos de esos tipos que estaba ahí me había tenido en brazos. Yo tenía meses, claro, yo no me acuerdo pero fui víctima también”.

Días antes de conocerse la sentencia, Lucía afirma que espera lo ideal: cárcel perpetua y efectiva. “Y que hablen, que tengan la decencia de al menos dar la cara y decir todo lo que tengan para decir. Sobre todo por los nietos que se robaron”, agrega.

Lucía Coronel no se anima a esperar un resultado ideal pero lo anhela. “Las cosas cambiaron en cuanto a la Justicia que hoy se anima a liberar a dar a condenas mínimas o a aprobar un 2×1. En ese caso, hay una cantidad gigante de pruebas, se juzga gente como el Tigre Acosta, se sabe mucho y hay sobrevivientes, se probó todo, esta es una causa emblemática”, afirma la joven quien formó parte junto a su hermana María (que hoy dirige el sitio de memoria Escuelita de Famaillá) del grupo fundacional de HIJOS en 1995.

–¿Cuándo conectaste y cobraste conciencia de tu propia historia?

–Desde muy chicas. Primero porque junto a mi hermana, acompañábamos mucho a mi abuela. Y ella jamás nos ocultó nada, nos contaba todo. Pero cuando tenía once años en casa estaba el libro Nunca Más y había muchas revistas que cuando fue la vuelta de la democracia tenían muchos artículos con el tema. Pero recuerdo en especial cuando encontré ese Nunca Más que estaba guardado, me puse a leer y me descubrí en la lista, ahí estaba yo. Caí en ese momento en la crueldad, en ese detalle. A partir de ahí me hice casi una experta en Esma porque durante mi adolescencia me dediqué a investigar, a buscar datos. Nunca fui al lugar porque me cuesta bastante, hasta pasar por delante de ahí, pero lo conozco bastante por todo lo que investigué.

–En su alegato, durante el juicio por el Operativo Independencia, el doctor Pablo Gargiulo definía la historia de los hijos de desaparecido como “un rompecabezas al que le falta una pieza”, ¿cómo es para vos?

–Eso es así, y lo tenemos hablado con los compañeros que también tienen sus papás desaparecidos. Hay como una arqueología del hijo de desaparecido porque nunca vas a cerrar una parte de tu historia. Lo que pasa es que después, con lo que te cuentan vas completando una imagen y te hacés una idea. Pero en mi caso me desespera el hueco, esa parte de mi mamá y yo en ese campo de concentración, el tiempo que estuvimos ahí es una que no puedo armar nunca. No sé qué pasó y si bien algunas cosas sabemos, me sigo preguntando, siempre quiero saber cómo salí, qué pasó esos días, por qué salgo como salgo… Todo eso. Hasta ahora llegué a una partecita pero no sé todo lo otro, me gustaría cerrar ese rompecabezas. Seguramente siempre va haber otras piezas que faltan una vez que encontrás una.

–En algún momento te obsesionó el querer saber?

–Sí, estuve obsesionada. Con Eva Urrutia (militante tucumana, hija de desaparecidos) en un momento viajábamos para un lado y para el otro. Íbamos a donde encontrábamos gente que nos hablara de nuestros viejos. En Buenos Aires estuve averiguando dónde estuve, fui a la casa cuna para gestionar la historia clínica. Nuestros primeros años de la juventud, no sé 17 o 18 años, cuando ya podía viajar sola lo hacía para buscar registros de mis papás.

–¿Qué cosas te atrajeron de la militancia de tus viejos y cómo lo trasladaste a tu vida?

–Yo nunca tuve militancia partidaria, mi militancia ha sido en HIJOS. Pero, por ejemplo, en el secundario mismo andábamos metidas con mi hermana en el centro de estudiantes y eso pero porque a uno le salía. Estaba reclamar lo que nos parecía justo o participar. En esos años no había agrupaciones políticas en la secundaria pero nosotras éramos dos hijas de desaparecidos que participábamos de distinta manera. Después surgió HIJOS que tal vez nació como juntaba catártica y terminó en lo que es ahora. Sí tuve una militancia diaria, la tengo.

–¿Cómo fue crecer explicando que eras hija de desaparecidos?

–Yo siempre mentía. Toda la vida. De chiquita, en Ledesma estábamos obligadas a mentir, teníamos que decir que mis papás habían muerto en un accidente, decíamos hasta la fecha. Después en Tucumán, mentía o no decía nada, excepto a mis dos mejores amigas les decía que habían muerto y cambiaba cómo habían muerto. Pero de adolescente, y además con el bussismo me peleaba con todo el mundo, porque de pronto tu compañero más querido te decía “mi papá dice que estaba bien lo que hizo Bussi”, y así. Y si no, te miraban con lástima. Cuando éramos chicas era una connotación fuerte ser hijos de desaparecidos. Ni en la familia los querían nombrar porque eran subversivos. Era muy pesado por más que para mí no era malo internamente, mi abuela reivindicaba a mis papás y siempre nos enseñó lo que ellos hacían. Además, nosotras la acompañábamos en esa búsqueda y más de una vez vimos cómo les cerraban la puerta en la cara.

–Hoy, qué te pasa cuando escuchás los discursos que reaparecieron y que condenan lo que desde otro lado es la evolución en lo que es Derechos Humanos.

–Estuve muchos años viviendo afuera. Yo me fui de Tucumán con toda la paranoia de un Bussi gobernador y cuando volví no podía creer lo que se avanzó. Sin embargo, veo que se vienen otra vez momentos muy duros. Nunca pensé que sean estáticas las cosas y veo que también hay una política global que se veía venir, cierto fascismo que no es propio de acá, es en todo el mundo. Son momentos de la humanidad en los que hay resistir con valores y luchar. Esto en correlato con lo que pasa en la Argentina, desde las medidas del gobierno hasta la impunidad que hay hoy. No soy optimista, sin embargo siento que en la Argentina tenemos más fortaleza que en otros países para resistir ese desmembramiento de las ideas de luchas.

–De acuerdo a lo que te cuentan, a lo que pudiste armar, ¿qué creés que tenés de parecido a tus viejos?

–Mucha gente me dice que me parezco a mi mamá. Muchos inclusive se sorprendieron mucho porque ven en mí su misma forma de caminar, de hablar y de sentarme. Esas cosas de la genética o de la memoria o de los sentimientos, no lo sé. Y con mi papá lo descubrí a partir de haber leído y visto sus escritos. Me impactó la coincidencia de muchos pensamientos o sentimientos que expresa en sus poemas y que de escribir yo también hubiera expresado.

–¿Qué esperás de la sentencia?

–Lo ideal. Cárcel común, que cumplan la condenan, que cuenten todo y que entreguen los archivos.

El Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5 de la Capital integrado por los jueces Leopoldo Bruglia, Adriana Palliotti, Daniel Obligado y Pablo Bertuzzi dará a conocer el miércoles 29 de noviembre, en las primeras horas de la tarde, el veredicto en el juicio oral por crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA donde se investigan 789 hechos. Quienes quieran presenciar la sentencia pueden hacerlo acreditándose con el DNI, cédula o pasaporte en Av. Comodoro Py 2002