Ni jornada de fiesta, ni feriado, ni acto escolar edulcorado, el 1° de Mayo es un Día de Protesta Universal. No hay nada que festejar. Sobran las razones: en la Tierra lo único que abunda es la explotación. Botón de muestra es la Argentina gobernada por los apócrifos libertarios. La motosierra de Milei serrucha con saña los derechos en estas pampas. La miseria y el hambre nos muerden los talones. Andamos todes donando sangre al antojo de un patrón, por un mísero sueldo. Nos bautiza sonriendo: “Gil trabajador”.
Este jueves no hay festejo. Tampoco descanso, porque no hay tiempo para descansar. Es un día en que los trabajadores y trabajadoras del mundo juntamos fuerzas para perseverar en la lucha por la dignidad, que no es el trabajo, sino la emancipación. Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta…
El trabajo no dignifica, cansa. También, nos apalea, nos hace sufrir. En la etimología de la palabra trabajo está el término latino tripalium, tres palos, el yugo donde se ataba a los esclavos para azotarlos. Será por eso que nuestros compañeros chilenos al trabajo le dicen “pega”.
Con el sudor de tu frente. Trabajar para vivir, decía Alejandra Pizarnik, es más idiota que vivir. Quién inventó la expresión “ganarse la vida” como sinónimo de trabajar. ¿Dónde está ese idiota?
El fuego de las luchas obreras del 1° de Mayo arde hace rato. La chispa la encendieron los anarquistas. Desde los Mártires de Chicago que fueron asesinados por reclamar las ocho horas hasta los Jubilados Insurgentes que dan batalla todos los miércoles contra los mastines del Ministerio de la Represión. Imposible apagar tanto fuego. Tantas veces los han matado, tantas veces los persiguieron, tantas veces los borraron de la Historia. Hace poquito el régimen mileísta echó abajo el monumento de Osvaldo Bayer. Pero el fuego de su lucha sigue ardiendo, cocinando a fuego lento un mundo de iguales. Hasta que la tortilla se vuelva.
“Cuándo querrá el dios del cielo, que la tortilla se vuelva”, cantaba mi bisabuelo Marino de la Santísima Trinidad García. El viejo había dejado atrás la malaria andaluza con una mano atrás y otra adelante. En Argentina fue vendedor de pintura, peluquero, laburante a destajo, militante anarquista a jornada completa. Hace tres años pude conocer su Motril natal. Puse las patas en esa fuente de agua marina que es el Mediterráneo. En la playa solitaria repetí sus versos: “Que los pobres coman pan, y los ricos, mierda, mierda”. Me cago en dios y en las fuerzas del cielo.
Post scriptum sobre el día después: el 2 de mayo de 1995 se conmemoró por primera y última vez en estos pagos el Día Internacional del Ocio. Fue una manifestación pública de la Fundación Alergia al Trabajo Regional Argentina, un grupo de agitación y propaganda que cuestionaba el embustero discurso de la “revolución productiva” que reinaba en los tiempos del menemato. Pusieron cuerpo y cabeza a desgano en la iniciativa Osvaldo Baigorria, Cutral Gioiosa, Guido Indij y Christian Ferrer. Las crónicas recuerdan que los muchachos marcharon haraganes, sin prisa pero sin pausa, unos 100 metros desde Plaza San Martín hasta el Bar Filo del Bajo porteño. Entre los pocos asistentes y la exagerada prensa presente, repartieron credenciales de la orga que llevaban tatuadas el dibujo de un oso perezoso colgado de una rama. El ágape terminó con la declaración final de la efímera fundación antitrabajo, en el que anunciaban su autodisolución: “La consigna dadá que hicimos nuestra, ‘desempleo absoluto para todos’, quiso expresar una convicción: que la única sociedad verdaderamente justa e igualitaria será aquella en donde el ser humano no sea tratado como un animal de matadero o un número más en una serie estadística. Y esa sociedad no puede ser otra que una sociedad del ocio. ¡La Fundación ha muerto, viva la Fundación!”. ¡Feliz Día del Ocio, compañeros y compañeras!