De ese fenómeno singular, tan incomunicablemente privado como escandalosamente exterior que es la muerte, solo puede decirse –como tantas veces se ha dicho– una sola cosa: es la única e inobjetable certeza de la vida. Balada de los esqueletos así lo evidencia
Cuando el poeta estadounidenses Allen Ginsberg, todo un mito de la cultura beatnik, moría el 5 de abril de 1997 a los 70 años de un cáncer de hígado, lo hacía con una mueca de sorna, satisfecho de estar azuzando, incluso con el último respiro, las costumbres burguesas y las conceptualizaciones vacuas que asfixian el pensamiento, el cuerpo, la experiencia.
Se lo quiera ver o no, parecía decir Ginsberg con Balada de los esqueletos, una de sus últimas creaciones, estamos muertos en vida, llevando, como llevamos, una existencia obvia, reglamentada.

Publicados previamente en la revista The Nation, y escritos con la urgencia de una salud que se sabe verdaderamente resquebrajada, Ginsberg quería que sus esqueletos rugieran con el mayor alcance posible. Se propuso entonces realizar (aunque el acontecimiento se diera como suelen darse estas cosas: casi por azar, sin demasiados preámbulos organizativos) una colaboración musical junto a Paul McCartney y Phillip Glass.

El poeta recitaría, el Beatle estaría a cargo de la guitarra y Glass, del órgano. El EP vio la luz en julio de 1996 y el cineasta Gus Van Sant, que había dirigido a William Burroughs en Drugstore Cowboy, grabó el videoclip, un collage en blanco y negro, con imágenes de protesta social y disturbios, que reenviaban a los sesenta y se actualizaba con críticas a la, por entonces actual, administración Clinton. Una apuesta sin duda exitosa: la expresividad de estos breves poemas salía ganando, con creces.
Balada de los esqueletos
En una edición bilingüe, La Bella Varsovia acaba de publicar en traducción de Andrés Neuman, y con los grabados del artista mexicano José Guadalupe Posada, esta Balada de los esqueletos que, por los tiempos que corren –de cinismo programado, descreimiento general y fascismos de bajo vuelo intelectual– mantienen una triste actualidad. Para Ginsberg, ostentar una autoridad tradicional es ejercer una violencia sobre ciertos sectores socio-culturales; así, los políticos de primera línea, el dispositivo militar, el conservadurismo, los medios de comunicación, atentan contra el desarrollo de una vida que opta por las ramificaciones del amor, del encuentro, del arte, y de la crítica.
Algunas muestras de estos satíricos esqueletos parlanchines. “Dijo el esqueleto presidencial: / no pagaré el recibo. / Y dijo el esqueleto portavoz: / No te hagas el vivo”. Sobre la maquinaria de guerra y los odios de clase: “Dijo el esqueleto militar: / ¡Bombas en las fronteras! / Y dijo el esqueleto de la clase alta: No alimentemos a las madres solteras”.
Sobre la deshumanización profesada por el Capital: “Dijo el esqueleto Buda: / La compasión es una gran virtud. / Y dijo el esqueleto empresarial: / Pero es mala para nuestra salud”. Sobre políticas neoliberales: “Dijo el esqueleto del gobernador: / Se cierran comedores escolares. / Y dijo el esqueleto del alcalde: / Y de postre, recortes populares”.
Se trata de vestir como esqueletos a personajes arquetípicos, afirmó el autor en una entrevista un año antes de morir. El político, el cura, el jefe policial, el empresario, el dueño de medios, el conservador, el hippie, el proletario, la ama de casa.
Todos tienen algo que decir; por lo general, la declamación humanista –en favor de la liberación de las mujeres, de la empatía hacia las minorías, del arte sin cesura, de la celebración de las drogas, de la paz– halla en sus polos opuestos contraargumentos que clausuran la discusión y cualquier posibilidad de diálogo productivo. Y, sin embargo, aquí están, una vez más, para ironizar, denunciar y reír otro poco.
Cadáveres de rígida vida alegórica que, a pesar de que no representen al mejor Ginsberg; y a pesar, incluso, del último escollo –la muerte–, siguen aullando en todas las direcciones cardinales. Quien sepa parar la oreja podrá escuchar esta balada, pretérita y profética, serpenteando por allí, soplando en el viento.