«Estoy recién regresado de Godoy Cruz. Allí acabo de filmar mis escenas para La Virgen de la tosquera, una película basada en cuentos de Mariana Enriquez, con dirección de Laura Casabé y Benjamín Naishtat». Como es habitual, Dady Brieva tiene ganas de hablar. Entrevistarse con él es una experiencia frecuentemente afable y risueña, como hablar con un viejo amigo al que se encuentra después de un tiempo. Pero está particularmente entusiasmado después de su experiencia mendocina.

«Hay todo un fomento de la industria audiovisual en Mendoza que no conocía y que me fascinó –continúa–. Se enmarca en un programa gubernamental que se llama Cash Rebate. Ya se rodaron 12 largometrajes, ocho en el último año y yo participé en dos de ellos. Se trata de inversiones en proyectos audiovisuales con reintegros y facilidades para productoras nacionales e internacionales que filmen en parajes de la provincia. Hay toda una movida impresionante que motiva en este contexto de tanta ignominia, tan siniestro, de tanta miseria. También te hace pensar en que tenemos que hacer un gran análisis de conciencia, sobre por qué perdimos las últimas elecciones, cuáles fueron nuestros errores, mirarnos al interior de nosotros mismos no únicamente hacer recaer las culpas en el afuera. Digo, yo veo esa movida alrededor del cine, todo de lujo y el que está al frente de la gobernación es (Alfredo) Cornejo».

Por más que el centro del encuentro es hablar del estreno de la última película que coprotagoniza y que, implícitamente, el acuerdo es no hablar de política, a lo largo de la entrevista la política surge como el invitado no deseado, quizás algo inevitable con un, tal como lo llamaría Aristóteles, animal político como Dady.

–¿Qué es lo que te motivó a formar parte de Paisaje?

–Yo soy un hombre grande, criado en otra época, en la cual eran pocas las personas que te advertían del hecho de que, por ejemplo, cuando tirás una lata de Coca Cola en la calle estás haciendo mal al ambiente y ayudando a aumentar el agujero de ozono. Si alguien te lo decía, te cagabas de risa. Hoy el agujero de ozono es una realidad. La película en principio se iba a llamar Pasaje interior y trabajaba mucho esos temas de ambientalismo, de la necesidad de proteger la naturaleza. Sin ánimo de spoilear, en una primera escena, mi personaje, un padre que hoy llamaríamos bastante machirulo, decide ir a cazar con sus hijos para celebrar el cumpleaños del menor de ellos. Lo hace por placer, inconscientemente para demostrar ante su prole su masculinidad. Sin ninguna conciencia ecológica, por supuesto. Mi generación carecía de esos cuidados, de esa conciencia. A pesar de que soy grande me gusta seguir aprendiendo, conociendo cosas nuevas.

–¿Qué otras cuestiones sentís que aprendiste?

–Me puse a reflexionar sobre mi propia masculinidad, por ejemplo. ¿Qué es ser macho? ¿Es ir a cazar animales? ¿Es tener la sartén por el mango en términos económicos, o sea, estar realizado económicamente y llevar el pan a casa y mantener a tu esposa? El hijo lo enfrenta a otras formas posibles de ser varón: más frágiles, con muchos miedos. Por otra parte, me interesaba otro de los temas de la película que son las familias ensambladas, las relaciones y los conflictos de las familias ensambladas. Y, por supuesto, me interesó mi personaje: un padre que fue muy duro, que hizo muy mal las cosas en el pasado con su hijo y que quiere cambiar, redimirse y no sabe cómo acercarse o se acerca mal y al hijo le pasa lo mismo. Y todo enmarcado en el género de suspenso, con una gran dosis de terror.

–Curiosamente también La Virgen de la tosquera pertenece al género del terror.

–Ese fue otro de los grandes aprendizajes. De grande descubrí el potencial del género de terror. Me pasé toda la vida diciendo que no me gustaba el terror. Cuando me ofrecieron Agrandaditos me resistí primero diciendo que no me interesaban los niños y terminé fascinado (risas). Pero volviendo al tema del género de terror, cuando yo pensaba en terror pensaba en películas del estilo Freddy Krueger. Y, claro que eso no me interesa. Pero, con los cuentos de Mariana Enríquez, a quien tampoco conocía, descubrí el género del terror social. La Virgen de la tosquera muestra los miedos y terrores que rondan al contexto de crisis económica, política y social conocido como 2001. Entonces me di cuenta de que el terror podía dar cuenta de la pobreza, de los basurales, de los que son considerados monstruos y fantasmas en una época.  Me dicen que Enriquez tiene otra novela de terror Nuestra parte de noche, donde utiliza zombies y vampiros para hablar sobre la dictadura argentina. Quizás el terror o el terror social sea el género que mejor exprese este momento actual de la Argentina.

–¿Creés que puede ser una alternativa de resistencia en el contexto actual?

–Lo que sé es que hay muchas formas de resistir además de tirar piedras frente al Congreso cuando se está debatiendo una ley nefasta. Lo conversaba con amigos y colegas, en política, no se puede estar siempre en el lugar de la mirilla a punto de gatillar. Tampoco me interesó jamás convertirme en un burócrata del peronismo, en una especie de empleado administrativo. ¡Qué cantidad de títulos te estoy tirando! (risas). Yo ahora estoy mirando las cosas que pasan, siempre posicionado del mismo lado. Son importantes las movilizaciones, pero también se puede resistir desde otros lugares.  No podemos permitir que avasallen el INCAA, pero también hay que pensar proyectos audiovisuales como en Mendoza.

–¿En qué momentos de tu carrera sentiste que, desde tu profesión, estabas resistiendo políticamente?

–Hay cosas que uno hace por dinero, para pagar el alquiler y no te satisfacen, y otras que no generan plata pero que es como tener un orgasmo. Curiosamente, en mi carrera, las cosas que más me gustaron hacer fueron dejadas de lado o desprestigiadas: la miniserie La pulsera o la única película que co-dirigí, guioné y en la que actué: Más que un hombre (2007). En La pulsera (2017) se trataban temas impresionantes en el marco de las historias de cuatro hombres que tenían que cumplir prisión domiciliaria. En Más que un hombre quise homenajear a los putos de pueblo, los modistos, las maricas que resistían, cogían y sobrevivían en tiempos adversos, incluso en tiempos de dictadura. Que tenían un humor distinto e impresionante. A putos como los que yo conocía en mi Villa María Selva. Quería homenajear al olvidado Juanito Belmonte al que quería interpretar. Yo quería que fuera una película a la que fueran parejas gays comiendo pochocho, se cagaran de la risa, que vieran también la epopeya de esos putos de pueblo en tiempos oscuros. Si Más que un hombre lo hubiera hecho Fernando Peña, hoy sería un clásico, una de esas películas pioneras, filmada algunos años antes de la Ley de Matrimonio Igualitario cuando no había tantas películas gays. Pero como la hacía un ex Midachi, estaba condenada. Fíjate que renegaron del título original que era el mismo del cuento en el que se basaba la historia Putos eran los de antes. Yo reivindico la palabra puto, tiene una musicalidad de guerra. Por eso cuando queremos arengar a alguien le digo «¡Vamos puto!». Contrariamente a lo que parece estoy vindicando la valentía de los putos.

Juan Luppi y Dady Brieva.

–¿El espectáculo teatral Super Dady, el mago del tiempo supuso otra forma de resistencia política?

–Totalmente. Cuando Víctor Hugo Morales vio la obra me dijo «no hablás de peronismo». En realidad, no hago otra cosa más que hablar del peronismo. Todo es peronismo en mi relato: el viaje a Mar del Plata, la adquisición de la heladera no hubieran sido posibles en otro contexto que no sean los gobiernos de Perón. Lo que pasa es que, en ocasiones, los peronistas lo sabemos muy bien después de la experiencia 1955-1973, lo políticamente más estratégico es hablar de peronismo, pero sin nombrar a Perón. «

Paisaje

De Matías Rojo. Con Ailín Salas, Juan Luppi y la participación especial de Dady Brieva. Estreno en salas: 15 de febrero.


Ser padre no es para cualquiera

“Cazar no es para cualquiera”, le dice Alberto (Dady Brieva) a su hijo Leandro (Juan Luppi), casi al comienzo de la película. La invitación a cazar animales es una de las muchas señales que dan cuenta de un largo desencuentro entre padre e hijo. También es uno de los motivos que llevan a truncar un posible acercamiento generacional. Al día siguiente de la excursión de cacería, Leandro y Eugenia (Ailín Salas), su esposa embarazada de ocho meses, abandonan el proyecto de pasar unos días junto a la nueva familia de Alberto. A mitad de camino de regreso a casa, el auto de la pareja se rompe y quedan varados en el medio de la montaña. Allí deberán enfrentarse tanto a la incertidumbre y las hostilidades del paisaje y a eventuales sucesos extraños que ocurrirán más pronto que tarde, como a mirar cara a cara las fragilidades de su relación amorosa y las incertidumbres que genera el eventual nacimiento de un nuevo ser. Uno de los principales méritos de la película de Matías Rojo y del guión de Pablo Longo es que, como sucede en las buenas películas del género de terror, los peligros que acechan, los monstruos o los potenciales asesinos son un espejo de los conflictos internos de los protagonistas. Estos conflictos ya están latentes y dados antes de que se manifiesten bajo otras formas.  Inscripta en los géneros del suspenso y el terror, Paisaje cumple con creces el objetivo específico de asustar y de mantener en permanente tensión al espectador. Pero también es una película sobre las relaciones de pareja, las familias ensambladas y sobre todo, sobre los enfrentamientos  y las posibilidades de reconciliación entre padres e hijos y sobre el miedo a ser padre.

Brieva en plena filmación.