«Cuando me llegó el personaje de Vladimir, sentí la necesidad de interpretarlo porque creo que es una metáfora de la violencia, de la muerte, de la oscuridad, de la soledad, del desamparo, de la impotencia, que era importante filmar y abordar en este momento en el cual estamos viviendo», reafirma Daniel Aráoz como una especie de mantra o de manifiesto cada vez que le preguntan por Vladimir, la película que protagoniza y que, desde el pasado 11 de abril se exhibe en salas de todo el país.

Aráoz recibe a Tiempo en su casa con hiperbólica hospitalidad, con la afabilidad y la calidez habituales, la misma que irradia en el escenario cuando cada viernes desnuda su alma haciendo gala de su inefable humor en MasterAráoz (viernes a las 21 en Chacarerean Teatre. Nicaragua 5565).

La última entrevista había sido vía telefónica, con motivo de otro estreno cinematográfico: «Es curioso que lo traigas a colación porque hace un rato me acordaba de que, en septiembre del 2020, en plena pandemia aparece la posibilidad de viajar a un festival a Oldenburg (Alemania) con La noche más larga. Por supuesto que en plena pandemia eso representaba un riesgo importante. Así que ahí fuimos el director, Moroco Colman, y yo invitados por la Cancillería porque no había forma de salir del país si no era en un vuelo diplomático. El de Oldenburg es un festival maravilloso, el primer festival de cine independiente, uno de los más importantes del mundo junto con Sundance. Entonces nos recibió el director Torsten Neumann, que es un genio y Débora Unger, la actriz protagonista de Crash de Cronenberg. Era la primera película de cine argentino que se estrenaba tras la pandemia. Me dieron el premio Seymour Cassel a mejor actor. Soy el único actor latinoamericano que accedió a ese reconocimiento. Entonces nos dimos cuenta de que estábamos ahí, para decir ‘El cine está vivo’. O sea, ‘Sí, a pesar de todo volvimos a los cines’. Fíjate la importancia de lo que representábamos en ese momento. Bueno, hoy nos toca el estreno de Vladimir, otra película de cine independiente donde ninguno de nosotros ganó un peso. Pero necesitábamos filmar y ahí estamos apoyando al cine independiente. Así que esta nueva convocatoria viene también con mensaje. En este contexto, es importante reafirmar que el cine está vivo. Acá venimos nosotros con este trabajo colectivo inmenso que reúne a la literatura, la actuación, la música, la fotografía. A ese hecho colectivo que es la séptima maravilla del mundo».

Aráoz es Vladimir.

–Todas las películas son hijas de su tiempo. ¿Qué te parece que dice Vladimir de esta época?

–Nosotros filmamos esta película saliendo del Covid19 y hay una escena que no quiero espoliar, pero que, de alguna manera, yo sentía que estaba representando la pandemia. Me refiero a la manera en que se muestra la muerte de una de las protagonistas. Otro tópico que también habla de nuestro tiempo es que aparece cierta pulsión de guerra y de violencia. Y también aparece en la trama la corrupción. Es una película sobre la demencia y la locura en las urbes que también es hija de nuestro tiempo. Es una película que aborda el tema de la pintura, arte tan caro al cine, donde cada encuadre es un cuadro, una obra de arte. La pintura es un arte milenario, vino antes que la palabra. Creo que la pintura oficia de metáfora de la violencia, de la corrupción. Es la metáfora que el autor y el director y quienes nos embarcamos en esto teníamos necesidad de contar. A su vez, en términos quizás más personales, sobre todo lo más importante para mí es mi homenaje a Renata Morini, mi compañera de vida, que es pintora y sus pinturas están en la película. También mi hija Lola tiene un rol. Somos una familia de artistas y acá estamos todos juntos, defendiendo nuestra vida y trabajando para ella. En la industria del cine sabemos lo que cuesta hacer una película, el tiempo que cuesta, los esfuerzos que cuesta. Entonces, cuando llega la hora de filmar, hay que concretar el hecho artístico ahí. Ese es nuestro trabajo.

–Teniendo en cuenta la variedad de temas, ¿dentro de qué género o géneros encasillarías a Vladimir?

–Un thriller con momentos absolutamente delirantes y absurdos, y con una fotografía muy moderna. Hay una mezcla de géneros y estilos que incluyen el surrealismo a través de lo onírico y lo fantasmagórico. De a ratos, tiene momentos escalofriantes, como de cine de terror. También tiene un final muy fuerte, muy realista y sorprendente.

–Tu personaje es un pintor, quizás asesino, quizás femicida. En ese sentido, forma parte de una tradición clásica de la ficción argentina cuyo principal exponente es El túnel de Ernesto Sábato. ¿A qué elementos o estrategias recurrís para componer un personaje tan complejo? ¿Apelás a personajes reales? 

–Mi técnica y trabajo tiene que ver con la energía, es un manejar las energías. Yo me concentro mucho en el trabajo, soy muy obsesivo, Y lo digo en términos de que me gusta dar lo mejor, como lo hago con MasterAráoz para cada función de teatro. La «magia» del actor es dar lo mejor de uno y trabajar con la energía del personaje. Trato de encontrar su energía sobre todo cuando uno está dentro de un personaje literario. Cuando en el set dicen corte, bueno, ahí ya está el alivio, me libero.

A Vladimir lo acecha la oscuridad.

–Tratándose de un personaje tan complejo, ¿cuál es la escena que más te conmovió o te costó hacer?

–A mí me conmueve el final y el hecho de que en ese final hay un sacrificio. Un sacrificio que, en términos literarios, da cuenta de una redención. Y esa redención está en una niña, en un adolescente. El mensaje es encontrar en la inocencia de la niñez algo de sabiduría.

–¿Cómo te parece que podemos seguir diciendo «viva el cine» más allá de haciendo cine? ¿Qué estrategias creés efectivas para seguir luchando por el cine en este tiempo crítico?

–Es todo un tema que tiene cierta complejidad porque yo creo que hay y hubo una complejidad con respecto al hecho artístico de hacer cine. Y ese hecho, creo que hay que sanarlo. Estoy de acuerdo y me parece que es lógico revisar el trabajo del Incaa. Me parece que es posible, y que es necesario auditar todo porque seguramente nos vamos a encontrar también con cierta característica de este tiempo que posiblemente tenga que ver con la corrupción. Lo que me parece que no está bien es ir en contra de la cultura, o sea, hay que producir una discusión con la voz cultural. Discutir en serio, culturalmente sobre economía, sobre liberalismo, los fisiócratas, Keynes. Si no solo se escuchan dos voces inútiles a las cuales se le ven demasiado los hilos y se entra en una neurosis obsesiva y tóxica de la cual no voy a participar. Me parece que yo lo que puedo aportar desde mi humilde lugar y mi experiencia es dialogar. La voz cultural está sobre la voz política. Estamos dispuestos a dar esa disputa. Y decir que lo que no se puede hacer es cerrar el Incaa. También hay que ser más precisos a la hora de explicar cómo se construye el cine argentino e informar claramente que una película se financia mayormente de la entrada de cine. Entonces si surgen problemas, tiene que haber una autocrítica, por supuesto, siempre tiene que haber una autocrítica. La autocrítica posibilita ver cómo se llegó a la situación en la que estamos. Sin autocrítica, ¿qué posibilidad hay de construir diálogo? Y si es necesario hay que asumir los errores, hay que pedir perdón. O, en el caso de no haber hecho bien las cosas, bueno, las consecuencias que eso implica. Pero, humildemente ¿dónde está la autocrítica? Hay que ver las maneras y las formas en cómo se construye el diálogo y cómo se construyen los acuerdos que de ninguna manera son negocios políticos.

Dos potencias se saludan: Aráoz y Belloso.

–¿Cómo se construyen diálogos y acuerdos en una sociedad que parece atravesada por la mentada grieta?

–Hay una base desde la cual tenemos que partir. Primero las niñas, los niños. Eso es fortalecer nuestro origen. Eso va a ser bien visto por cualquier ser humano que se precie de tal. No puede ser que en un país como el nuestro un niño no tenga cuatro platos de comida diarios, no tenga un techo, una casa, educación, amor, abrazos. Eso es lo que hay que hacer para sanarse. Entonces ahí ya te pongo una prioridad en la que estoy trabajando hace ya más de tres años y que fue la lucha por la Ley Pancitas Llenas, para acabar con el hambre. Eso que cuenta con el apadrinamiento del empresario alimenticio Julio González, implicó tres marchas al Congreso, el acuerdo con 80 empresarios y más de 100 artistas participando. Ahí tenés un ejemplo de posibilidad de acuerdos. 

–¿A qué denominas la voz cultural?

–Aquella voz que creamos desde la contracultura artística, desde el Frente Cómico Popular, desde El Parakultural del mundo. Yo tenía 24 años y después incursioné en La noticia rebelde, en El mundo de Antonio Gasalla. Desde esos espacios fuimos construyendo en todos los niveles una segunda voz. Ahora esa segunda voz es utilizada para una discusión donde nosotros no nos sentimos identificados. Es decir, nosotros vemos como se nos usa. Y se pone a la altura de la otra voz en una discusión en donde el pueblo vive otra realidad, sobre todo la pobreza de las niñas y los niños, que es lo que a mí más me conmueve. «

Vladimir también recurrirá a la violencia.






Vladimir

De Martín Riwnyj. Con Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Marcelo Melingo, María Eugenia Rigon, Mariela Pizzo, Germán Baudino y Enrique Dumont. En salas.

Aráoz y su mirada a futuro

Generosamente, Daniel Aráoz compartió y leyó algunos pensamientos, dichos y escritos que analizan a veces con slogans la complejidad de esta época histórica.
“Son cositas que he ido escribiendo en este tiempo, frases sueltas. Con respecto a la economía, la oferta y la demanda no pueden llegar a un equilibrio sin moral –puntualiza el actor–. Y sin moral, ni cultura tampoco podemos analizar el anarquismo, el neorrealismo. No se valoran las personas por lo que dicen, sino por lo que hacen. Tampoco sirven los discursos que no pueden emocionar. Primero las niñas y los niños. Yo entiendo que lo que debe proponer la cultura es hablar con paciencia… Hay palabras que debemos cambiar. Reemplazar hambre por comida, materialismo por humanidad, políticos por servidores públicos, confrontación y negocios políticos por acuerdos políticos, corrupción por honradez, soberbia por humildad, violencia por paz. Y hay que poner en esto nuestro cuerpo y nuestra alma. Esas son las bases para poder construir cosas en común, porque lo que pienso, muy humildemente, es que en este momento necesitamos más que nunca construir acuerdos.”