El 3 de junio de 2015 cientos de miles de personas salimos a las calles a gritar Ni Una Menos. Éramos mujeres, niñas, travas, trabajadoras registradas, trans, trabajadoras de la economía popular, lesbianas, profesionales, hinchas de algún equipo de fútbol, mamis de la cooperadora, deportistas, adolescentes, delegadas de clubes, un montón de identidades. Todas las identidades, cualquier identidad, de cualquier clase, de todas las pieles, de todas las tonadas, con todos los cuerpos, en todo el país. Habíamos sido convocadas por un colectivo incipiente integrado – entre otras – por varias periodistas angustiadas hasta el asco por tener que cubrir todo el tiempo un nuevo femicidio.
La noticia exigía mucho de las trabajadoras de prensa: había que dar la batalla en las redacciones para que no se juzgara a las víctimas y se protegiera a los violentos. Seguramente haya sido, en algún punto, esa pelea la que tornó la angustia en organización, la que hizo que la exigencia cambiara de orientación: ahora, desde la conciencia colectiva, Ni Una Menos se paraba frente al machismo como una sola voz para que habláramos todas, aun las muertas. Y todo se revolvió, hasta el lenguaje. La primera persona del plural tomó tanta fuerza que empezamos a decir “nos matan”, pero seguíamos ahí, reivindicando nuestra dignidad.
En los diez años que pasaron desde entonces, Ni Una Menos fue aullido, pero también fue deseo, fue consigna, fue límite, fue punto de partida y fue germen de muchas leyes que se convirtieron en políticas públicas en nuestro país y más allá. Ni Una Menos convocó a muchas, muchísimas contra la violencia machista y también potenció luchas que llevaban décadas porque cuando nos encontramos en las calles ese 3 de junio entendimos que es en las calles donde se dan las discusiones que tienen eco en los recintos legislativos.
Diez años después, el mundo está distinto. Parece más cruel o siempre lo fue, pero ahora se reconoce cruel y se regocija. Hace noventa años Roberto Arlt (otro trabajador de prensa) lamentó que “asistimos al ocaso de la piedad”. Parece que llegó la noche. Las redes sociales – las personas en las redes sociales – desataron los discursos más virulentos que se ocultan con cobardía detrás de seudónimos y máscaras, pero que actúan directamente sobre las conductas. Hoy tenemos un gobierno que nos declara enemigas. A todas las que estuvimos aquel 3 de junio, aunque haya quienes finjan no darse cuenta.
Tenemos un gobierno que odia y que nos violenta no sólo con agresiones virtuales, sino con gases y palos y con peroratas presidenciales en foros internacionales. Es que el gobierno pretende que nuestras reivindicaciones sean condenadas, que seamos castigadas por feministas, por militantes, por pensar(nos) unidas. El gobierno entiende que somos quienes vamos a dar vuelta todo, porque el mundo así no puede seguir. Por eso denunciamos el hambre y el saqueo del FMI, la represión, los recortes en salud y educación, el cierre de los programas de género, de los espacios culturales, el fascismo transmitido por la señal Pakapaka, el vaciamiento y censura en los medios públicos que son los que amplifican las voces en todo nuestro territorio nacional.
El gobierno nos odia porque comprendemos la etapa. Porque sabemos que es fundamental la unidad de todos los sectores para defender nuestra soberanía. Por eso hoy, 3 de junio, nos volvemos a encontrar en las calles en distintos lugares del país. Pero también por eso en Buenos Aires nos encontramos el miércoles, los días en que el gobierno les pega a nuestras compañeras jubiladas. Mujeres que reclaman dejar de laburar para no cagarse de hambre después de haber trabajado toda la vida. Nos vemos frente al Congreso porque hoy está en duda la jubilación del noventa por ciento de nosotras. Ni Una Jubilada Menos. Ni Una Menos. Seguimos organizadas.