José “Chino” Vizcarra toca una batería electrónica Octapad que apenas sabe encender en la banda “Doble enganche”. La integra con otros futbolistas de Gimnasia La Plata, como Lucas “El Pata” Castro (teclado) e Israel “Coquito” Roldán (timbal), los enganches. Tocan en cumpleaños de familiares y amigos, en despedidas de año. “El fútbol te satura, todos los jugadores tienen algo que los distiende -dice ahora Vizcarra-. Siempre jugué al tenis, me encanta. Ahora toco la guitarra, solo. Me fascina la pesca. Son los hobbies para salir de la locura y la euforia”. De las inferiores de Rosario Central, debutó en 2005 y después, en la Argentina, jugó en Gimnasia, San Martín de San Juan, Boca Unidos de Corrientes, Ferro, Platense y Central Córdoba de Rosario, donde se retiró y vivió su primera experiencia como entrenador entre 2022 y 2023. El delantero había evitado el descenso con Central en la Promoción 2009, descendido en 2011 con Gimnasia y ascendido en 2018 con Platense al Nacional tras ocho años en la B Metro, con su gol de cabeza en la final ante Estudiantes de Caseros. A los 39 años, y con un nombre vinculado a los clubes que definieron la Copa de la Liga (Central le ganó 1-0 a Platense con un golazo de Maximiliano Lovera y salió campeón), mira en perspectiva. Piensa.

-¿Cómo es ser entrenador por primera vez?

-Me recibí en 2011, cuando jugaba en Gimnasia. Conocía a Central Córdoba y, sobre todo, a los jugadores, que habían sido mis compañeros y casi ascendimos. El duelo de dejar el fútbol no lo hice. Ser entrenador es saber que ya no depende de vos. Podés trabajar un millón pero depende de los que están adentro de la cancha. Y tenés que ocuparte de mil cosas. Como jugador vas, entrenás, comés y dormís. Acá tenés que planificar todos los días laburos, estar encima de los problemas de cada jugador, sobre todo en un club como Central Córdoba, donde hay chicos que cobran dos mangos y comen muy mal. Lo básico, pensar cómo se va a viajar el día del partido. Tenés la cabeza a mil por hora todo el día. Es a lo que quiero dedicarme. En Central Córdoba salí a buscar un sponsor para la camiseta para que haya plata para traer jugadores, fui a buscar el hielo para que hagan el descanso después de los partidos, pagué el desayuno. Lo hago porque quiero, porque es el laburo.

-Ser entrenador, a veces, se reduce a tácticas y estrategias.

-Es lo primordial, te llevan para dirigir y ser competitivo, pero no es sólo eso. ¿Cómo vas a exigir a un jugador en una pretemporada, la parte dura, si sabés que no come bien y no duerme bien porque labura a la noche? No podés tener un entrenamiento de calidad si un pibe no tiene para comer, duerme mal o vive en un ambiente que es malo. El jugador, en definitiva, no deja de ser una persona, no una máquina, que es lo que a veces piensa la gente, que a los jugadores se los maneja con un joystick. Hablo sobre todo por la mayoría de los jugadores del Ascenso. Mientras más arriba te vas menos falencias tenés, es más fácil. Querés GPS, concentrar, tenés.

-Cuando jugabas en Platense hablaste de “penales regalados”. Ahora ascendieron clubes vinculados al poder y, a la vez, se suspenden descensos en medio de torneos.

El fútbol argentino es una muestra del país, donde el poderoso siempre pasa por encima al más humilde y donde está todo armado para que un equipo ascienda, con arbitrajes muchas veces sospechosos. Jugué desde el Federal A hasta la Libertadores, y me tocó ir a canchas donde ni siquiera transmitían los partidarios. Hacían lo que querían. Pasa en Primera, imaginate en el Ascenso, en un partido en Salta a las tres de la tarde de un domingo. Perjudican a la gente, y a veces es indignante. El equipo competitivo lo tenés que tener, pero roban en la cara, como Riestra contra San Martín en Tucumán. Y no pasa nada. A Gimnasia, en La Plata, este año le cobraron un offside de un tiro de esquina. Cuatro árbitros en la cancha y seis en el VAR y nadie se percató. “Che, no existe en el reglamento”. Y Gimnasia estuvo al borde de irse al descenso, con gente llorando por decisiones que sobrepasan a todos. El fútbol argentino está bastante oscuro y no le veo arreglo en el corto plazo.

-¿Qué es descender y ascender?

-El descenso es lo peor que te puede pasar y más cuando tenés un sentimiento extra con el club. Si me hubiera ido a la B con Central no sé si hubiera seguido jugando al fútbol. Cuando me voy a Gimnasia y salvamos la Promoción 2010, Central estaba descendiendo contra All Boys en Rosario y estaba en el banco de Gimnasia llorando por el descenso de Central, no contento porque nos estábamos salvando. Y cuando descendimos con Gimnasia, nos fuimos aplaudidos por la gente, que es espectacular, no se entiende que sufra tanto y sean tan fieles. De hacer el gol del ascenso con Platense hasta hoy me doy cuenta de la magnitud. Cuando Platense pasó a la final de la Copa de la Liga recibí un montón de mensajes agradeciéndome por el gol contra Estudiantes porque, en teoría, ahí fue donde arrancó todo, lo necesitaban. “Nos sacaste de la mierda”. Es lo que te queda del fútbol: la gloria. Podés ser millonario, pero la gloria es para toda la vida y la sensación de ser querido te hace mejor, ese agradecimiento queda en la historia.

-Tu abuelo y tu padre fueron presidentes de Guillermo Tell, club de cazadores y de pesca de Rosario. Y desde los 12 hasta debutar en Primera estuviste en Central. ¿Qué es un club?

-Tu segunda casa, más cuando te familiarizás. Es un soporte anímico, un sostén emocional que te hace vivir una infancia y adolescencia espectacular. Vivíamos ahí, y antes de ir a Central estuve en la escuelita del Gringo Giusti y Sperandío. Son los lugares donde uno evita el peligro de la calle. Es mucho más sano un pibe en un club que dando vueltas en la calle sin saber qué está haciendo. Hoy a Central lo disfruto como hincha. Voy con mi hija más grande al Gigante. Es la verdadera pasión. Eso lo genera un club, más allá de los valores que los vas a usar toda la vida, y no sólo en el deporte.

-Jugaste en Ferro y Platense, cuyo fútbol fue gerenciado y luego quebraron. Ahora volvió el intento de convertir a los clubes en sociedades anónimas deportivas.

-Fui la primera incorporación de la actual dirigencia de Platense después de que levantaran la quiebra. No es casualidad que haya llegado hasta dónde llegó. Que tenga un estadio remodelado, básquet y futsal en primera, una confitería espectacular, pileta. Y es el tercer presupuesto más bajo de Primera. En seis años creció también en acciones sociales. Eso es un club. Cuando te quieren privatizar es porque los dirigentes que estuvieron fundieron el club, no lo querían, o porque no hay mucha gente que lo frene. Vení a privatizar a Central, que tiene 60 mil socios. Imposible, porque los clubes son de los socios. Los clubes que son sociedades anónimas encubiertas son pocos y con poquitos hinchas y, a la larga, terminan en la lona. Gerenciar el fútbol, para los dirigentes, muchas veces es la salida fácil. Que venga alguien, ponga plata, arme un equipo competitivo y que la gente se arregle. Pasó en Central Córdoba, y es el tercer club de Rosario, una de las ciudades más importantes del país. Si gestionás, si laburás desde lo simple, como un local para comprar la camiseta, crecés. Es cómodo que venga alguien al que le das un porcentaje de los jugadores de inferiores de acá a cinco años. El día que se van los gerenciadores, en el club queda tierra arrasada.

-¿Cuánto desconocemos de lo que sucede en el fútbol?

-La gente nunca jamás se va a enterar del 90%. A veces piensan que un delantero es un desastre porque no hace goles y el técnico le pidió una función que hizo a la perfección y los hinchas lo putean, dicen que es un burro. Un delantero no solo tiene que hacer un gol. Extrafutbolístico, aprietes de barras y un montón de turbias que hay en el mundo oscuro del fútbol en el que hay mucha plata de representantes. Las apuestas pasan, y te pueden jugar muy en contra. Me ha llegado, a mí y a los más grandes de un plantel: “Che, hay plata para ir para atrás”. ¿Cómo voy a ir para atrás? Me tenés que matar, es lo peor. No hace falta incentivar a un equipo completo para que vaya para atrás. Uno agarra viaje y no te enterás, pero a la larga se sabe. La rueda en el fútbol gira y quedás marcado para siempre. También se desconoce lo que me pasó cuando metí el gol del ascenso con Platense: tenía a mi mamá con cáncer de pulmón y quería estar más con ella que en la cancha. Es mentira que el jugador entra a la cancha y se olvida de todo, la más grande que existe. Si estás mal desde lo anímico o lo sentimental lo arrastrás. Los psicólogos deportivos tienen un rol clave en el fútbol, que es mucho más que un deporte. Siempre fue medio tabú, se los rechazó.

-¿Se sospecha cuando un futbolista “piensa” y habla de política, se expone, como vos, con críticas a Macri y Milei?

Llama la atención porque el jugador normalmente vive en una burbuja y no se compromete con el resto, con la sociedad, sobre todo los de Primera. Las falencias y las dificultades que lleva en el día a día el jugador del Ascenso son mucho peor a veces que las de un comerciante. Un sueldo en la C, en 2022, era de 80 mil pesos. Siempre dije lo que pienso. Los jugadores tenemos más llegada y repercusión que mucha otra gente. Algunos no se expresan por miedo al rechazo. Hay miles con los que en los vestuarios hablamos de política, es normal, pero no lo largan. Un jugador, como un actor, es una “figura pública”. Me interesa la política desde la igualdad social, la que da oportunidades a todos y no solamente a los poderosos. No me gustan las injusticias, me duelen y dan bronca.

-¿Nunca te dijeron eso de “no mezclar fútbol y política”?

-El fútbol es política. Es imposible separar, está en todos los ámbitos de la vida. A veces es la regla en el fútbol argentino. Macri es uno de los tipos más cínicos de la Argentina, vive en una realidad paralela. Toda su vida ha sido de decir algo y hacer otra cosa. Hoy se vive en Boca, donde se disputan el poder tipos pesadísimos, uno desde la política, y Riquelme, desde el poder del cariño de la gente.

-¿Cómo es Miguel Ángel Russo?

-Lo tuve dos veces como entrenador en Central, cuando era chico y alternaba entre Reserva y Primera, en 2003, y después entre 2008 y 2009, cuando le ganamos la Promoción a Belgrano. Para la historia de Central es el que estuvo cinco etapas, el que dirigió el clásico más recordado de la historia, el 4-0, el que ascendió de la B a Primera, con lo duro que fue, el que no perdió ningún clásico, el que llevó a Central a ganar la Copa de la Liga y a meterlo en la Libertadores cuando lo agarró a cinco puntos del descenso. Es un ganador. Y un tipo que se enamoró de Central y, después de su enfermedad, mira a la hinchada y llora. Como entrenador es muy simple, de la vieja escuela. Se apoya en los grandes. Y tiene una presencia que casi nadie tiene en el fútbol argentino. No sé si futbolísticamente te llena los ojos, pero te gana. Tener en un banco al Chino Vizcarra y en el otro a Miguel, el jugador rival lo ve, no es lo mismo. Con la simple presencia ya marca un respeto, seriedad. Entra al vestuario y, sin decir nada, sabés cuándo está contento o enojado aunque su cara sea siempre la misma. Pocas expresiones y palabras pero que marcan lo bueno y lo malo cuando tiene que ser.

-¿Qué es Rosario Central y qué es Platense?

Central es un monstruo que sigue creciendo. Hay una ciudad dividida entre Central y Newell’s y la gente está loca, enferma de verdad, y todo se magnifica y el clásico es único en el país; tiene una pasión que no se puede explicar, injustificada a veces, otras irracional. Platense, en cambio, es barrio, estructuralmente mucho más chico, tiene mucha menos gente pero tiene algo que te envuelve, es más cálido, muy solidario, porque está en los detalles.