Este lunes 18 de diciembre no será un día ordinario para los argentinos. Pero también es cierto que mucho antes de que la Selección Nacional consiguiera La Tercera, se encendió una estrella que todavía encandila al mundo entero con su brillo sin igual. Hace unos meses, desde estás mismas páginas, este cronista definió a Mick Jagger como “la encarnación del rock”. Entonces, ¿qué definición posible queda para Keith Richards?

Lo cierto es que el hombre nacido hace ocho décadas en Dartford, en el condado de Kent, al este del centro de Londres, es inclasificable. Toda adjetivación le queda corta e inexacta. Amplio y diverso; interesante y cautivante; talentoso y legendario; carismático e influyente; expresivo y resistente; auténtico e incansable; creativo y pionero… Es tantas cosas, que una definición lo limita. Es un referente y una inspiración, un ícono de la cultura moderna. Un modelo a seguir y un estilo de vida. Un hombre que, a sus 80 años, escribe una canción con la inocencia de los 20 pero con la experiencia a cuestas reflejada en la letra. “¿Mi futuro está todo en el pasado?”, se pregunta, quizás a modo de balance, en «Tell me Straight», el tema que escribió y canta en Hackney Diamonds, el recientemente editado álbum de los Rolling Stones.

A lo largo de su carrera, el hombre de las mil vidas ha sabido mostrarse como un provocador indomable y al mismo tiempo, desplegar la más entrañable ternura. Sobre el escenario y también por fuera de él. Porque sobran las muestras de amor hacia Mick Jagger, su inseparable compañero de ruta, con miradas, con gestos, con letras de canciones y con palabras (directas e indirectas). Y porque se ha expresado muchas veces en relación a lo que significan los afectos cuando no es un Rolling Stone. “Mi familia es muy importante. Cuando ves a los hijos de tus hijos te pasa algo. Una cosa es tener un hijo, pero cuando tienes nietos y nietas… Eso es… es un sentimiento increíble. No sé qué es. ¿Realización? No lo sé. ¿Continuidad? Pero sobre todo, amor”, se desnudó en Under The Influence, la biopic que publicó Netflix en 2015.

Artista colorido como pocos, ha sabido transformar los estruendos de las bombas que le pasaron muy de cerca durante su niñez (en plena Segunda Guerra Mundial), en riffs inolvidables que aún hoy resisten el paso del tiempo con frescura y una fuerza indestructible. Y así, cuando esos clásicos suenan en vivo 20, 30, 40 o incluso 50 años después, ratifica que la esencia del rock no conoce límites ni tampoco fecha de retiro. Dueño de una actitud desafiante que marcó una era, y que lo distinguió como el arquitecto del prototipo del rockstar, Keith Richards desplegó una increíble habilidad para fusionar blues y rock y, de esa manera, configurar la identidad sonora de los Rolling Stones y convertirse en el corazón de la banda.

Otra singularidad del eterno y magnético guitarrista es su facilidad para conectar con su público. Para explicar esto basta con describir una escena. Conmovido, mira al piso y, con timidez, balancea la cabeza sin entender lo que está ocurriendo. Contempla a su alrededor y se seca las lágrimas. Agradece y se sacude cómo quien quiere dejar atrás una sensación para enfocarse de nuevo en lo que tiene que hacer. Se cuelga la guitarra y suena el primer acordé de “Slipping Away”. Fueron más de tres minutos de una ovación sin precedentes que lo superó emocionalmente. Ocurrió en La Plata, el 10 de febrero de 2016, en el segundo show que los Stones dieron en Argentina en su, por ahora, última visita al país.

A contrapelo, también tuvo la lucidez y la sangre fría para contener a guitarrazos a un desconocido que buscó sus 15 segundos de fama y se subió a un escenario desbordado por el ritmo de “Satisfaction” y por cientos de globos de colores que reducían la visibilidad y la posibilidad de acción. Pero no para Richards. Fue en 1981, en Hampton Coliseum, en Estados Unidos, y cuando se aseguró de que el personal de seguridad ya había controlado la situación, se volvió a calzar la guitarra y continúo como si nada hubiese ocurrido.

El eterno Keith Richards.

Además, su influencia artística cruzó las fronteras de la música, cuando Johnny Deep se inspiró en su imagen para personificar al mítico Jack Sparrow en Piratas del Caribe. “Yo sólo le enseñé a Johnny cómo se dobla una esquina cuando estás borracho: nunca separes la espalda de la pared. El resto fue de su cosecha”, contó años más tarde el guitarrista en Vida (2010), su autobiografía. Ese proyecto implicó que el propio Richards fuera convocado para dar vida a Teague Sparrow, padre del capitán, en la tercera y cuarta entrega de la saga.

Como estas, podrían describirse una interminable cantidad de escenas, ocurridas en estos más de 60 años de vida pública, que pinten algún aspecto de la esencia artística y personal de Richards. Es por eso que, ante un estilo de vida tan por fuera de lo convencional, se torna realmente muy complejo etiquetarlo.

Portador de un particular sentido del humor, supo también hacer convivir su rol dentro de los Rolling Stones con su proyecto personal junto a los X-Pensive Winos, la banda que lidera desde 1988 y con la que editó un puñado de discos en los que puede apreciarse, sin diluyentes y a pura crudeza, el ADN que lo caracteriza.

Foto: AFP

Tiene sentido que una persona de 80 años empiece a pensar en el retiro. Pero esa ecuación no responde a cuestiones lógicas cuando se trata de Keith Richards. Si bien reconoce que contempla la idea del final al preguntarse “¿qué carajos estoy haciendo?, tengo 80 años y estoy tocando rock & roll”, también asegura que esos pensamientos son efímeros y que se van del mismo modo en que aparecieron. En ese sentido, rebelde como de costumbre, se responde a sí mismo: “No suelo pensar en mi edad, ni en nada. ¿Quién más podría seguir tocando rock and roll?. Si los Stones no pueden hacerlo, nadie más puede”.

Entonces, de nuevo: ¿qué definición queda para Keith Richards? Keith Richards es el rock, en estado puro y natural. Su mejor exponente: su más fiel representante e intérprete. Nadie mejor que el propio Keith para explicarlo: “La vida es algo raro. Nadie quiere envejecer, pero tampoco quiere morir joven. Uno debe seguir el sendero. He sido bendecido y tocaré hasta que no pueda más. Es lo único que puedo hacer. No estoy envejeciendo. Estoy evolucionando”.