Mucho se ha dicho, escrito, escuchado y leído sobre la vida de Mick Jagger fuera de los escenarios. Spoiler alert: no encontrará nada referido a eso en este artículo. Su extensa, rica y exitosa trayectoria como artista es motivo suficiente para trazar un recorrido y disfrutar de la herencia musical que el cantante de los Rolling Stones dejó para siempre en la cultura popular moderna. Sin más preámbulos, Jagger es la encarnación del rock en dos adjetivaciones pocas veces confluyentes en un solo ser: fundacional e inagotable. Historia, legado y presente, constituye una leyenda viva. Un suceso sin fin que cumple 80 años.

Hace más de seis décadas que el mundo entero transcurre al ritmo de la música de los Rolling Stones. Por este motivo, cuesta pensar en ese sonido que atravesó a la humanidad sin uno de sus componentes fundamentales. Es que ni la expulsión de Brian Jones (fundador y dueño de los permisos experimentales); ni el posterior alejamiento de Mick Taylor (pieza clave en el momento de mayor creatividad de los Stones); ni la renuncia de Bill Wyman (quien con su salida disolvió la base rítmica que dio identidad al conjunto durante los primeros 30 años); ni, finalmente, la dolorosa muerte de Charlie Watts (amo y señor de la batería durante casi toda la vida de la formación); nada de esto (ni por separado ni combinado), pudo destruir a la esencia de los Rolling Stones, que se alimenta principalmente de dos variables que no variaron nunca en los últimos sesenta años y que catapultaron a la banda al lugar que hoy ocupa en la historia del rock (y de la música). Una de ellas es la inigualable voz de Mick Jagger (la otra es los inconfundibles riffs de Keith Richards, pero esta historia tendrá que esperar unos meses). La pregunta, entonces, servirá solo para reafirmar la obvia respuesta. Pero, ¿alguien puede siquiera imaginarse a la música de los Rolling Stones sin la singular forma de cantar de Jagger?

El verano londinense de 1943 que vio nacer a Michael Phillip Jagger, aquel 26 de julio, nada se pareció a los últimos períodos estivales que azotaron con elevadas temperaturas a Inglaterra y, con ella, a toda Europa. Pero sin dudas, un rayo de sol veraniego se filtró por algún resquicio del Hospital Livingstone de Dartford, en Kent, al este del centro de Londres, e iluminó con una energía especial a Eva Ensley Mary Scutts cuando dio a luz a su primer hijo.

Una infancia tranquila y cómoda en la Europa de la posguerra, un fugaz paso como estudiante de Economía, una banda formada con amigos (que sin saberlo sería el germen de los Rolling Stones), un reencuentro en la estación de trenes de Dartford y un puñado de discos de blues bajo el brazo, forjaron los primeros cimientos de la personalidad de un joven que, con casi 19 años, se subió a un escenario en el Marquee de Londres para interpretar las canciones de sus referentes musicales y empezar a delinear una carrera que lo convertiría en el mejor frontman de todos los tiempos.

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Claro que ese recorrido no estuvo signado por la linealidad. Más bien, se nutrió de muchos momentos de quiebre. Instancias de experimentación y reinvención según lo pedía la época (y la industria). Y quizás aquí resida el secreto de la durabilidad del personaje.

Dueño de una versatilidad sin par, Jagger ha sabido mostrarse siempre a tono con la estética del mundo. Primero, a través de aquel joven de pelo corto de los inicios de los ’60, ya movedizo e inquieto pero algo encorsetado por la rigidez que imponía usar traje. Luego, personificando al adulto sexual de la década siguiente, un transgresor, provocativo y hedonista que rompió con todos los estereotipos del rockstar para reconfigurar esa imagen e influenciar a las nuevas generaciones de músicos al ritmo de sus bailes explosivos. Más tarde, con la consolidación de los sonidos de la new wave en los ’80, cambió su forma de cantar y adoptó un tono más grave, diversificó su estilo, resignó algo de rebeldía y se entregó al show business del entretenimiento, para darle protagonismo en la escena al hombre definitivamente maduro y sensual que floreció en los globalizados años ’90 y que se convirtió en una figura inmortal, clave en el negocio discográfico.

Desde entonces, ya con 30 años siendo el cerebro de la banda de rock más grande del mundo, y a un ritmo menos frenético, intensificó su esencia evolutiva y se constituyó en un ícono más allá de la música al que nada lo avergüenza. Ni siquiera ser Caballero de la Corona Británica y, a la vez, un emblema de la contracultura. Porque además de compositor y cantante, es actor, productor, y propietario de una energía envidiable y duradera, de una forma física más acorde a la de un deportista retirado que a la de un cantante de rock, de un carisma arrollador, de una vitalidad inagotable y de una presencia magnética en donde quiera que esté. Cautivador, de movimientos hipnóticos, y creador de un estilo inconfundible, lo caracteriza un indomable espíritu creativo. Su capacidad para explorar y fusionar géneros, de tener la sensibilidad para dejarse inspirar y adaptarse para nunca pasar de moda, lo mantuvieron siempre atento a los cambios y a las tendencias. Su acertado y meticuloso enfoque artístico y su precisa adecuación vocal a las circunstancias de la edad fueron factores claves para que los Rolling Stones se mantuvieran a la vanguardia de la escena musical sin perder vigencia desde 1962 hasta la fecha.

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Su vida, con todo lo que construyó en los 80 años que cumplirá formalmente este miércoles, es un hecho imprescindible para comprender el imborrable legado musical que produjo y que se puede repasar en el interminable catálogo de los Stones, en numerosas participaciones con diversos artistas y en un puñado de álbumes como solista. Su imagen de juventud perpetua convive en simbiosis con el poder y el impacto perdurable de su obra, que ha dejado una huella indeleble en la historia de la música, que se renueva generación tras generación y que todavía no ha escrito su última página.