Podría ser calificado como el máximo exponente del candombe beat, como uno de los más reconocidos referentes de la música rioplatense o como uno de los más grandes showman que puede verse sobre un escenario, sin embargo todas estas definiciones, tan rimbombantes y trilladas, quedan definitivamente cortas a la hora de hablar de Rubén Rada, el artista que este domingo 16 de julio estará celebrando sus 80 años.

Es que «El Negro«, como se lo suele llamar cariñosamente, es un performer capaz de lucirse en los más amplios géneros, dotado de un sentido de la musicalidad y un rango vocal poco común -no siempre debidamente valorados-; un exquisito compositor, capaz de crear complejas armonizaciones y exquisitas melodías sin haber realizado jamás ningún tipo de estudio; y un portador del buen humor y la sensación de bienestar que la música puede provocar.

Disfrutar del arte de Rubén Rada supone una recorrida sin esfuerzos por la world music, en el sentido más amplio del concepto, pero siempre con la antena centrada en el Río de la Plata; y con un nivel de excelencia que hasta puede pasar desapercibido, fundamentalmente por la naturalidad y la gracia con la que lo expone.

«La música está en la cabeza. Lo que sí, debería haber estudiado algún instrumento para molestar menos a los músicos», le dijo alguna vez, al describir la manera en que surgen sus canciones y la modalidad de cantárselas, con arreglos y todo, a otros colegas, habitualmente Hugo Fattoruso y Ricardo Nolé, para que las transcriban.



Así Rada dio vida a una amplia variedad de canciones que dan cuenta de su capacidad para captar los rasgos distintivos de cada género y camuflar las complejidades armónicas o melódicas; a la vez que demuestran cómo desde el humor casi inocente es capaz de abordar temáticas espinosas en distintos momentos, como el racismo, el terrorismo de Estado en su país o las diferencias sociales.

«Candombe para Gardel» es un ejemplo del primero de los casos, y éxitos como «Blumana», «Dedos» o «Flecha Verde» podrían citarse para ilustrar el compromiso social de este artista y la forma elegida para abordarlo.

Como todo montevideano de familia pobre, Rubén Rada transitó su infancia con el fútbol y la música como principales aliados para sortear penurias. «En la esquina de mi casa había una cancha de bochas y me daban monedas para que haga imitaciones de Louis Armstrong, Brenda Lee… cualquier cosa que sonara en la radio, yo la copiaba», recordó hace algunos años, en una prueba irrefutable de su enorme talento para la interpretación.

No era extraño en ese contexto que, ya desde pequeño, saliera con las comparsas del barrio o se entremezclara en las tradicionales llamadas de tambores, en tiempos en los que se ganó el apodo de «Zapatitos», porque llamaba la atención por la gran medida de su calzado.

La tradición se combinó a finales de los ’50 con los ritmos de moda que venían del norte cuando, bajo el seudónimo de Ritchie Silver, se calzó la ropa de crooner y se unió a los Hot Blowers, una numerosa agrupación en la que estaban los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso y el humorista Cacho de la Cruz, entre otros, que recorría salones de baile al son del dixieland, las baladas doo wop y los éxitos del flamante rock and roll.

En los ’60, junto a Eduardo Mateo, uno de los mayores mitos de la música popular uruguaya («Nuestro John Lennon», lo definió Rada), puso en marcha la era del candombe beat, un género musical que mezclaba el rock con rítmicas típicas del Río de la Plata. «Escuchábamos mucho a Los Beatles, pero le poníamos nuestra propia identidad», rememoró.

Primero fue en el legendario grupo El Kinto y luego en Tótem, dos de los principales referentes del género. En aquellos años surge «Las manzanas», acaso su mayor éxito en esa etapa.



A fines de los ’60 sufrió un duro baño de realidad cuando quedó fuera de los Shakers por una decisión empresarial ligada a cuestiones racistas. «Iba a venir con Los Shakers a la Argentina porque yo cantaba mucho con ellos, pero el empresario que los contrató dijo que yo no daba beatle, era negro, no tenía flequillo, y me mandó de nuevo a Montevideo», reveló.

A cambio, volvió a cruzarse con los hermanos Fattoruso en EEUU en los primeros años de los ’70 en el proyecto Opa; pero luego siguió viaje a Europa, por donde estuvo deambulando durante gran parte del decenio. Por las calles de Austria, Noruega, Finlandia, Alemania y Suecia, entre otros países, Rada cantaba por unas monedas cualquier música que le pidieran, desde tangos de Gardel hasta éxitos de la moda disco.

Con los albores de los años ’80, se instaló en la Argentina, en donde logró establecerse a base de buena música y grandes performances como uno de los grandes animadores de la escena musical local. En tal sentido, son memorables sus actuaciones en el mítico boliche Jazz y Pop, que culminaban con el propio Rada saliendo a la calle tocando el tambor y el público detrás, haciendo trencito.

Los melómanos también recuerdan sus bandas de perfil jazzero, con una sección de vientos que incluía a Bernardo Baraj y Benny Izaguirre, el pianista Jorge Navarro, el guitarrista Ricardo Lew y el baterista Luis Ceravolo, entre otros; o el monumental trío acompañante conformado por Osvaldo Fattoruso en batería, Nolé en teclados y Beto Satragni en bajo. Pero tal vez el humor en sus letras y su actitud despreocupada lo ubicaron para el público en general en un sitial de respeto y cariño, pero sin el reconocimiento musical merecido.



La crisis económica de fines de los ’80 impulsaron a Rada a dejar el país y probar suerte en México y Estados Unidos, en donde teloneó a importantes figuras y registró algunos discos con grandes producciones, como el caso de «Montevideo», en donde tocaron músicos internacionales como Anton Fig, Hiram Bullock y Tom «Bones» Malone, entre otros.

La suerte comercial de Rada dio un vuelco cuando en 1998, ya de regreso en el Río de la Plata, grabó «Black», que ubicó a «Loco de amor» como un gran hit, le abrió las puertas a importantes sellos y lo condujo hacia Cachorro López, quien se iba a convertir en el productor de los sucesos radiales que hasta entonces no había tenido.

«Ahora nos llamamos `Qué Chorro´ López y `Roban´ Rada», ironizaba el Negro en torno al gran éxito comercial que por primera vez en su vida experimentó a inicios de 2000, cuando ya llevaba más de 40 años en los escenarios, con temas como «Cha Cha Muchacha», «Muriendo de plena» y «Alegre caballero», entre tantos.

La figura popular de Rada también se expandió a la televisión y el cine en la segunda mitad de los ’90 a partir de su participación en algunas tiras, como el caso de «Gasoleros» y su intervención en filmes como «24 horas (algo está por explotar)» y, más recientemente, «Por un puñado de pelos».

En los últimos años, el querido artista goza de un unánime prestigio bien ganado a fuerza de trabajo y talento; se da el lujo de contar con sus virtuosos hijos en su banda y hasta se permitió enseñarle unos pasos de candombe al mismísimo Mick Jagger, en la última visita de The Rolling Stones a Montevideo.

El 20, 21 y 22 de agosto celebrará sus 80 años con una serie de conciertos en el Auditorio Nacional del Sodre, en donde se espera la presencia de las muchas figuras que cantaron con él a lo largo de su trayectoria, en un show que seguramente traerá antes de fin de año a Buenos Aires. Los esperaremos con 80 velitas y muchas ganas de someternos a una feliz «terapia de murga».

* Télam