Mientras con resultados dudosos intentamos alcanzar un honroso empate en el bravo partido por la batalla cultural, todo esfuerzo para mitigar el bajón parece no alcanzar. Ya ni siquiera hay necesidad de deshojar una margarita para darnos cuenta de que este gobierno derrama su afecto en muy pocas manos y que esa elección influye decisivamente en nuestras creencias y en nuestro ánimo.

La obra de don Arturo Jauretche tuvo el propósito central de desenmascarar la gran zoncera neo liberal de la Argentina. Lo hizo a través de acciones personales, haciendo política y honrando los cargos que asumió. También desde sus libros. Sabiendo que los profetas del odio siempre acechan y vuelven, desarrolló su cruzada contra zonzos, tilingos y cipayos. Intelectuales brillantes como Raúl Scalabrini Ortiz, Manuel Ugarte y Juan José Hernández Arregui fueron también compañeros de lucha, pero los razonamientos de Jauretche explican parte del desencanto y desvalorización que un sector de la sociedad siente en este momento. Su propuesta de combatir por el país alegremente no era una invitación a bailar cumbia en las esquinas. O una convocatoria a la autoestima banal, sino que representaba lo que nuestro artista-filósofo Leonardo Favio redondeó tiempo después, cuando dijo esa irrefutable verdad: «Nadie puede ser feliz en soledad».

 Era un llamado muy anticipado a su tiempo el de Jauretche que, en 2024 a 50 años de su muerte, alcanza candente actualidad. «El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Y los pueblos deprimidos nunca vencen», advirtió. Y agregó: «Nada grande se puede hacer con la tristeza. Nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos». Un par de formidables y multitudinarias movilizaciones recientes lleva a otra consideración de Jauretche: «Ignoran que la multitud no odia. Odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría mientras que perder privilegios provoca rencor». Lo que ese colectivo manifestó fue que, pese a las enormes dificultades cotidianas, no va a quedarse contemplando las pérdidas con los brazos cruzados. Los peores intereses imaginables se confabulan para atacar derechos adquiridos, para ignorar necesidades urgentes, para modificar situaciones legales debidamente debatidas y saldadas o para atacar símbolos muy importantes y necesarios como la educación y la cultura. Ocupando calles y plazas del país la gente se expresó en paz, mostrando una alegría ilusionada, cautelosa, jauretchiana.

Jauretche también se ocupó de una forma de denigración que continúa vigente. ¿Qué les pasa por la cabeza (y por el corazón) a los que ante la mínima contrariedad creen hacerse fuertes diciendo que el nuestro es un país de mierda? Milagro supo cómo ponerle su bello pecho a la afrenta. En los memorables tiempos de la Tupac Amaru, en Jujuy, tuvo la lucidez y la valentía de introducir una materia obligatoria en escuelas primarias y secundarias y en las carreras terciarias llamada Autoestima. Esa herramienta, fundada en libros y desarrollada por maestros, los acercó al conocimiento, a la discusión, al orgullo, a aprender y a darse cuenta de la cantidad de cosas que traían negadas desde la cuna. Como no podía ser de otra manera, con la estima por el cielo (y no por el suelo, como ahora) jujeñas y jujeños militaron y del mejor ánimo lograron cosas maravillosas en materia de salud, educación, trabajo, vivienda, infancia, familia, recreación. Cuando comenzaron a ver que otra forma de vida era posible, los poderosos de la provincia y de la nación la sentenciaron, avisándole que jamás iban a perdonarle semejante desafío. Y por eso también la tienen presa sin causa desde hace más de ocho años. 

Eduardo Galeano escribió el libro Días y noches de amor y de guerra en su exilio. De su Uruguay natal, buscando aliviar épocas duras había saltado a la Argentina y de aquí, con las cosas de mal en peor, buscó refugio en España. Con ese texto ganó en 1978 el concurso literario de la Casa de las América, La Habana. Allí, como hermanado con el ideario de Jauretche, escribe: «Persigo la voz enemiga de estar tristes. A veces se me da por sentir que la alegría es un delito de alta traición. Y que soy culpable de seguir vivo y libre». El cacique Huillca, en el Perú enfrentó a los que llegaron a romperlo todo y a hacerlos desaparecer, pero no lo consiguieron. Huillca tenía razón, cuenta Galeano: «Estar vivos, una pequeña victoria. A la patria, tarea por hacer, no vamos a levantarla con ladrillos de mierda». De esa manera los hombres y mujeres seguidores de Milagro aprendieron a construir lo propio, distinguiendo perfectamente entre los ladrillos buenos y los ladrillos de mierda.

Hace 66 años cuando todo Europa seguía oliendo a guerra, el inglés George Orwell escribió la notable novela 1984 que anticipó con creces las décadas que no tardarían en llegar. Lo que se leerá a continuación es una irrespetuosa sinopsis . En un No País llamado Oceanía los voceros del Partido INGSOC admiten que «cuando la realidad lo vuelva necesario la verdad puede y debe fabricarse». Y no solo eso. Llaman vida a un devenir colmado de controles, fanatismos, restricciones, odios y la consagración de la idea de que quien no piensa como el poder quiere, necesita y mande es un enemigo. En ese Estado montado sobre sucesivas paradojas el Ministerio del Amor propicia el terrorismo verbal; la principal motivación del Ministerio de la Paz es entrar en guerra; el de la Abundancia tiene que ver con lo que más escasea y con tal de no contradecir al pensamiento único el Ministerio de la Verdad manipula y miente. Sería un libro ideal para leer y discutir en clases, claustros, talleres literarios y para armar una serie radial o televisiva. Claro que si cualquiera de esas posibilidades se hiciera en nuestro país debería sumarse una llamada especial: Lector, Oyente, todo parecido con lo que usted está viviendo y sintiendo no es imaginación, coincidencia o delirio. En nuestros días sectores oficiales entran en colisión con sus funciones naturales. El Ministerio de Capital Humano que entre muchas cosas promete proteger a poblaciones vulnerables escamotea insumos básicos a los comedores populares. Esa misma área retiene desde principios de año fondos imprescindibles para el normal funcionamiento de la Universidad de las Madres. Por primera vez en décadas la Secretaría de Cultura canceló su presencia en la Feria del Libro, uno de los principales acontecimientos culturales de cada año.

Todo esto en lo particular; en lo general es evidente la forzada decisión que procura imponer la idea de que no hubo años más desdichados en los que muchísimos la pasamos, claro que, con imaginables dificultades, pero felices. Elijo creer en lo que dicen los libros del sentido común. Porque ellos, y sus autores, lo dijeron antes, y mejor.