Pocos crímenes fueron tan estremecedores como el de Morena Domínguez, la niña de apenas once años que murió al ser atacada por motochorros en una calle de Lanús. Las borrosas imágenes de su martirio, debidamente registradas por una cámara de seguridad y transmitidas casi a coro por las señales de noticias, potenciaron en la mañana del miércoles pasado el horror del espíritu público.

Quizás Diego Kravetz, el secretario de Seguridad e intendente interino de ese municipio –además de precandidato bullrichista a serlo de manera no interina– fuera uno de los televidentes.

Lo cierto es que, para su fortuna, el estupor ante aquel asesinato terminó contaminado al día siguiente por otro episodio fatal: la muerte, a sólo metros del Obelisco, del manifestante Facundo Molares tras ser reducido y asfixiado por uniformados pertenecientes a la Policía de la Ciudad. Sus imágenes, esta vez captadas por teléfonos celulares, también fueron transmitidas casi a coro por las señales de noticias.
Quizás el alcalde porteño –y precandidato presidencial de Juntos por el Cambio (JxC)–, Horacio Rodríguez Larreta, fuera uno de los televidentes.

Si bien, en tiempos normales, esta clase de circunstancias suele ser un semillero de reacciones canallescas por parte de ciertas autoridades políticas, ahora, con las PASO pisándoles los talones, sus reflejos adquieren formas que ni el guionista más bizarro hubiera imaginado.

Vayamos al caso de Lanús, donde Kravetz, con la venia del intendente Néstor Grindetti (en licencia por estar muy atareado tanto por su candidatura a gobernador provincial como por presidir el Club Atlético Independiente) no tardó más que minutos en urdir la siguiente impostura: achacar el asesinato de Morena a un pibe de 14 años; específicamente, el mismo que, en febrero, fue salvado por la diputada nacional del Frente de Todos (FdT), Natalia Zaracho, de una paliza policial en medio de la calle.

Cabe destacar que Kravetz no es justamente un benefactor de la niñez y que con los menores tiene –diríase– un «temita».

Ya en marzo de 2017 ese individuo de ojos huidizos y sonrisa de roedor había dado en la nota al encabezar el ataque policial al comedor Los Cartoneritos, de Villa Caraza. Una memorable salvajada que puso en aprietos a Grindetti. Pero la cabeza de Kravetz no rodó. A todas luces, un milagro macrista.

Cuatro meses más tarde, trascendieron detalles de la infame extorsión a un niño de once años –la misma edad que Morena–, quien fue secuestrado en un arrabal de Lanús por una patota policial para obligarlo, en medio de amenazas matizadas con una golpiza brutal, a confesar crímenes imaginarios frente a una cámara de TV. Pues bien, su forzado testimonio se vio unos días después en el programa de Jorge Lanata, ¿quién si no? Y el «productor» del asunto no había sido otro que el bueno de Kravetz.

Es posible que, durante la fatídica mañana del 9 de agosto, Kravetz se sintiera un discípulo del mismísimo César Borgia, al haber sacado de la galera una fina maniobra con dos objetivos simultáneos: desacreditar a la diputada Zaracho y, a la vez, sacudir los impulsos punitivistas más atávicos de un vasto sector del electorado.
De hecho, en la mañana de ese miércoles, desde la televisión, desde la radio y desde las redes sociales, se esgrimía nuevamente uno de sus ideales de cabecera: bajar la edad de imputabilidad de los menores.

Dicha bandera ondeó hasta el mediodía, cuando la fiscal Silvia Bussano –a cargo de la causa del asesinato de Morena– y el ministro de Seguridad de la provincia, Sergio Berni, desmintieron que haya menores detenidos.

Desde ese preciso momento, Grindetti y Kravetz se llamaron a silencio. Es posible que al día siguiente, cuando se enteraron que los mastines humanos de Rodríguez Larreta habían matado a un manifestante, se apoderara de ellos un ramalazo de alivio.

Se dice que aquella noticia cayó sobre el ánimo del alcalde porteño con el mismo peso que una roca en el océano. Porque, en su apuro por mostrarse más enérgico que su archirrival interna, Patricia Bullrich, había tropezado con un escollo no previsto.

Bien vale reparar en las reglas no escritas de tamaña disputa.

Las ensoñaciones represivas de Bullrich son algo que Rodríguez Larreta debía equiparar, pero con buenos modales, con un discurso «sensato». Al fin y al cabo, ella le habla a los «odiadores» y él a los «asustados».

Claro que, en esa puja, él posee una ventaja: los «trabajos prácticos» que le confiere su gestión de Estado. Eso, mientras su boca derrama moderación, le permite el envío al Obelisco de una tropa policial como para sofocar la Revolución Francesa. Y todo para la tribuna, ya que allí, durante la tarde del jueves, no había más que 50 «revoltosos». Claro que lo de Molares no estaba en sus planes.

Gran error porque la Policía de la Ciudad no es un cuerpo de cirujanos del orden, sino una fuerza bestial, además de corrupta. ¿Acaso él no lo sabe?

Al respecto, sólo conviene refrescar dos hechos de reciente data.

El primero: las condenas a prisión perpetua para los tres oficiales que asesinaron al pibe Lucas González, mientras que otros cinco recibían penas de entre cuatro y ocho años de cárcel por encubrir ese crimen, agravado –según la sentencia– por «odio racial«.

El segundo, por cierto, estuvo más cerca del papelón que de la tragedia. Su hacedor: el movilero del canal América 24, Fabián Rubino, al adquirir «en vivo» un «papelito» de cocaína en un bunker narco del barrio de Balvanera.

El asunto puso al descubierto que, tanto allí como en Constitución, había decenas de cuevas semejantes, algo que contaba con el conocimiento de absolutamente todos los vecinos. Un secreto a voces que, por ende, probaba la «protección» de los agentes y oficiales larretistas a tales puntos de expendio.

Ocurre que la recaudación a través de las cajas delictivas forma parte de su sistema de sobrevivencia.
Pero, a diferencia de otras fuerzas de seguridad que actúan en el país, la policía porteña es una milicia partidaria, la mazorca del PRO.

También es la más violenta.

Tanto es así que –según la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi)– entre su creación, a comienzos de 2017, y diciembre de 2022, la Policía de la Ciudad produjo 119 asesinatos por «gatillo fácil» y 20 muertes en comisarías (aún falta el conteo del año en curso).

A eso se le acaba de añadir su primera víctima fatal durante la represión a una protesta.

Con respecto a este crimen en particular, Rodríguez Larreta se mantuvo por horas en silencio, hasta que, finalmente, dio su versión de lo ocurrido con sólo tres palabras: «Fue un infarto».

Total normalidad para una campaña ya manchada por la muerte. «