En la era de las redes sociales la campaña electoral es permanente. Lo que comienza este domingo 9 de julio  es otra fase. Se incorporan los espacios publicitarios en los medios tradicionales: televisión y radio. Los trazos generales del mensaje de cada candidato ya están en la superficie.

En su primer spot Sergio Massa apareció hablando con un grupo de personas en la cocina de una casa. Explicó que «el tío vago (Mauricio Macri) pidió plata prestada y ahora hay que pagarla».  El mensaje es claro: pide no votar a los pirómanos para apagar el incendio porque vienen con bidones de nafta. La apuesta al antimacrismo no es errada. Se habla día y noche del antiperonismo como una pulsión que organiza a un sector del electorado. Eso soslaya que el antimacrismo también existe. O, si se quiere, en palabras de la actriz Cecilia Roth, el «anti del antikichnerismo». Acumular electoralmente desde el rechazo puede sonar poco romántico. La política está siempre muy constreñida por las circunstancias. ¿Y cuál es la circunstancia? El oficialismo tiene cosas para mostrar: la forma en que se manejó la pandemia, la baja de desempleo, la culminación de obras públicas estratégicas como el gasoducto Néstor Kirchner. Todo esto, sin embargo, se ve tapado por los tres dígitos de inflación anual. El IPC es una gigantesca nube que tapa los rayos de sol en los que podría asolearse la campaña de Massa. No es fácil para el oficialismo centrar el mensaje en «sigamos por este camino», como sí se hizo en las elecciones 2007, cuando Cristina sucedió a Néstor; y en 2011, cuando CFK reeligió. Unión por la Patria está obligada a buscar un equilibrio entre reconocer los puntos flacos de los cuatro años del Frente de Todos y advertir sobre el riesgo crítico del regreso de la derecha a la Casa Rosada

En Juntos por el Cambio el tema es distinto. Hay una primaria polarizada hacía dentro de la propia base electoral, a diferencia de la PASO de UP. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich presentan candidatos propios en todas las categorías que se votan el 13 de agosto. El jefe porteño construyó un armado más potente que la exministra de Seguridad. Tiene al presidente de la UCR, Gerardo Morales, como compañero de fórmula, que hace campaña apaleando a los docentes en Jujuy.

La estrategia de Larreta es oscilante. Su dilema es que intenta hablarles a dos públicos distintos en simultáneo. Por momentos se dirige al electorado «blando» de JxC y a los indecisos. Lo hace cuando dice, por ejemplo, que Argentina tiene amplias capas de clase media por las políticas sociales que en su momento impulsó Juan Perón. Es una blasfemia para el ala dura de JxC. Entonces gira para mostrarse con Morales y ensalza la represión.

Bullrich, en cambio, tiene un sólo discurso y resulta evidente que se siente cómoda con él. Apuesta al antiperonista visceral sin fisuras, incluso cuando intenta que la campaña sea «positiva». Su último spot retoma de modo tácito la cantinela de los últimos 70 años. Dice que viene a hacer «lo que nunca se hizo», que sería desterrar la maldición que nació el 17 de octubre de 1945.

Su discurso apunta al núcleo duro de JxC y a los supuestos votos de Javier Milei. Hasta ahora, los resultados provinciales que consiguen los candidatos apoyados por el diputado de extrema derecha desmienten a todas las encuestas que lo ponían como un fenómeno disruptivo de la política argentina. Una figura que por primera vez desde 1983 podía llegar al gobierno sin el peronismo ni el radicalismo y además llevarse puesta a la dirigencia política. Por ahora parece sólo una pompa de jabón, un fenómeno mediático sin traducción electoral.