«Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas”, afirma Augusto Monterroso y Claudia Piñeiro cita la frase en su última novela, El tiempo de las moscas (Alfaguara), un relato policial que también habla del amor y de la muerte y agrega ciertas dosis de humor. Dado que el género exige la sorpresa, es difícil referirse a su trama sin arrebatarle al lector el placer de recorrer el camino del enigma que culminará con su resolución.

Lo que sí se puede adelantar es que El tiempo de las moscas por momentos escapa de lo estrictamente policial para incorporar, por ejemplo, una suerte de coro griego cuyos miembros  polemizan respecto de la novela y mencionan autoras que se refieren al feminismo con nota a pie de página.

Las protagonistas son dos mujeres, Inés y la Manca, quienes forjaron su amistad en la cárcel. Inés cumplió allí la condena por haber matado a su marido infiel, Ernesto Pereyra, por lo que se llama a sí misma Inés Experey. Ya en libertad, ambas fundan una empresa de dos caras: Inés se dedica a la fumigación con productos no tóxicos (para evitar las cucarachas, no las moscas) y su amiga es una suerte de detective privada de cabotaje.

Además, es una continuación de la primera novela de la autora, Tuya. Y, en materia de continuación, es también un debut, ya que es la primera vez que la escritora prosigue una historia anterior.

En el proceso de reconstrucción de sus vidas luego de haber salido de la cárcel, Inés y la Manca viven peripecias que les demuestran que no siempre es amor lo que llamamos amor y que no siempre sentimos lo que en realidad creemos que sentimos. En el terreno de los afectos tampoco existen verdades absolutas.

–¿Cómo surgió la idea de continuar la vida de Inés, el personaje de Tuya?

–Siempre creí que nunca iba a crear un personaje que se continuara en otra novela. Sin embargo, en algún momento comencé a escribir otra novela con los personajes de Betibú, pero que no era una continuación, sino que esos personajes pasaban a otra novela. Comencé a escribirla el año en que apareció muerto Nisman y las peripecias que les estaba haciendo pasar tenían algo que ver con los servicios de inteligencia, con cosas que en algún punto se tocaban con lo que estaba pasando o con lo que algunos pensaban que estaba pasando. Entonces no continué porque parecía que era una novela escrita a propósito del episodio de Nisman y no era así. Pero hubo un año en que Guillermo Martínez fue a dar unas clases a una universidad de Estados Unidos y llevó tres o cuatro libros de autores latinoamericanos para compartir con los alumnos. Uno de ellos era Tuya. Cuando volvió me dijo «vos tenés que hacer la continuación de esa novela». «¿Te parece?», le contesté. En Tuya, Inés Pereira mata a la amante de su marido y termina presa. Le pregunté cómo y me dijo que hiciera como Patricia Highsmith en Señor Ripley, donde Ripley mata gente pero como lector casi te ponés al lado de él y querés ver cómo zafa. Me puso la vara muy alta. Me pareció muy difícil y pensé mejor lo dejo ahí.

–¿Y cómo fue que cambiaste de opinión?

–Durante la pandemia uno retomó muchos pensamientos. Yo me pregunté: qué pasa si tomo esto que me dijo Guillermo y le doy una oportunidad a Inés. Creo que no hubiera podido escribir una novela carcelaria que requiere cierto conocimiento de esa realidad, pero comencé a hacer cálculos. Si tuvo buena conducta, Inés ya podría haber salido. Entonces vi la oportunidad de hacer la continuación justo cuando ella sale de prisión. Eso le daba a Inés de Tuya una oportunidad interesante, porque era una mujer muy machista, que vivía para las apariencias, para mostrar hacia afuera lo que quería de su matrimonio y su familia, aunque hacia adentro era otra cosa, tenía muy poca socialización con otras mujeres y salía a un mundo donde todo se había dado vuelta en las cuestiones que tenían que ver con el feminismo, con las mujeres. Había cosas que podían ser graciosas en 2005 que hoy casi no causan gracia. Había vivido quince años en la cárcel y, además, salía a un mundo totalmente desconocido.

El primer capítulo en que sale de la cárcel es cinematográfico. ¿Vos pensás de manera cinematográfica?

–Pienso visualmente y creo que eso es anterior al hecho de escribir literatura. De hecho, el primer taller que hice era de guión. Lo hice con María Inés Andrés y lo que llevé para trabajar fue el material de Tuya, pensado muy visualmente. Ahí comencé a darme cuenta de que lo que estaba escribiendo era lo que pasaba dentro de la cabeza de Inés y lo que pasa dentro de la cabeza de una persona, cualquier monólogo interior es muy difícil de llevar al cine. Pensé entonces que lo que tenía que hacer era escribir una novela. El material terminó siendo una novela y no un guión, pero para mí siempre el disparador de una novela es visual. Después busco las palabras para armar eso que veo. Es eso lo que creo que le hace sentir a quien lee que está pensado desde lo cinematográfico.

Foto: Pedro Pérez

Me pareció novedosa la incorporación de una suerte de coro griego que discute aspectos teóricos del feminismo y también el discurso científico referido a las moscas.

–Encontrar el tono de esta novela me costó mucho trabajo porque la estructura y la forma de contar de Tuya, que fue mi primera novela, me quedaba demasiado apretada para contar esto. No podía hacerlo solo desde la cabeza de Inés. Tuya tenía también otros discursos como material forense, algunos diálogos telefónicos de la hija y creo que solo un capítulo que está en tercera persona, que creo que hoy evitaría precisamente porque es un solo capítulo. Todo el resto está en su cabeza. Entonces me pareció que tenía que haber algo más colectivo y, en este sentido, el coro griego funciona como el pueblo o la comunidad que mira lo que está pasando,  lo que se está representando y opina sobre eso. Opina desde un marco teórico y a veces desde el sentido común, si es que lo que dice tiene sentido común.

–Es un debate.

–Es un debate, una asamblea, un coro. Uno no sabe si son mujeres, varones o moscas, pero están opinando sobre lo que le pasa a Inés y a La Manca. Y opinan como se opina en las asambleas de mujeres, de una manera  absolutamente democrática. Te tenés que anotar en una lista y si no te anotás no podés hablar, tenés que esperar tu turno, luego se llega a un consenso y después se vota. En este sentido, cuando introduzco voces como las de Judith Butler, Rita Segato así como de otras, estas voces entran en el discurso de la misma manera aunque haya una cita al pie porque lo que dicen no lo digo yo, sino ellas. Si estuvieran en una asamblea de mujeres tendrían que levantar la mano, tendrían que anotarse, tendrían que hablar y las otras podrían estar de acuerdo o no, aunque lo que ellas digan sea mucho más interesante de lo que pueda decir yo, por ejemplo. En las asambleas de mujeres hay un uso de la palabra y de la escucha muy democrático. Lamentablemente esto no se replica en otros espacios  políticos ni en los partidos políticos donde hay un líder, alguien o algunos que definen y sus definiciones derraman hacia abajo. 

¿Cómo apareció el tema de las moscas?

–Apareció por diversos lugares. Uno va poniendo cosas en la novela y no es casual que aparezcan, aunque al principio no entendés por qué. Por un lado, tengo el mismo problema en un ojo que tiene Inés, algo como una mosca que es muy perturbador porque estás viendo una mancha. Por momentos te olvidás y por momentos, no. Me había aparecido muchos años atrás y luego desapareció. Pero volvió a aparecer cuando estábamos grabando El reino. Yo me asusté mucho pero la oculista me tranquilizó, me dijo que tenía que ver con el envejecimiento natural de los ojos. A partir de ese momento encontré un montón de gente a la que le pasa lo mismo. Inés no mata moscas, pero mató a una persona. Entonces hay toda una reflexión sobre la muerte, sobre a quién se puede matar y a quién no.

–¿La novela policial es como un mecanismo de relojería?

–Sí, y creo que, en cuanto a la estructura, esta es la más policial de mis novelas, la que más sostiene el suspenso porque, en general, en las otras se sabe desde el principio lo que pasó y lo que se quiere contar es otra cosa. En El tiempo de las moscas, en cambio, no se sabe a quién se quiere matar y si lo van a matar o no y el suspenso se mantiene hasta el final.

–¿Y cómo es la construcción de ese mecanismo?

–Tiene muchas idas y vueltas. Hay una graduación del suspenso que implica que te preguntes si tal cosa la tenés que decir antes o después y que por esta misma razón cambies el orden de los capítulos o dividas un capítulo en dos precisamente porque hay cosas que hay que decir en un orden determinado. Todo esto, como dije, tiene que ver con la graduación del suspenso. En este sentido, espero haberle hecho un honor a Highsmith que fue el motor de la novela y es una maestra del suspenso.

El tema de la maternidad es central. Inés aparece al principio como una antimadre. Replica con su hija el desapego que su madre tuvo con ella.

–Sí. Inés es muy terminante. En Tuya, su hija queda embarazada y ni ella ni su marido se dan cuenta. En su momento le pregunté al pediatra de mis hijos si eso le parecía  verosímil y me dijo que él había visto una gran cantidad de casos en su consultorio en que los padres llevan a la hija cuando ya el embarazo está muy avanzado. Inés y su marido eran padres que no miraban a su hija. Durante su matrimonio Inés no tenía socialización con otras mujeres, no tenía amigas. Era una mujer absolutamente manipuladora que no podía compartir su discurso con nadie que pudiera desbaratarlo. Su socialización comienza en la cárcel. Antes de ir presa no tenía un vínculo con la maternidad, pero lo fingía. Después de la cárcel decidió no fingirlo más y sostiene esa actitud hasta que entra en contradicción. Pero tampoco hace grandes movimientos.

–La novela tiene como dos finales. Uno de ellos, muy luminoso. ¿Por qué ? –Creo que ambos son luminosos. Uno es con la nieta y otro es con La Manca. Entre ambos pasa un tiempo, hay una elipsis. Mi editora escribió en la contratapa que Inés y La Manca son Thelma y Louise del conurbano. Creo que Thelma y Louise es una película extraordinaria que no envejeció nada, pero me parece que hoy esas mujeres tendrían otros recursos. Ellas estaban muy solas porque era otro momento del feminismo, pero hoy podrían tener otro final. Lo que quería marcar al final de la novela era eso, que puede haber otro final.  

La novela de Claudio Piñeiro.
Con la mosca en el ojo

«Comenzamos a grabar El reino (la serie de Netflix de la que de la que Claudia Piñeiro fue coguionista), luego vino la pandemia, dejamos de grabar y en el mes de septiembre de 2019 se levantó la restricción pero había un protocolo muy estricto para hacerlo. Una vez llegué a la filmación y me vistieron como si fuera un astronauta y así fui al set. Me pusieron una escafandra y sentí que tenía una mosca en el ojo que había quedado encerrada dentro de ella. Los actores también estaban muy protegidos. Mercedes (Morán), tenía, una pantalla de acrílico y cuando comenzaba la escena se la daba a alguien. Al principio teníamos mucho miedo de contagiarnos. Cuando salí del set y me quité la escafandra me pasé el dedo por el ojo para sacarme una mosca, pero no se iba. Pensé que se me había pegado, pero no era así. La supuesta mosca se instaló y realmente es algo muy perturbador, aunque no grave. Una vez hice un hilo de Twitter hablando de esa mosca que veía y que me molestaba. Alguien me dijo que tenía que hacer una novela con eso. Hay un conocido texto de Marguerite Duras en el que mira cómo muere una mosca. Una muerte parece que no existe si nadie puede dar cuenta de ella. Eso es impactante, porque una piensa en gente que muere en soledad y se pregunta qué pasa con esas muertes si nadie las registró. Todo eso influyó en la novela. Inés no se considera una asesina, sino alguien que mató y aunque se dedica a eliminar insectos, lo hace con productos que no son perjudiciales para las personas. Pero no mata moscas porque no hacen nada. Si a alguien no le gustan las moscas es un problema de esa persona, no de las moscas».

Muertos, crímenes y moscas

«Durante el encierro obligado por la pandemia –relata la escritora– un día vi que María Esperanza Casullo, una politóloga de la Universidad de Río Negro, anunciaba que en esa universidad se iba a hacer un curso virtual abierto a la comunidad sobre entomología forense dictado por Ana Julia Pereira. Yo ya había hecho cursos de entomología, pero no de entomología forense. Ahí se explicó mucho de lo que explica Inés en la novela. Si aparece un cadáver con un bulbo de mosca pasó un determinado tiempo de la muerte, si hay larvas el tiempo es mayor, si salen moscas, mayor todavía. Si la mosca es de otro lugar, es porque el cadáver fue traído desde otro sitio. A partir de esto, hay muchas probabilidades de saber quién mató y por qué. Es juntar dos cosas que una no hubiera pensado que iban juntas. Eso me fascina y el curso me encantó. Hay colegas que escriben buenas novelas policiales y, por ejemplo, dicen que no saben nada de armas o de otro tipo de cosas relacionadas con el crimen y me parece perfecto. Pero yo necesito saber todo y luego poner en la novela lo que sirva».