Además de la historia que narran, los libros suelen tener otra más secreta y pocas veces conocida que es la de su gestación. Nieblita del Yí, Una historia de W.H. Hudson en Uruguay, versión libre de María Dominguez y Juan Forn, ilustrado por Teresita Olhaberry y editado por La flor azul no solo no es la excepción, sino que su historia no obedece, como la mayoría, a la ocurrencia de un escritor solitario, sino a un proyecto de grupo. Más precisamente al proyecto de dos parejas, la conformada por Pablo Franco y Teresita Olhaberry, y la integrada por Juan Forn y María Dominguez.

“Fueron Pablo Franco y Teresita Olhaberry –cuenta María Domíngue-, quienes tuvieron la idea de hacer un libro con ese texto. Durante un viaje por Uruguay, después de presenciar una obra basada en La tierra purpúrea de Hudson, quedaron fascinados y consiguieron una edición de la novela traducida por la gran Idea Vilariño. Algunos años después, en Mar Azul, cuando ellos ya estaban dando forma a su editorial, nos contaron sobre la idea de publicar un libro ilustrado y nos mostraron el cuento.”

Y agrega algunas precisiones: “Quien tenía un especial interés previo por la obra de Hudson era Pablo Franco, nuestro amigo editor. Él había leído casi toda su obra y le interesaba mucho porque lo veía como un autor que había dado un paso más allá de la gauchesca tradicional. Yo no había leído la novela, Juan sí, pero hacía muchos años y no se acordaba de nada. Así que a Pablo le decíamos “nuestro especialista de consulta”. A Juan y a mí nos interesó el cuento, y el hecho de que adentro del cuento hubiera además otro cuento. También nos entusiasmó la traducción de Idea Vilariño, ese cruce enseguida nos llamó la atención.”  

 “En la preciosa traducción de Idea Vilariño -añade- había algunas palabras que se usan en Uruguay, pero no acá. Tuvimos que buscarlas en un diccionario porque no sabíamos qué significaban. El relato tenía algo así como diminutas grageas de extrañamiento que para mí eran más una intervención de Idea Vilariño que obra de Hudson. Pero más allá de eso, se trataba de una traducción y como tal, buscaba ser fiel al relato original. Por otro lado, tengo el vago recuerdo de que había un dejo de amargura hacia el final del cuento, algo que no daba tregua a la tristeza.”

Y es entonces cuando el proyecto gestado sobre todo por Franco, comienza a tomar forma. ”Le propuse a Juan hacer juntos una nueva versión del cuento, y Juan dijo que sí, continúa contando Domínguez.  Primero pensamos en hacer una adaptación, pero lo que pasó después fue que a medida que avanzábamos empezamos a tomarnos más libertades, a torcer más las cosas. Por otro lado, en las pinturas de Tere empezó a pasar lo mismo: cuando ella pegó el salto de la tinta negra al acrílico de color, aparecieron cosas que no estaban en la historia original. Por ejemplo, Nieblita se convirtió en un pájaro, y después apareció una bandada para cerrar el cuento. Era genial ir encontrándose con esas apariciones.  Así fue como sucedió que Nieblita del Yí se transformó finalmente en una versión libre del relato de Hudson.”

Este pasaje de La tierra purpúrea, si bien está incluido en la novela, tiene cierta independencia de ella, lo que permitió tratarlo como un texto separado. A grandes rasgos podría decirse que es la historia de una niña a la que le relatan un cuento por primera vez y de las consecuencias de haberla puesto en contacto con la posibilidad de la fantasía.

Al respecto cuenta la ilustradora, Teresita Olhaberry: “Luego de ver con Pablo en Uruguay La tierra purpúrea que era una versión libre del libro de Hudson, leí La tierra purpúrea y la verdad es que me gustó mucho la historia de esta niña a la que cuentan una historia por primera vez. De modo que me sumé desde el principio a este proyecto porque me encantaba la idea de poder ilustrar el libro. Yo me dedico a la pintura y con el proyecto editorial nacieron mis ganas de ilustrar un libro. Son de esas cosas que quedan pendientes y después de muchos años, se dan.”

Detrás de esa decisión, había una historia de amistad: “Tanto María como Juan, Pablo y yo compartíamos el lugar, Mar Azul. Ellos estaban en Mar de las Pampas y nos conocíamos de unos cinco años atrás”, cuenta Teresita.  

“Un día, tomando mate, -añade- le contamos la idea a María Domínguez y, como ella misma lo dice, algo se iluminó. Le gustó mucho y lo invitó a Juan a que se enganche de alguna manera con el proyecto y ahí, hace cuatro años  comenzamos con la idea de desarrollar el libro. Había una necesidad de adaptar el texto que, sin bien era algo un tanto separado de la novela, tenía parte de ella.”

Y sobre el proceso de creación de lo que resultó siendo Nieblita del Yí, detalla: “María y Juan fueron elaborando el texto y yo comencé a dibujar el boceto del libro. En plena pandemia decidimos redondear el proyecto y terminarlo. Fue un trabajo conjunto. A partir de las ilustraciones, el texto se fue acomodando un poco a ellas. Con lo que Juan sabía de edición, pese a que éramos amigos y nos conocíamos, cada reunión era  una locura. Si bien pensábamos entre todos, él terminaba de rematar las ideas con su gran experiencia, siempre aportaba algo nuevo.”

«El trabajo en conjunto -prosigue- fue un proceso gozoso, “Disfrutábamos mucho de esas reuniones de trabajo porque nos enseñó un montón de cosas. Terminamos el libro junto con Juan y estuvimos todos en la última reunión en la que hicimos las últimas marcas y pequeñas correcciones como una coma y una palabra para cambiar. No recuerdo cuando fue porque nadie pensaba que iba a suceder lo que sucedió. Esa noche brindamos porque habíamos terminado el libro y seguimos  adelante con el camino que nos habíamos trazado.”

Cuando se le pregunta a María cómo fue la reescritura de ese pasaje del libro de Hudson con su pareja, contesta: “Se me ocurre pensar la experiencia como un proceso de maceración, donde el tiempo y las ideas que iban y venían permitieron que el cuento se vaya impregnando de sentido para nosotros. Ese tiempo, además, iba de la mano con las exploraciones que hacía Tere para ilustrarlo: sabíamos que mientras ella siguiera pintando, nosotros teníamos tiempo para dejar que el texto flotara o para hacerle nuevos cambios. A veces todo se volvía una especie de juego: ¿serán sauces llorones o sauces eléctricos los que va a pintar Tere?; ¿Esa expresión será una idea de Hudson o una idea de Vilariño?, nos divertíamos pensando cosas así. Otras veces nos poníamos serios y tironeábamos por una palabra. Era emocionante cada vez que aparecía la palabra que iba. Para encontrar el título dimos vueltas como perros: Muchacha del Yí, o mejor solo Nieblita (como le decía Tere y como le seguimos diciendo en Mar Azul), o La niebla y el Yí, hasta que por fin apareció Nieblita del Yí, y nos encantó.”

 “Lo que hicimos –continúa- fue despejar el texto para acortarlo y para poder verle la estructura. En la versión original había muchos detalles que fuimos sacando. Por ejemplo, en la escena donde Alma va a ver a la zorra, había una descripción detallada de lo que Mamá Zorra cocinaba para sus cachorros, y también había un consejo para evitar el dolor de muelas (ahora me parece que esa receta puede resultar muy útil y que habría que buscarla).”

Y sobre la segunda etapa de ese proceso “de maceración”, agrega: “Cuando las pinturas estuvieron listas, hicimos los últimos ajustes del texto. Después, Ana Armendariz hizo un trabajo increíble de fusión y búsqueda de detalles, que sumados a las decisiones de Pablo como editor terminaron de dar forma al libro como objeto. Tardamos cuatro años en hacer todo, creo que el resultado de ese proceso es de una síntesis y una hermosura que puede percibirse apenas tenés el libro entre las manos.”

¿Qué fascinó a Juan y María de esa historia que se cuenta dentro de la novela de Hudson? ¿Esa fascinación tiene que ver con el hecho de que, de alguna manera, la historia habla del poder creador de la palabra y de la imaginación? María responde: “Recuerdo varias cosas que fueron fascinantes al principio, aunque me parece que se trató de un acercamiento intuitivo, y que después empezamos a ver todo lo que había ahí adentro. Las capas de sentido se fueron develando de a poco. Primero nos gustó que todo sucediera en Uruguay a orillas de un río llamado Yí, un nombre que enseguida te hace pensar en China. Después supimos que es un vocablo que deriva del guaraní y significa agua que no se corta.»

«Hace poco -agrega- , nuestro amigo Pablo Solo Díaz descubrió que Juan menciona al río Yí en su novela Frivolidad. Juan no se acordaba de eso. En la novela alguien dice: “Cómo va a haber un río que se llame Yí en Uruguay. ¿No se te estarán mezclando los místicos en la cabeza?”

 “Sí, sin duda –corrobora- había algo relacionado con el poder de la palabra y de las historias que ya estaba resaltado por Hudson. Pero también hay una especie de caja china, porque dentro del cuento hay otro cuento: un hombre le cuenta una historia a una nena, y esa historia cambia el sentido de las cosas para la nena. En la historia que el hombre le cuenta, también aparece algo que cambia el sentido de las cosas para otra nena: una vieja mujer negra portadora del saber, la que conoce el secreto y se lo enseña a Alma, se lo entrega. En las pinturas, ese encuentro es una de las escenas más hermosas y quizás la más poderosa. Fue impresionante descubrir que cuando Hudson escribió esta historia, la esclavitud acababa de ser abolida en Uruguay.”

“Hace unos días –comenta-, Guillermo Saccomanno me dijo que para él, lo que sucede cuando la mujer saca el alfiler y le pincha la lengua a la nena, es la aparición del silencio. En el silencio ella puede escuchar a los otros, a la naturaleza. En el silencio hay comunicación de una manera distinta. Me pareció un gran hallazgo, es como si hubiese encontrado el secreto.”

Sobre lo que significó emprender este proyecto de escritura conjunta junto con su pareja, dice María: “Creo que tanto para Juan como para mí, escribir algo juntos significó simplemente otra manera de hacer algo juntos. Juan se murió. Estuvo cuando cerramos el libro, pero no llegó a verlo publicado. Ahora, todo lo que hicimos se resignifica para mí en sentidos que  todavía no puedo explicar con claridad. El hacer compartido con Tere y Pablo, y también con Ana a la distancia, fue un aprendizaje expansivo. Me acuerdo de Juan diciendo que el oficio de escribir es un oficio solitario. En este caso fue todo lo contrario.”