Convencida de que para crear se debe bucear en los pliegues de la realidad, Angélica Gorodischer aborda en Coro relatos atravesados por lo fantástico, lo poético y lo filosófico, y se sumerge en el oficio de escribir y en la imaginación de universos como formas de refugio ante la violencia y la muerte. Llevada por la sonoridad y el juego de palabras, Gorodischer titula el libro con una palabra de dos sílabas que se inicia con la letra «ce» y hace lo mismo con el nombre de cada cuento: Casa, Caza, Coso, Cosa, Cala, Casi, hasta completar un corpus de doce relatos, debajo de las cuales subyace un universo oscuro, misterioso o acogedor. 

En el libro, editado por Emecé, una monja encuentra en la flor de la cala, que nació en el alféizar de la ventana, un lugar de refugio para la creación; una mujer duerme abrazada a un arma ante la amenaza de alimañas que se alimentan de carne humana, y otra busca detener el tiempo para huir de la muerte. 

La autora, que en esta obra apunta constantemente a la creación y a la construcción del conocimiento llegando al alma de los personajes, relaciona el simple acto de coser con el de escribir. «Una va cosiendo las palabras y las letras incluso después cuando empieza a corregir, donde radica el verdadero oficio», dice Gorodischer. 

En otro de los cuentos, una mujer que está encerrada en una habitación sin luz y sin aire, que podría ser una cárcel, pone en juego su imaginación y se inventa un mundo que la cobija en la figura de un tupido bosque. La muerte y los odios se exacerban en «Cruz», donde un grupo de niñas, corroídas por la envidia que les genera una alumna nueva muy rubia y disciplinada, las lleva a tramar un plan para crucificarla. En diálogo con Télam desde Rosario, la escritora de 88 años se proclama una apasionada de la lectura, actividad que inició a los cinco años, atraída por la inmensa biblioteca plagada de libros para adultos que tenían sus padres. 

 El libro se inicia con una cita de Kurt Vonnegut que se refiere a la importancia de estar en los bordes, donde se ven un montón de cosas interesantes ¿Cómo sería para usted escribir desde los bordes?

– Hay que correrse un poco de la realidad y ver qué hay capas debajo de lo que aparece a la vista. El realismo duro y puro no me interesa, me interesa saber qué es lo que hay detrás de ese realismo. Cuando uno se va a los bordes, es decir a lo fantástico, a lo que está detrás de lo que se ve, a lo secreto, a lo que se oculta, o a lo que se muestra demasiado para que algo no se vea, uno puede explorar otras realidades. 

– ¿Cuánto lee y qué lecturas busca? 

– : Yo leería todo lo que llega a mis manos. El desciframiento de las palabras es lo que me importa y es lo que me importaba cuando empecé a leer. En la casa de mis padres había una biblioteca, y me dejaban jugar siempre que no los rompiera o arruinara y el día que empecé a leer tenía cinco años. No sé como fue, supongo que alguien me enseñó, pero empecé a leer y ese día me cambió la vida, vi otro mundo. Empecé leyendo cosas de las que no entendía absolutamente nada. Me gustaba sacar un libro de la biblioteca de mis padres, que no era para niños, y sacaba cualquier cosa y leía. Y lo que quería era descifrar las letras, que era como caminar por el universo. Mi universo cambió, mi vida cambió cuando empecé a leer y no me detuve, leo desde los cinco años y tengo 88; estoy leyendo desde hace 83 años y no voy a parar. 

 ¿Por qué en uno de los cuentos eligió la flor de la cala para simbolizar el lugar de refugio para la escritura? 

–  Me llamó la atención la sencillez de la cala, el panorama siempre liso porque no tiene pétalos. Tiene una enorme extensión blanca como si fuera un desierto o un paraíso. Una cala puede ser muchas cosas: una ofrenda de amor, una ofrenda fúnebre. Hay gente que dice que las calas son para los entierros, pero no lo veo así, la cala puede ser una visión del universo, algo completamente blanco que puede estar lleno de lo que sea, de flores, de ataúdes, planetas, galaxias, de historia, de gente, porque es blanca y lisa.

 -  ¿Recuerda qué fue lo primero que leyó?

– Creo que era un libro de Henri Bergson, algo sobre el pensamiento, pero no lo entendía. Tendría seis años cuando descubrí que iba a ser escritora y estaba leyendo Los tres mosqueteros. Estaba absolutamente decidida, eso se llama vocación.

 -  ¿Qué cree que busca la gente en la lectura? 

– Hay gente que busca entretenerse, lo cual me parece fantástico, ojalá se pudiera sentar a la gente en una esquina a contar cuentos como en las viejas leyendas orientales. Llevar una sillita, sentarse y contar algo sobre la vida de alguien que pasa por la calle. 

–  Con su larga experiencia de escritora, ¿que le recomendaría a quien desea incursionar en este oficio? 

– Hay gente que dice que tiene unas ideas maravillosas para los cuentos, entonces le digo tiralas a la basura y concentrate en el lenguaje: el cuento viene solo cuando uno tiene una frase para empezarlo que a veces se desecha… pero cuando una frase resuena hay que escribir y las ideas van a venir, y si no vienen no importa, porque lo que se escriba siempre va a tener alguna idea que se cuela para quien lee. Yo en el momento de escribir soy maravillosamente feliz.