Fuerte, impiadoso, desencantado, recorrido por la presencia de la muerte. De este modo podría caracterizarse al último libro de Guillermo Saccomanno, Esperar una ola (Planeta), un conjunto de relatos diversos unificados a la vez por su escritura y por una edición que contribuye a convertir lo diverso en un todo orgánico.

Dedicado a Juan Forn, amigo entrañable, su ausencia se vuelve presencia en algunas narraciones de manera explícita, aunque su fantasma parece colarse a través de todas las página y posarse, sobre todo, en aquellas en las que menos podría sospecharse. Por ejemplo, en las reflexiones sobre la escritura, sobre el acto de escribir, sobre la fuerza narrativa que empuja a hacer literatura en espacios poco habituales como la contratapa de un diario, aunque su autor –Forn, en este caso-, le confiese a su amigo que se siente seco para la ficción.

A pesar de las diferentes voces que confluyen en Esperar una ola, Saccomanno parece retomar siempre un diálogo interrumpido con su interlocutor fantasmal. Por momentos, el diálogo también se vuelve afirmación, teoría. Y eso se insinúa desde el título, porque quien espera la ola no es, como podría suponerse, solo el surfista, sino también el escritor. “Para que el golpe de suerte ocurra –puede leerse al final  del primer relato del libro- es necesario estar en el agua, siempre, esperando. Quizá el misterio se explique en la espera. Y la revelación, en la fugacidad de ese deslizamiento en que la existencia, de golpe, es viento. De qué estoy hablando. De escribir”.

La portada del nuevo libro del escritor argentino.

Creo que Esperar una ola podría ser leído, entre muchas otros lecturas posibles, como un libro de teoría literaria. ¿Acordás con esto?

-Es probable. Bueno, es casi seguro (risas). Aunque creo que más que con la teoría literaria tiene que ver con algo que me ocurre desde hace mucho tiempo, aunque sigo publicando, y es que estoy en crisis con la narrativa.

-¿Cómo se manifiesta esa crisis?

-Las novelas contemporáneas, salvo honrosas excepciones, se me caen de las manos. Me parece que una novela es igual a otra. No encuentro diferencias en las escrituras. Sobre todo en aquellos libros aclamados no encuentro registros personales. Cuando quiero leer una novela que me interese vuelvo al siglo pasado o al siglo XIX. El realismo tiene una lisura sospechosa. Esto es algo muy personal. Creo que esto viene de mi frustración con la poesía.

-Pero vos escribís poesía.

-Sí, y la tengo escondida a buen recaudo. En los últimos años, en las contratapas de Página, me dediqué a escribir sobre poesía y sobre su relación con la filosofía. A veces un poema tiene un relámpago que corresponde a una visión filosófica.

Creo que eso es exactamente los que hay en Esperar una ola. Los relatos tienen una forma reflexiva de hacer narrativa. Es el libro de un escritor que, mientras escribe, se pregunta qué es la literatura.

-Claro, las historias están entrecruzadas con reflexiones que tienen que ver con el escribir. La situación de la escritura, la cuestión de la fugacidad de la belleza, que para mí la puede capturar un poema mejor que cualquier otro género, están presentes todo el tiempo. Hay, por supuesto, un diálogo con Juan (Forn), creo que en tres textos.

-Sí, uno de ellos está justo en el centro del libro, lo que no me parece casual.

-No, claro, Juan está muy presente en este libro que está dedicado a su memoria. El sufrimiento de los seres comunes estaba dedicado a él y fue él quien lo presentó. Su pérdida fue para mí una de las más importantes de los últimos tiempos y he tenido unas cuantas. 

-¿Cuál es la clave en la construcción de Esperar una ola?

-Creo que busca construir a partir de la contemporaneidad y la simultaneidad. Todos los relatos son a la vez contemporáneos y simultáneos. Mientras se desarrolla un relato, en el departamento de al lado sucede otra historia. En el callejón, hay una historia y, a la vuelta, pasa otra cosa. Todas están pasando al mismo tiempo en este mundo capitalista regido por la ecuación sexo-dinero-poder, ecuación de la que estamos prisioneros. No hay un afuera de la cultura de la plusvalía. ¿Pero cómo se hace para que lo que escribís no se transforme en un panfleto?

-¿Cómo se hace?

-Hay un cuento que yo pensé mucho si ponerlo o no que es el de la pianista. La piba está tocando un concierto y la grabación se escucha en muchos lugares distintos, en diferentes situaciones. Entonces la narración hace un rulo, y la chica viene de un lugar bombardeado. La poética de este libro intenta ir por ahí, por esta conjunción de contemporaneidad y simultaneidad. Hay clase media y clase baja, el mar y el bosque, lo urbano y el conurbano.

Creo que el libro se pregunta qué es la literatura y dónde se encuentra. Por ejemplo, hay un capítulo en el que hablás de Juan y de Bobi Bazlen, que era alguien que no hacía literatura en un sentido estricto, sin embargo, sus informes editoriales eran piezas literarias. Por eso digo que hacés teoría a través de la narración.

-Claro, a mí no se me ocurre otra manera de escribir teoría. Escribo artículos sobre poetas, pero siempre los traigo a la realidad, indago en qué nos dicen hoy. Creo que me estoy preguntando todo el tiempo cómo se escribe una novela. De hecho, Esperar una ola es una novela, atomizada, pero novela al fin.

¿Cómo fue el proyecto inicial del libro y cómo se fue transformando?

-En este libro hay dos ausencias. Cuando lo comencé estaba en pareja y cuando lo terminé estaba en soledad. El proyecto inicial era escribir un libro que se llamara Cien cuentos felices, que, por supuesto, no iban a ser felices. Me propuse, además, que ningún cuento excediera una carilla A4. Mi intención es que los cuentos funcionaran como poemas. La búsqueda se da a partir del cambio de lenguaje. Hay uno que está chamuyado en lunfa y otro que está en una lengua culta. Cuando llegué a los cien, me di cuenta de que necesitaba muchos más. Llegué a los doscientos. Entonces me puse a buscarles alguna forma de coherencia. Este libro tuvo editoras previas. La tuvo, por supuesto, a Paula Pérez Alonso, que fue la que vio esta articulación de novela. También me ayudó con su lectura Ángela  Pradelli. Yo me preguntaba, por ejemplo, qué hacer con todos los cuentos que tenían que ver con la literatura, si los ponía aparte como un apéndice. Ella me dijo “por qué no los entreverás”. Por eso, más o menos cada dos cuentos, aparece uno que tiene que ver con la reflexión sobre la literatura. Pero lo que me pregunto es cómo se escribe hoy una novela. Yo podía hacerlo porque tengo el oficio, pero quería ir por otro lado, hacer otro tipo de búsqueda. Cuando llegué a los doscientos cuentos e hice la selección me pregunté cuál era el sentido de este libro.

-¿Y qué te contestaste?

-Que el sentido estaba dado, en principio, por la reflexión sobre la escritura. El planteo es cómo se puede trabajar la amenidad con una complejidad mayor que viene explicitada por la metáfora del surf. El relato que abre el libro sobre el surfista estaba en Cámara Gesell. Este libro tiene mucho que ver con Cámara Gesell en cuanto a composición. Luego hay un cuento sobre el surfista en la mitad y otro al final, como cierre. Quería que el libro terminara con alguna esperanza de amor y creo que eso está dado en el penúltimo cuento sobre la pareja que se reencuentra después de mucho tiempo. Quería ver qué puede haber de felicidad en este mundo tan desgraciado. Los dos han pasado por operaciones, sus cuerpos lo están, el mío, el tuyo, el de todo el mundo. Puedo explicar cómo lo hice, pero aún se me escapa el sentido y creo que cuestionarte el sentido de lo que estás escribiendo es lo mejor que te puede pasar. Es muy bueno que no creas en la materia lisa de la novela: principio, medio y fin, en la moral aristotélica del relato. El realismo que se hace hoy me parece de una lisura sospechosa. Si te fijas en las contratapas de Juan que finalmente compiló en un libro, a él le importaba mucho cómo se contaba la historia de cada escritor, de cada poeta. Dónde encontrar hoy la narración y cómo contar en un momento en que estás bombardeado por los algoritmos, las redes, la información que recibís en tiempo real de Ucrania, pero no sabés lo que le está pasando a tu vecino. La cuestión de la soledad tiene hoy un peso muy fuerte y creo que eso está en el libro.

-¿Pero sos vos el que está en crisis con la narrativa o es la narrativa misma?

-Creo que estamos viviendo un tiempo de crisis de representación en que las palabras no dicen lo que dicen, empezando por los noticieros y siguiendo por los políticos hasta llegar a las novelas, las de denuncia, las del yo, las de la enfermedad, las de la corrupción. A mí, personalmente, eso no me cierra. La noción de verdad es una noción acerca de la que hoy ya no nos cuestionamos y si con algo está ligada la noción de verdad es con la de belleza.  Y la noción de belleza tiene que ver con los géneros. En los últimos tiempos he leído  mucho Wittgenstein y vaya si él tenía preocupación por el lenguaje. Obviamente, no tengo la formación de lógica o filosofía que quisiera para poder captarlo mejor, pero sigo adelante y lo leo como poesía. Entonces estoy leyendo literatura donde se supone que hay filosofía.

-Los casos clínicos de Freud pueden leerse como literatura. Perec leía una lista como literatura.

-Sí, estás hablando de dónde se encuentra la textualidad de la literatura. ¿Dónde se encuentra? No lo sé. Escribí estos cuentos a partir de cualquier situación, de imágenes de la calle, de un dicho al pasar, de una frase, de una ocurrencia. Lo que yo me pregunto es cuál es el sentido de escribir una novela. En el siglo pasado se pensaba “escribo una novela para decir mi verdad”, pero ¿cuál es mi verdad? Hay verdades que cambian, puede haber subjetividad…

El escritor y su nueva obra.

-Ninguno de los relatos tiene título. ¿Por qué?

-Si les ponía título mandaba el libro en una dirección y lo que quería es que se abriera, que fuera, parafraseando a Cortázar, un objeto para armar.

-¿Cuándo surge la pregunta por el sentido de la escritura?

-En el momento mismo de la escritura. No sabés lo que estás haciendo hasta que no te sentás a escribir. Hay un ensayo que me encanta de Edward Said que es Sobre el estilo tardío. Dice que en un momento los artistas tiran todo por la borda. Yo ya escribí novela, ya escribí cuento, ya escribí… Entonces, voy a tirar todo por la borda. Voy a escribir contra mí mismo, voy a tratar de escribir contra la facilidad. Esto no quiere decir que los cuentos no se entiendan, que no puedan ser leídos con tersura o que no fluyan. ¿Cómo se escribe hoy? Uno construye con esquirlas. Yo armé este libro con escombros literarios. En este momento estoy escribiendo un relato que creí que iba en una dirección y va en otra y creo que aceptar eso es inaugurar un espacio que no habías recorrido. No hay que temerle a lo que no entendés, a lo desconocido, a la incomodidad. Pero si el libro no me incomoda a mí, cómo voy a pretender incomodar a los lectores. Hay que escribir contra uno mismo, contra el oficio, porque en cuanto descubriste la fórmula corrés el riesgo de repetirte.

El silencio, el sentido y Netflix

-¿Escribís a mano?

-Sí. Este libro de cuentos lo escribí en computadora, pero suelo escribir mucho a mano. De escribir a mano hay algo que se te pega y es la relación con el silencio, la relación de la grafía, con el dibujo. La prueba está que me animé a exponer. Dentro de poco voy a hacer una exposición en la librería Menéndez . En realidad pinto desde pibe. A mí me gustaba más la pintura que la literatura. Me dediqué a la literatura por  oposición familiar, por no sé qué extraño cruce, pero siempre he dibujado y pintado. La tapa de Esperar una ola la hice yo.

Por la diversidad  de registros y de discursos, desde lo formal, tu libro me recuerda a Moby Dick.

-Guauuuu. Los libros que más me interesan son, como Moby Dick, los que tienen algo de rareza y creo que en los cuentos de mi libro hay algo de esa rareza que te hace preguntar si esto es sueño o realidad, si este es un cuento gótico, de terror o es otra cosa. Los temas son la soledad, la enfermedad, la violencia social. La pregunta es cómo se crea con eso.

Hay un cuento en el que hablás de atravesar el bosque oscuro como una boca de lobo, de que hay un punto, como en la escritura, a partir del cual, aunque tengas miedo de seguir, ya no se puede volver. Pensé en Caperucita Roja. Me pareció que era una indagación del origen de los relatos.

-Tal vez tenga que ver con San Juan de la Cruz, con la búsqueda de luz en la noche oscura del alma. No lo sé. Lo que te puedo decir es que sentía  y siento que este libro es una indagación acerca del sentido. Me parece que va por ahí, por no entender la realidad como algo transparente, no entenderla ni en sentido cinematográfico ni televisivo. Si hay algo que me rompe las pelotas es que se diga que las series reemplazaron a la novela. Hoy el sueño de todo escritor es que conviertan su texto en una serie. Si como escritor no te cuestionás tu herramienta, terminás siendo Netflix.