En el cruce de los senderos que se bifurcan y trifurcan entre la ficción, el ensayo y las escrituras del yo reposa Tu cruz en el cielo desierto, último libro de Carolina Sanín. La obra de la colombiana, publicada por la activa editorial Blatt & Ríos, narra la historia de un amor sin territorios físicos. Navega en las pantallas de la inmensa virtualidad, ese océano de Internet habitado por las redes sociales, la mensajería instantánea, la videollamada y el inmortal mail. El infierno web poco encantador en estos tiempos de peste y protocolos profilácticos.

La materialidad de las relaciones, de los vínculos, sobre eso indaga Sanín en Tu cruz… “Durante tres meses yo estuve masturbándome con letras que me mandaban del otro lado de la Tierra. ¿Qué puedo decir sobre el ‘espacio íntimo’?”, se pregunta. Muchísimo. El disparador es una relación amorosa a distancia, que nace en las redes, entre la autora de Somos luces abismales y un poeta chileno radicado en China. “Nunca nos tocamos, ni llegamos a estar en una misma habitación, ni siquiera en la misma ciudad del mundo”.

Bitácora de un amor que agoniza. Encuentros fallidos, calenturas, desamor, el vacío. “¿Por qué, de todas las relaciones que has tenido, de pasión y de amistad y amor y solidaridad, estás escogiendo este enredo para dedicarle un libro? Precisamente por la ausencia y la distancia. Porque no nos miramos nunca sin la pantalla intermedia, fue esta la relación que me mostró un libro. Él fue como el ángel de la Anunciación, la alegoría de todas las inspiraciones. Para que engendrara este libro, confuso fruto que aspira a no ser el árbol del juicio, hice que me importara hasta el hervor”, tatúa Sanín.  

Ensayo novelado, diario anárquico como todo diario, manual de supervivencia, tratado sobre los discursos amorosos en las pantallas. Sanín dialoga con Dante, Shakespeare, Lezama Lima, Rulfo y hasta la santa Biblia. Obvio, en forma solapada, también con Barthes. Ecos de relatos amorosos clásicos que ayudan a leer el fantasma de las relaciones, en un presente cada vez más virtual.

 A la mitad del relato, Sanín especula: “En las relaciones virtuales, el otro está muerto y resurgido como fantasma. Eso es descorazonador y también es el impulso de una gran esperanza. Cuanto hacemos en las redes sociales tiene un aspecto de ritual religioso: es un llamado al otro mundo”. Cuánta razón.