Una bruja con nariz pronunciada y un sombrero negro vuela sobre su escoba a la luz de la luna. Su imagen, estampada en la imaginación colectiva, se proyecta como un hechizo en la cultura popular. Es una mujer mayor que le regala una manzana envenenada a una joven Blancanieves. Es, también, Sabrina, una chica demasiado adolescente para sobrellevar la responsabilidad de ser bruja en pleno siglo XX. Es una estrella de rock como Stevie Nicks. Es Hermione explicándoles a Harry y Ron cómo usar una varita mágica.

Una hechicera que trasmuta de forma, de la literatura a la pantalla grande, y de relato en relato a lo largo de la historia. Desde diosas como Hécate o la todopoderosa Circe, que invita a los marineros de Ulises a un magnífico banquete para engañarlos y transformarlos en cerdos, estas figuras han atormentado la imaginación de la humanidad. Durante siglos, fueron fuente de relatos, pesadillas, visiones y revelaciones. En todas sus reinvenciones, un nuevo reflejo de los anhelos y temores de cada era cultural se hace presente.

Brujas, de la Inquisición a Halloween

Halloween

Como sabemos, el terror no se dirimió sólo en las páginas de los libros. Hacia el siglo XV, la bruja estaba entre los mortales y era para la opinión pública un agente de desorden y descontrol. Lyndal Ropel en Witch Craze: terror and fantasy in Baroque Germany (2006) analiza cómo durante los siglos XVI y XVII miles de mujeres “confesaron” –mediante métodos de tortura- ser brujas (pactar con el diablo, enfermar o comer bebés y matar animales) y fueron ejecutadas.

Si bien en algunas regiones se acusaba a los hombres, representaban una minoría frente a la gran cantidad de mujeres mayores y pobres que fueron quemadas en la hoguera. “Todo arte de la brujería proviene del deseo carnal, que en la mujer es insaciable”, decía Kramer en El martillo de los brujos (1486), una publicación que se convirtió en una suerte de pancarta para la caza de brujas.

La persecución de la brujería como un método de opresión fue, con el correr del tiempo, dando paso a una nueva metamorfosis: la del empoderamiento. Pasaron siglos hasta que en 1900 Baum pudiera imaginar una bruja buena para El maravilloso mago de oz.  De vieja asesina de niños o seductora diabólica a hechicera salvadora, la bruja empezó a cambiar y, a través de una fascinante mezcla entre realidad y ficción, se convirtió en una mártir y en un emblema para las activistas feministas de las últimas décadas.

“Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”, se canta en las marchas de Argentina y otras partes del mundo. La consigna se repite en carteles, remeras y banderas. Es el resultado de una lucha heredada contra las violencias persistentes. El círculo va girando, mientras la bruja nace y renace en esta última noche de octubre.