Al otro lado de la calle, en la fuente de Pucará, tres palomas emprenden la retirada. Desde cada una de las esquinas de la rotonda, empiezan a llegar familias, amigos, parejas; llevan los colores de la bandera argentina, cantan canciones de cancha. Arriba, en el cielo, el sol no da respiro; la gente encendida se posa en la cima de la fuente. Hay ruido en la calle. Una euforia que casi se puede escuchar en las imágenes que atrapa Vanesa Schwemmler con su cámara. Sabe que ahí va a poder conseguir buenas fotos. Una larga tradición de celebraciones (desde los barriales hasta las fiestas del orgullo), hacen de este un lugar emblemático para la ciudad de Viedma. Así que apenas el referí sopla el silbato que consagra a Argentina campeona del mundo, Vanesa, cámara en mano, decide ir a capturar el momento.   

Hace un calor insoportable, los nenes aprovechan que es verano y se bañan en la fuente. “Ya se estaba trepando la gente al lugar -nos cuenta Vanesa-. Empecé a girar caminando, había muy linda luz porque estaba medio nublado, pero cuando aparecía el sol generaba unos contrastes hermosos en las nubes, les daba mucho volumen. En ese momento hice una aproximación con la lente y vi lo que ocurría ahí, me encantó el cielo, me encantó el contraste, los colores, y disparé en ráfaga. Una de las fotos que salió de esa secuencia fue la que después se viralizó en redes”.

El efecto que provoca la imagen es instantáneo. Hay movimiento, hay alegría, hay belleza. Una pirámide humana sostiene, en su cúspide, las banderas de la patria. Casi como si hubiera posibilidad de jerarquía en el caos de esos cuerpos, se recorta la figura de un triángulo perfecto. En el centro, un chico extiende sus brazos a los costados y mira hacia arriba invocando al cielo. Debajo, un hombre con el torso desnudo sujeta a un nene para que no se caiga. A la izquierda, otra nena levanta su mano como si fuera a cantar primera. Todos estos personajes, que son el centro de la escena, viven una función propia. Y en cada una de esas pequeñas historias la mirada se detiene. “Al momento de editar la imagen, vi que era la que más atmósfera daba, la que tenía más acomodados los personajes de una manera en la que el ojo focaliza, pero a la vez queda recorriendo la foto. Además, desde el punto de vista de la composición de la imagen, tiene la información distribuida de manera equilibrada y eso la vuelve atractiva”, explica Vanesa.

En ese palacio de espejos en que las imágenes se remiten unas a otras, esta foto fue comparada con La libertad guiando al pueblo, el célebre cuadro de Eugène Delacroix. Pero en la fuente de Pucará, el pueblo es su propia guía en una montaña de felicidad compartida. Y hay, en todo eso, una actitud triunfalista, como si estuviera ahí, imponente, para evidenciar que esta vez sí, que por fin la gente es la capitana, la protagonista de la alegría. “Cuando saqué esa foto, sentí la belleza de mi gente, la diversidad de los cuerpos, de los géneros, de las edades. Me emocionó ese momento y supongo que eso es lo que después resuena en los demás. La foto es la emoción de otras personas. Eso es una maravilla. Uno es sólo un intermediario. Lo que la gente ve en esa foto es la alegría y el amor de otra gente, que es lo que sentí yo cuando la hice”, cuenta Vanesa.

El plano de la imagen, casi contrapicado (es decir, tomado en un ángulo inferior al de las personas retratadas), contribuye a esa sensación imponente que produce la fotografía, porque da la impresión de que los personajes son más grandes que el espectador. En su propia fortaleza (eso significa “pucará” en quechua), el pueblo expresa su poder, que va más allá de una sola persona, que está ahí para elevarse. Tal vez por eso sea tan necesario alcanzar, siempre, el lugar más alto, la pirámide más grande, desde Pucará hasta el Obelisco.