Pinélides Aristóbulo Fusco fue uno de los fotógrafos icónicos del primer peronismo. Integró el equipo de la Subsecretaría de Prensa y Difusión entre 1948 y 1955, y tuvo acceso a varios episodios que marcaron la historia argentina; también en buen grado a la intimidad de Juan Perón y de Eva. Eso le permitió retratar en profundidad a los líderes al tiempo de ser un privilegiado testigo de época. También trabajó en cine y en publicidad, y participó de de grupos que rompieron con la estética de la fotografía argentina de la mitad del siglo XX: el Forum y el Grupo de los 10. 

Matías Méndez es porteño. Nació en 1973. Periodista, siempre relacionado con ámbitos políticos y literarios. Trabajó en medios gráficos y audiovisuales, y en equipos de comunicación. Aún lo hace.

Además es nieto de Fusco. Y resumió el archivo de su abuelo en un libro… 

–¿De fotografía o de historia?

–Es la biografía fotográfica de mi abuelo. Él fue estas fotos. Me dicen que es un libro de historia. La historia también se construye con imágenes y Juan Perón lo sabía más que nadie. Tal vez lo vayan a buscar para ver cómo eran ellos, qué pasó tal día, o bien un motor en el capítulo referido al imaginario peronista. Es un reconocimiento al arte fotográfico. Yo quería reivindicar a mi abuelo, pero a la vez a los reporteros gráficos que son los tipos más castigados del periodismo y del arte. Así descubrí que mi abuelo firmaba sus fotos en la revista Rico Tipo, del ’45 al ’48 y, si bien Abel Alexander me confirmó que Caras y Caretas fue el primer medio que los hizo firmar, hasta hace poco fue una rareza. Por eso en el prólogo menciono la frase de Henri Cartier Bresson: «La fotografía es una de las formas de la inteligencia».

–¿Por qué un libro?

–Cuando volvió la democracia, a mi abuelo lo vinieron a ver de una editorial norteamericana para comprarle su archivo. Y él respondió: «Ese trabajo ya lo cobré». Esa dignidad me enseñó mucho. «Este material, estas fotos son de la sociedad, y no son mías». 

–¿Por qué ahora, justamente cuando el peronismo no está en el gobierno?

–Lo empecé a soñar a los 17, 18 años, cuando murió mi abuelo. Lo empecé a laburar hace cuatro, cinco. Y lo entregué hace uno y medio. Iba a salir al final de 2015, pero se postergó por cuestiones editoriales. Yo me crié con mi abuelo. Lo iba a ver todas las tardes a su departamento de cuatro ambientes del barrio Simón Bolívar, que hizo el peronismo en el ’53, frente al Parque Chacabuco. En uno de esos ambientes estaba su laboratorio, intacto, aunque hacía 15 años que no lo usaba. Ampliadora, cubetas, implementos de revelado. Todo. Y pilas y pilas de fotos. Pero ninguna sobre el peronismo.

–¿Qué había pasado?

–En el golpe del ’55 tuvo que esconderlas. Lo hizo en una curtiembre de su hermano socialista, que en algún momento se las dio a su hijo. Allí estuvieron 30 años. Hizo una preservación muy importante de la memoria. Mi tío murió hace cinco años y su viuda me pasó el material. Unas 500 imágenes entre copias, negativos y positivos. En el libro hay mucho conocido y mucho inédito, como fotos retratos de Perón en color; recién llegaba el color. 

–¿Cuánto hay del afecto de un nieto y cuánto del trabajo de un periodista?

–Fue curioso investigar a mi propio abuelo, y darle una característica de obra. Investigué cada foto y a cada una le puse al menos un epígrafe que explicara las historias que se muestran. Tuve que digitalizar todo. Cuando tuve ese material, me pregunté: ¿cómo las elijo?, ¿cómo las ordeno? Marcos Zimmermann terminó dándoles el orden. Me enseñó a poner todas las copias sobre una mesa gigante y ahí armar el libro.

–¿Cuánto tiene de estética y cuánto de ideológico?

–Yo no soy peronista. Mi abuelo lo era, pero del otro lado de la familia, mi otro abuelo era radical, antiperonista, funcionario de Frondizi… Conviví con las dos corrientes populares argentinas, milité en el radicalismo. Esa convivencia, ese crecimiento con Navidades donde discutían fuerte, radicales y peronistas, me hizo ser un tipo que no es peronista pero no es gorila… Puedo admirar las obras del peronismo y a sus personajes. Veo en Perón, por momentos a un militar, por momentos a un gran líder. De Eva me impresiona el rastro que dejó alguien que murió a los 33 años. Mi madre me contó la imagen del día de la muerte: mi abuela llorando al lado de la radio y mi abuelo haciendo la cobertura; lo que le debe haber costado…

El libro tiene cinco capítulos claramente diferenciados: Perón; el imaginario del peronismo, el mundo del trabajo, las obras públicas, la construcción; luego Eva; su vida y su muerte, el velatorio; otro capítulo de Perón y el de cierre, la historia íntima de Fusco.  

–¿Te contó muchas historias íntimas del peronismo?

–Mi abuelo jamás me habló del peronismo. Los textos y las historias son producto de mi investigación. Leí muchísimo sobre la historia del peronismo. Por ejemplo, relato una anécdota sobre la construcción de un gasoducto a Comodoro Rivadavia: a Perón, el ingeniero Julio Canessa le dijo que en el sur se dejaba escapar el gas y luego se importaba hulla para fabricarlo. Perón preguntó cómo se solucionaba eso y sobre un gran mapa, le respondieron: «Con un gasoducto». Dijo: «No entremos en más detalles. Vaya y hágalo. Ahora se lo ordeno». Mi abuelo hizo la cobertura de la construcción.

–La muerte de Eva tiene un espacio generoso en el libro.

–Tratamos de equilibrar la belleza del material fotográfico, con los personajes y los hechos históricos. Cuando murió Eva, mi abuelo estuvo 24 días en el Ministerio de Trabajo, el Congreso y la CGT. Todo ese trabajo lo hace en 35 mm, una curiosidad para esa época. 

–¿Cómo llegó a trabajar con Perón?

–Era el año ’48. Mi abuelo era maestro a la mañana y periodista a la tarde. Una fecha patria fue a Plaza de Mayo con sus alumnos. Siempre tenía la cámara al cuello. Como salieron algunas autoridades al balcón de la Rosada, él les empezó a hacer fotos. Un auxiliar de la Subsecretaría de Prensa y Difusión lo fue a ver y le dijo que a Raúl Apold le gustaría ver las fotos. Seguramente con ningún sentido de censura; sólo para verlas, ya que no era frecuente que alguien fotografiara la Casa de Gobierno. Le mandaron un auto a la casa para que les diera algunas copias de las fotos, que él había revelado. Y al otro día empezó a trabajar para el gobierno, aunque siempre siguió siendo docente. Nunca se incorporó a la planta permanente; era lo que hoy es un free lance. Según investigaciones, en esa época llegaron a trabajar 54 fotógrafos en la Subsecretaría, que estaba a cargo de Emilio Abras. Apold era como un cazador de talentos, venía de trabajar en medios. Alexander me aseguró que Apold tenía a Fusco entre sus mimados y que le dio la posibilidad de acceder a lugares que otros no accedían. Mi vieja me contó que el propio Apold llamaba a mi casa a cualquier hora… Por ejemplo, la foto que está Eva votando en su cama (ver aparte).

–¿Era peronista?  

–Sí, claro. Su padre, Américo Fusco, fue uno de los fundadores del Partido Socialista Argentino, muy cercano a Américo Ghioldi. Para desgracia de su padre, mi abuelo fue uno de tantos socialistas que llega al peronismo a través de las reivindicaciones obreras. Nace en un hogar socialista; nace en un conventillo con biblioteca, con una apuesta a la ilustración; mi abuelo leía los clásicos en latín, amaba la literatura, tenía una biblioteca gigante, estaba muy informado. Un tipo muy curioso; si le preguntabas algo y no lo sabía, a los dos días te lo explicaba… Ya jubilado, consiguió unos pesos y se compró los dos tomos del diccionario de la Real Academia… Estudió en el Mariano Acosta: la revista que luego hacían los estudiantes, la dirigía Julio Cortázar y los vices eran él y Abel Santa Cruz. ¿Me preguntaste si era peronista?  En el ’89, ya caminaba poco, no salía mucho de la casa, nadie sabe cómo consiguió la boleta de (Carlos) Menem, pero me llamó y me dijo: ‘Me tenés que acompañar a votar’.  «