En tiempos en que se habla del poliamor y crece el escepticismo sobre el amor exclusivo y para toda la vida, paradójicamente, se festeja cada vez más el día de San Valentín, una celebración que nos era bastante ajena en el país hasta hace unos años. Está basada en la leyenda de que San Valentín, quien casaba a las parejas enamoradas en tiempos en que el cristianismo estaba prohibido por Claudio II, lo que lo condujo a la prisión y, más tarde a la muerte. Antes de irse de este mundo, realizó un milagro devolviéndole la vista a una chica ciega.

Quizá la moda de festejar San Valentín sea el producto de una conspiración tramada por fabricantes de bombones, muñecos de peluche e imágenes con corazones y frases cursis para aumentar las ventas. Lo cierto es que el amor romántico sigue teniendo sus adeptos y las desdichas amorosas siguen alimentando las novelas televisivas turcas, los best sellers basados en las relaciones sentimentales de personajes históricos y hoy el amor se extiende más allá del clásico modelo heterosexual.

Por su parte, la literatura de todos los tiempos se ha referido a él desde los más diversos puntos de vista. Don Francisco de Quevedo lo definió así: “Es hielo abrasador, es fuego helado,/ es herida que duele y no se siente/ es un soñado bien, un mal presente,/ es un breve descanso muy cansado.”

Saltando siglos y distancias dijo el genial Macedonio Fernández: “Amor se fue; mientras duró / de todo hizo placer./ Cuando se fue / nada dejó que no doliera.”

Por su parte, Pablo Neruda sentenció: “es tan corto el amor y tan largo el olvido”, aunque su largo historial amoroso parece indicar que olvidó varias veces. Quizá haya adquirido mayor velocidad con la práctica.

Romeo y Julieta, de William Shakespeare, quizá sea quizá el ejemplo más conocido del amor trágico. Pero la tragedia es desatada no por la falta de amor de uno de los amantes, sino por la oposición familiar.

Las penas del joven Werther escrito en el último tercio del siglo XVII por una celebridad literaria como Goethe, en cambio, ha mostrado que la pasión amorosa misma puede llevar a la muerte, aunque se haya repetido hasta el cansancio que nadie se muere de amor.

Este libro con el que Goethe alcanzó la inmortalidad literaria, en su momento lo hizo gozar de una repentina fama. Está referido a un amor imposible, el que Werther siente por Charlotte quien está comprometida con otro hombre y a quien conoce en un viaje a una ciudad ficcional. 

Werther es un joven artista de temperamento sensible que, abrumado por el amor que siente por Charlotte le escribe a su amigo Wilhelm, contándole sus desdichas amorosas. La novela está constituida, precisamente por esas cartas. Enloquecido por un amor que no puede concretar, finalmente, se suicida. Lo hace pegándose un tiro con una pistola en el momento mismo en que en la iglesia de la ciudad en que se encuentra, Wahlheim, suenan las campanas que indican la medianoche. No morirá de inmediato, sino que agonizará durante unas horas. Su cuerpo, como era costumbre con los suicidas, será enterrado fuera de los límites de la ciudad por haber violado la ley Divina al haberse quitado la vida.

Aunque hoy a ese tipo de amor desesperado se le baje el precio, en su época fue un ícono del movimiento literario alemán Sturm und Drang (que podría traducirse como tormenta e impulso) y que reivindicó la subjetividad contra la tradición literaria del racionalismo.

En su época el libro provocó lo que se llamó “fiebre de Werther”. No solo hubo una “moda Werther” en la vestimenta, sino un apasionamiento literario que desató una ola de suicidios por amor. Tan tremendas fueron las consecuencias de esta novela que su lectura fue prohibida en algunos países europeos. Aun  hoy se dice “efecto Werther” para referirse a la secuela imitativa que puede producir el suicidio.

Es difícil imaginar hoy, en la era de la comunicación, que en pleno siglo XVIII  una obra pudiera tener tal repercusión. Pero lo cierto es que su difusión fue enorme. Tanto en siglo el XVIII como en el XIX hubo vajilla ilustrada con imágenes de Charlotte frente a la tumba del joven Werther. Incluso, algunos escritores propusieron cambiarle el truculento final para morigerar así los efectos de su lectura, aunque la iniciativa no prosperó.

La historia del desdichado Werther habría estado inspirado en las propias penas de su autor, aunque él logró elaborarlas a través de la escritura y no se suicidó, sino que se convirtió en una celebridad.

Pero Hollywood ha impuesto las historias de amor con finales felices por lo que hoy, 14 de febrero, se celebra el amor dichoso, lo que con alguna imprecisión suele llamarse “amor romántico”, un amor con estética de repostería, un amor lleno de corazones y un tanto empalagoso. Pero bienvenida sea la celebración del amor en cualquiera de sus formas. Y bienvenido también el estímulo de las ventas.