Las olas estallan en el medio del océano. Una sirena nos guía por las profundidades del mar y descubrimos un poco más de ese universo misterioso: sentimos el sonido del agua, vemos tortugas marinas, peces y barcos hundidos, como si estuviéramos ahí. Pero en un instante todo se apaga y sólo escuchamos una voz: “fuera del mar, ojalá pudiera ser parte de ese mundo”, canta la actriz afroamericana Halle Bailey en su interpretación de Ariel para la nueva versión del clásico de Disney.

La reacción al tráiler de la película no tardó en llegar a las redes sociales: algunos usuarios cuestionaron la elección de la actriz para el papel. Pero en estas intervenciones no se opina sobre su actuación ni su performance como cantante, se critica su color de piel. Lejos de ser una sorpresa, las repercusiones vuelven a activar un horizonte de sentido que pareciera estar cada vez más instalado. Es que en el debate público actual las discusiones se ven interferidas con demasiada frecuencia por discursos racistas.

Esa idea, la del esencialismo identitario, es precisamente lo que ponen en cuestión las sirenas, desde Homero hasta nuestros días. Se sabe: como seres híbridos, poseen una mezcla entre lo humano (mitad mujer) y lo animal (mitad pájaro o semipez), y oscilan entre dos mundos, la tierra y el mar, la vida y la muerte. Pero no sólo la indeterminación y la ambigüedad las caracterizan, hay también un componente metamórfico y transformador: sus imágenes fueron cambiando a lo largo del tiempo. Siempre fascinantes y peligrosas, solían conquistar los cielos con sus largas alas antes de devenir en la imagen marina que conocemos en la actualidad. Para un rápido repaso de sus variaciones, alcanza con recordar un breve fragmento de “El arte narrativo y la magia”, un ensayo de Borges compilado en Discusión:

El mito de las sirenas

Sirenas

“A lo largo del tiempo, las sirenas cambian de forma. Su primer historiador, el rapsoda del duodécimo libro de la Odisea, no nos dice cómo eran; para Ovidio, son pájaros de plumaje rojizo y cara de virgen; para Apolonio de Rodas, de medio cuerpo para arriba son mujeres, y en lo restante, pájaros; para el maestro Tirso de Molina (y para la heráldica), ‘la mitad mujeres, peces la mitad’. No menos discutible es su índole; ninfas las llama; el diccionario clásico de Lamprière entiende que son ninfas, el de Quicherat que son monstruos y el de Grimal que son demonios. Moran en una isla del poniente, cerca de la isla de Circe, pero el cadáver de una de ellas, Parténope, fue encontrado en Campania, y dio su nombre a la famosa ciudad que ahora lleva el de Nápoles, y el geógrafo Estrabón vio su tumba y presenció los juegos gimnásticos y la carrera con antorchas que periódicamente se celebraban para honrar su memoria. La Odisea refiere que las sirenas atraían y perdían a los navegantes y que Ulises, para oír su canto y no perecer, tapó con cera los oídos de sus remeros y ordenó que lo sujetaran al mástil. Para tentarlo, las sirenas prometían el conocimiento de todas las cosas del mundo”.

Las sirenas seducen a los viajeros con su canto irresistible. Sus voces muestran que el mundo es más de lo que se puede ver, diversifican el orden de lo real y el camino a seguir, provocando un desvío en la ruta de los navegantes.

De demonio mortal a mujer sensual -con la premisa del temor a la sexualidad femenina como catalizador-, las sirenas han cambiado de forma a lo largo del tiempo, pero siempre representaron una amenaza al poder opresor de lo establecido. Como portadoras de un saber oculto y hechiceras de la antigüedad, representaron invariablemente los márgenes, en los finales del mundo. Tal vez, después de todo, no sea su voz la que entona los cantos peligrosos de esta época.