Es posible que el tiempo sólo tenga carácter lineal en la gramática. En la obra de la artista Nora Iniesta, en cambio, el pasado –que es la infancia y es la patria- se vuelve presente. La niñez no es añoranza, sino algo que nunca cesa de suceder. Por eso, Iniesta para pintar, el libro que publicó recientemente a través de Ronda Editorial, recupera viejas prácticas aprendidas en la escuela y es una invitación tanto a chicos como a adultos a completar su obra con colores. Es el tercer volumen de una colección que se define a partir de esta propuesta. El primero instaba a colorear imágenes de Xul Solar; el segundo, de Manuel Espinosa. “La primera artista viva que integra la colección soy yo”, aclara Iniesta.

En su taller hay un clima lúdico. Tres muñecas corpóreas parecen preservar la infancia detrás del vidrio que las enmarca. La imagen de San Martín retrotrae a quien la mira a las figuritas del Billiken. Una variedad heterogénea de objetos resulta tan tentadora como la vidriera de una juguetería. Ahora, toca jugar a la entrevista. ¿Quién comienza a hablar? Mejor que lo decida el azar o el juego: “¿piedra, papel o tijera”?


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(Foto: Diego Martinez)

-¿Qué te impulsó a publicar un libro para colorear?

-La idea me encantó porque hacía rato que tenía ganas de hacer un libro en el que el otro pudiera participar, ponerle su propio color a obras mías. Iniesta para pintar es un libro en blanco y negro en el que mis imágenes fueron vectorizadas, es decir, se les dejó sólo el contorno para que tanto un adulto como un chico puedan completarlo con colores. Aunque el título del libro es Iniesta para pintar, quien lo abra se encontrará también con otras cosas. Por ejemplo, cada página tiene el símbolo de una tijera que significa cortar u otro que significa pegar.

-Es decir para hacer un tipo de actividad que se hace o se hacía en la primaria.

-Claro, viene de allí. Además, yo tengo una larga trayectoria con el collage que es cortar y pegar. He visto y he comprado muchos libros para pintar en mis viajes. Estando en Kiev por una muestra encontré este tipo de libros con paisajes, con teteras, con interiores de casas dibujados para ponerles color. Lo bueno es que quien pinta puede ser un chico o un adulto. Todas las imágenes que tiene el libro son de mi autoría y las guardas para pegar son elementos, personajes, figuras sacadas de mis obras y puestas fuera de ellas. Como se evidencia en mis trabajos, siento predilección por los colores de la bandera y por los próceres. Por eso aparece Belgrano. A partir de estos elementos que propongo, cada cual puede armar un collage diferente.

-Pero en tu libro hay también una historia.

-Sí, está la Historia de la Niña Argentina. Esta fue una gran idea de una de las editoras que escribió: “La niña argentina por el mundo viaja y su escarapela luce como alhaja. La niña curiosa busca los colores en los cielos limpios en todos los soles…» Yo me siento muy representada en eso. Tanto el texto como el diseño del libro tienen que ver con mi obra y surgen a partir de ella. No sólo se pueden pintar figuras, sino también el texto mismo. Recomiendo pintar este libro con lápices de colores.


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(Foto: Diego Martinez)

-¿Por qué?

-Porque permite hacer un ejercicio diferente, pintar sector por sector con los colores propios. Es como marcar un camino en el que sólo está lo mínimo, lo básico, para que le agregue un potencial que no es mío, pero que enriquece lo que hice.

-En tu libro hay dos elementos que son una constante en tu obra: la patria y la infancia. Me recordó a los que pintaba en la escuela primaria con lápices de colores. Era todo un desafío volver a guardarlos en el lugar en que estaban para mantener el orden.

-Sí, la patria y la infancia son dos constantes en mi obra. Mantener el orden en que venían te ordenaba mentalmente. Y esta observación me parece interesante porque el orden en una caja de colores va del blanco al negro aunque el blanco y el negro no son colores y conservarlo es como conservar una casa ordenada. Pero siempre había colores que uno utilizaba más y que iban quedando más cortos que el resto. El lápiz de color me gusta porque te permite trabajar desde la línea hacia el centro, sectorizar y mantener el contorno. La suma de esos sectores produce el total de la obra.

-Quizá es generacional pero es imposible para mí ver una caja de lápices de colores sin sentir placer. ¿A vos te pasa lo mismo?

-Sí. Cuando era chica tenía unos tíos que viajaban a Chile por trabajo y me traían siempre una lata de 24 colores. Para mí era como tener un lingote de oro. No podía pedir más. Para mis cumpleaños lo que siempre me regalaban de chica eran libros de Constancio C. Vigil o de la colección Robin Hood y lápices para pintar. Esa era mi mayor felicidad.


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(Foto: Diego Martinez)

-Quizá esos lápices ayudaron a determinar tu vocación.

-Sin duda, aunque más que los lápices en sí diría que fueron los colores los que me marcaron. Me recuerdo pintando planos de colores, paisajes sin horizonte en los que no se dividían la tierra y el cielo y esto sucedía mucho antes de que comenzara a escribir. Recuerdo también el olor de los lápices. Así como hay un olor a tabaco que me recuerda a mi abuelo paterno que fumaba en pipa, el olor a madera de los lápices me retrotrae a la infancia. También los he utilizado de grande.

-¿Qué es lo que más rescatás de la experiencia de haber publicado un libro para pintar?

-La posibilidad de trabajar con otros.  El libro tiene para mí varias instancias. Una es la de verlo crecer, de hacerse: buscar imágenes, establecer cuáles son las mejores para quitarles el color…Otra es la de verlo circular, lo que me da ganas de armar talleres con chicos y adolescentes o con adultos en museos o centros culturales. Incluso pienso en la posibilidad de hacer algo en un geriátrico. En librerías importantes del exterior hay muchos libros para pintar para adultos separados por tema: paisajes, mariposas, etcétera. Para una persona mayor ese es un soporte que le evita tener que enfrentarse a la hoja en blanco. Me gusta la idea de que todos ellos puedan completar la obra de un artista, de dejar una ventana abierta para que se enriquezca lo propio a través de lo que me brinda el imaginario del otro. No hay nada que me ponga más feliz cuando doy un taller que ver cuántas cosas diferentes se pueden lograr a partir de un patrón común, cómo la misma imagen cambia según la aborde una persona u otra.

-¿Creés que en la era digital, usar lápiz y papel sin la mediación de una pantalla permite un contacto directo con los materiales que puede ser beneficioso?

-Sí. Con cosas muy básicas se puede hacer mucho. Lo que el libro sugiere es que volvamos a los orígenes, a las técnicas que aprendimos en el jardín de infantes: recortar, pegar y pintar con lo que uno quiera, porque el libro soporta diversos materiales como la acuarela.


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(Foto: Diego Martinez)

-¿Creés que en el libro como en el resto de tu obra hay una nostalgia de la infancia?

-No, yo no me siento una nostálgica. Creo que en la nostalgia hay cosas que están fuera de época, que son anacrónicas. Y el libro, me parece, tiene algo puro y limpio, que no tiene la nostalgia delante, sino que es muy actual. No me remonto a 30 o 40 años atrás. En todo lo que hago trato de traer el pasado al momento de hoy para que no sea tan lejano.

-¿Ponés el pasado en tiempo presente?

-Tal cual, lo que hago es eso, creo que esa es una buena definición: pongo el pasado en tiempo presente, lo reformulo, lo reciclo. «