«Nací el 20 de diciembre del año 2001 a las 19:52. Mi partida de nacimiento indica que soy argentina, pero lo cierto, lo exacto, es que nací en territorio ucraniano». Así comienza la novela de Paula Puebla El cuerpo es quien recuerda (Tusquets) y en esa frase se cifra la historia que narra. Rita desea conocer a la madre que la albergó en su útero en tierras lejanas, pero la información le es negada por la mujer que la crió, Victoria, una modelo casada con un poderoso empresario, Roberto. Él es un millonario que proclama convicciones políticas que no se corresponden con su actitud frente al dinero. Rita lo quiere como se quiere a un padre, mientras culpa sólo a Victoria por negarle los datos de la gestante  ucraniana, Nadiya.  

La novela plantea un tema que aún no está presente en la agenda de discusión de la Argentina como la subrogación de vientres, pero que se relaciona con un tema paralelo: el de la identidad, que nuestro país sí conoce de cerca a partir de los hijos apropiados. El relato de Puebla puede ser leído como una advertencia: dado el avance de las ultraderechas y su afán de convertir todo en mercancía, sumado a la desigualdad social que padecemos, no es descabellado pensar que la subrogación se instale y sus víctimas sean, como siempre, las mujeres de las clases más bajas.

Un texto potente que busca desnudar verdades incómodas.

La portada del libro de Puebla.

En vos hay cierta crítica a determinadas posturas de los feminismos, como la corrección política. ¿El cuerpo es quien recuerda es una expresión de esa crítica?

-No sé si hay en mí una vocación de contradecir ciertos discursos de los feminismos, como el de la corrección política, por ejemplo, sino por discutirlos y profundizarlos. Algunas  veces se coagulan sentidos comunes y esos sectores se apropian de ellos para hacerlos bandera, en algunos casos con elecciones de lenguaje bastante desafortunadas. Alguien tiene que ser el agente del caos para llevar la discusión un poco más allá y mi intención es, justamente, ir siempre un poco más allá. Por ejemplo, el gran tema de los derechos sobre  los cuerpos de las mujeres creo que lo podemos llevar más lejos. Es innegable que en los últimos años ha sido un tema central de las agendas de algunos países latinoamericanos y de los Estados Unidos. En lo que se refiere a la novela, creo que agrega una capa de complejidad sobre el tema del alquiler de vientres. Diría que la agrega tardíamente, porque eso es algo que ocurre desde hace 20 años en muchos países con una gran desigualdad social. Si discutimos la posibilidad de interrumpir el embarazo voluntariamente, creo que esto es algo que también tenemos que discutir tarde o temprano y para mí siempre es mejor hacerlo temprano.

Además de las protagonistas mujeres, en tu novela hay protagonistas hombres cuyo discurso no aparece directamente: un empresario que se dice peronista pero que juega en las ligas superiores del poder económico concentrado; un intelectual de izquierda con un discurso rebelde pero que se deja pagar los pasajes para asistir a congresos y demás por aquellos a quienes critica. ¿Cómo pensaste la función de estos personajes masculinos?

-El empresario del círculo rojo y el progresista profesional que se ocupa de  los Derechos Humanos, creo que complejizan la historia de estas tres mujeres porque vienen a mostrar un contrapunto. A mí me interesa mucho que, cuando estoy narrando un adentro, haya un afuera con el cual se pueda referenciar el discurso. Quería hacer interactuar a Rita con Héctor, su pareja, y con su padre. Creo que, si bien no son protagonistas, nutren mucho y agregan una textura a la historia central de la novela.

Rita, de alguna manera, reproduce la historia tan argentina  de los hijos apropiados. Victoria, quien la cría, le niega los datos de quien la albergó en su vientre Por su parte, el padre, Roberto, parece no hacerse cargo del origen de esa chica, como si no fuera partícipe del proyecto de subrogar un vientre.

-Sí, la novela es muy indulgente con los hombres en general y con el padre, Roberto, en particular. Esto es algo que discutí incluso con la editora, Paola Lucantis. Había casi un reclamo: ¿por qué un hombre como Roberto la saca tan barata? Fue una decisión, porque creo que esto es algo para discutir entre mujeres, dado que el tema central es la maternidad. En el hecho de traer un hijo al mundo, si bien el hombre participa y es una parte muy importante del proceso, luego, en el mejor de los casos, es un testigo, cumple un papel secundario. Por eso hay una decisión voluntaria de dejar a los personajes masculinos medio desdibujados y en las sombras, para que lo que suceda sea un diálogo entre las tres mujeres.

Hay ciertos elementos muy siniestros, como la prótesis para fingir una panza que incluso es capaz de hacer sentir que el bebé se mueve dentro del útero. ¿Eso existe realmente?

-Eso es algo ficcionalizado. Yo trabajé en televisión y allí los embarazos se fingen con una botarga. Hay unas panzas de gomaespuma que son muy viejas y muy feas y otras increíbles que son las que se utilizan en Hollywood, pero no son sensitivas como en la novela, son un bulto artificial. Quería llevar eso un poco más allá y se me ocurrió esta panza protésica que da patadas como un bebé y que sirve para que esas madres que no están gestando, sino que están esperando que su hijo nazca del vientre de otra mujer puedan hacer más llevadera esa espera. Hay algo deliberado con lo siniestro y lo monstruoso. Me interesaba tensar esa soga  y llevar todo al territorio de lo que podría ser. En otra parte de la novela aparece la mención de un video con un matrimonio de viejitos que subrogaron un bebé cuando son personas en edad de ser abuelos e, incluso, bisabuelos. Cuando se corren los límites éticos para generar una vida, el resto de los límites se corre solo.

La pregunta que surge de la lectura de la novela es si la subrogación de vientres puede ser  un trabajo, como le sucede a la madre gestante de tu novela, desgastada por trece embarazos de hijos que no son propios.

-Claro, es en los países con mayor desigualdad donde el terreno está más preparado para eso. Si hay una desigualdad económica galopante, una población empobrecida  y resquebrajada y hay cada vez gente más rica y mayor número de pobres, se va preparando el terreno para que en un país como Argentina instalen una primera clínica donde eso se pueda realizar y esté regulado por el mercado.

Leyendo tu novela me acordé de Milei cuando se refirió a que los pobres “tenían derecho” a vender sus órganos para vivir.

-Exactamente. Cuando hay desesperación económica las decisiones no se toman del mismo modo que cuando no la hay. Si nos acercáramos a un espacio con muchas mujeres que piden por favor un trabajo porque no llegan a fin de mes, porque no tienen plata para darles de comer a sus hijos, no sé de qué forma podrían responder si se les acercara alguien de una clínica y les preguntara si gestarían un bebé durante nueve meses y luego lo entregarían a cambio de determinado dinero. En esas circunstancias, lo que parece ciencia ficción deja de serlo y comienza a sentirse como una inminencia que te pone la piel de gallina.

En algunos países se acepta como normal que haya hijos de diseño, que alguien elija de un book qué persona quiere que le done óvulos o espermatozoides para tener un hijo.

-Absolutamente, hay fotos y podés elegir el coeficiente intelectual, el color de piel y de ojos del donante. Ocurre hace mucho tiempo y creo que hay que comenzar a pensar la subrogación de vientres como algo que ya está entre nosotros. Por supuesto que eso sólo puede hacerlo una elite porque no todo el mundo tiene el dinero necesario. Incluso en los países donde resulta más económico es caro. Hay que estar alerta y discutir esto porque no tenemos que olvidarnos de que somos latinoamericanos, estamos en una situación social y económica de mucha fragilidad y de que para las ultraderechas vale todo.

Además, creo que hay algo discriminatorio en la subrogación porque tiene en cuenta el factor racial.

-Sí, la discriminación racial es otro tema para discutir. Hay un paradigma que nos conmina a hablar en términos de igualdad, a pensar, creer y actuar de acuerdo con la fantasía de que somos todos iguales. En la novela, el personaje de Victoria habla en un momento de la adopción y la descarta totalmente como opción para convertirse en madre por eso, porque un negro, con los ojos oscuros y «pelo flecha», como dice ella, no es para una modelo que es la mujer de un gran empresario. Entonces prefiere subrogar para concebir un chico de catálogo como los que salen en las revistas. Poner sobre la mesa el tema de la discriminación y de los hijos de diseño creo que sigue complejizando esta historia.

¿Hiciste una investigación sobre el alquiler de vientres?

-Sí, hubo un período de investigación en el que miré algunos documentales. No hay mucho, pero algunas cosas encontré. Hice diversas lecturas de trabajos sobre identidad relacionadas, sobre todo, con la apropiación y el robo de bebés en la dictadura. El personaje de Nadiya, la guerrillera ucraniana, estuvo muy fermentado en el jugo de nuestras guerrilleras, en las guerrilleras latinoamericanas, de modo que pude volcar en ella muchas cosas de nuestras arcas históricas. Volví también sobre revistas de la farándula de los ’90 y todo ese universo de las Lolitas, de los veranos en Pinamar.

-¿Hiciste lo mismo que el personaje de Rita, es decir, te hiciste pasar por alguien que quiere subrogar?

-Sí. Quise ser frontal y honesta y unirme a grupos de Facebook en los que se contactan parejas que han subrogado vientres, pero no me fue permitido el acceso. Es un universo donde hay muchísimo hermetismo, lo cual ya es toda una declaración. Entonces me animé y busqué una agencia-clínica de reproducción en Ucrania, me contacté y fue realmente como Rita cuenta en la novela, Las opciones para contratar esos servicios eran casi como una oferta de planes vacacionales. Te van a buscar al aeropuerto, te llevan al hotel, te llevan a la clínica, te muestran las madres que  tienen en disponibilidad como si estuvieras buscando un viaje para ir a tomar mojitos a Plaza del Carmen o algo así. Todo es muy siniestro y muy monstruoso. Te deja perplejo. El mercado neutraliza todo y es muy hábil para neutralizar cualquier batalla, cualquier lucha social. Tenemos que parar las antenas porque no estamos en una sociedad sólida y previsible donde todos vivimos tranquilos y podemos hacer planes de aquí a seis meses. Esa inestabilidad pega muy hondo abajo, sobre todo en las mujeres.  «

Un presente corrido levemente hacia el futuro

–El cuerpo es quien recuerda está situada en un futuro muy próximo. Las cartas que hay en la novela están fechadas el año 2025. ¿Por qué tomaste esa decisión?

-Por varias razones. En primer lugar, me facilitaba la voz de Rita. Me siento más cercana a una chica de 25 años que quizá a una de 15 o de 18. En segundo lugar,  porque esa fecha da cuenta de que la subrogación de vientres  existe hace más de dos décadas en muchos países y eso señala el retraso que hay respecto de este tema en la discusión pública. Luego, me gusta mucho la idea de que los bordes entre realidad y ficción estén muy borroneados y creo que de esta forma también está borroneada la línea entre presente y futuro. El tema podría parecer futurista, parecer una distopía, pero no lo es porque ocurre desde hace 25 años. Me gusta, además, la idea de un presente corrido, más que de un futuro. En nuestro país, además, debido a la situación, el futuro puede ser mañana o dentro de una semana porque no se proyecta en años, sino en el día a día. Tocar esos límites y jugar con esa línea borroneada me parecía una propuesta interesante.

Si bien los personajes tienen carnadura, en la novela se discuten ideas. ¿Qué es lo que te permite la ficción que no te permite el ensayo?

-Impunidad. Me permite ser malísima, ser siniestra más que libertad, porque libertad en el ensayo también tenés. Me interesan mucho los personajes viscosos que no son tan fáciles de querer. Los personajes que, cuando  estás a punto de quererlos, hacen algo que te aleja. Victoria, por ejemplo, podría ser vista como una Lolita que fue víctima del sistema de modelaje, de los ’90, de la anorexia que padecía para poder estar en ese mundo. Pero agregarle toda la otra capa, el hecho de que nunca hubiera adoptado un chico negro, la hacía más viscosa. Lo mismo pasa con la guerrillera, que es una madraza, pero también es muy moralista con la maternidad. Por su parte, Rita busca una vida propia en las vidas ajenas y su pareja, Héctor, que encuentra una situación de conveniencia en estar con una chica joven, hija de un millonario.