La mañana del 27 de septiembre de 2014, México despertó con la noticia de la desaparición masiva forzada de estudiantes en la ciudad de Iguala, estado de Guerrero. La confusión de las versiones que comenzaban a arreciar desde temprano en los medios no ayudó a calmar los interrogantes. Con el paso de los días, las versiones se multiplicaban y los hechos quedaban más borrosos aún.

Historia oral de la infamia de John Gibler, publicado por Tinta Limón, encontró la manera de revelar los hechos ocurridos esa ominosa noche desde la voz de las propias víctimas sobrevivientes. Pero no solo aclara los hechos, es decir, la acción coordinada de diferentes fuerzas policiales en la desaparición de 43 estudiantes de una escuela normal rural, el asesinato de nueve de ellos y una montaña de heridos. Se trata de una de las publicaciones de investigación periodística más impactantes de los últimos tiempos que logra que el lector vivencie el terror de la noche que va del 26 al 27 de septiembre y que no salga ileso de la experiencia. Que salga con los ojos abiertos por el miedo, la indignación y la verdad que allí se muestra.

La apuesta es radical. Tanto en términos periodísticos como literarios. Testimonio tras testimonio sin intervención de terceras voces, ni la del propio periodista, dan cuerpo y hacen avanzar la acción cronológicamente hacia el centro vertiginoso de la noche en que los estudiantes normalistas –que se preparaban como todos los años para ir al DF a recordar la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968– fueron acorralados, perseguidos, ametrallados, asesinados y desaparecidos por la policía.

En una video-entrevista, Gibler cuenta cómo fue el proceso de investigación y construcción del libro, y cómo se enteró de los acontecimientos: “Como muchos, vi la noticia muy temprano la mañana del sábado 27, pocas horas después de los ataques. Al principio, la verdad, no quise creer que estuvieran desaparecidos. He trabajado en el estado de Guerrero desde el año 2000, conocía la Normal. Además habían asesinado de manera brutal a dos estudiantes en diciembre de 2011. Era un golpe muy fuerte y tardé en dimensionar qué estaba pasando”.

–¿Qué pasaba el 2 de octubre?
–Todavía en los medios había muchísima confusión. Yo leía todo lo que salía, en inglés y en español, y no entendía ni lo básico. Había muchas versiones no confirmadas y el gobierno empezó a filtrar información para que todo quedara en la figura del narco-alcalde. Yo veía venir toda una gran maquinaria de impunidad y me dije: “Si en seis días no han ido para allá, no están entrevistando a los sobreviviente, no hay despliegue de fuerzas para buscar a los chavos para saber qué pasó. Sino al revés, están filtrando a los medios que algunos de los estudiantes eran narcos, que otros eran guerrilleros, entonces es evidente una gran movilización de fuerzas del Estado para encubrir esto. Urge ir a investigar”. Eso lo pensé el 2 de octubre, y el 3 me fui para allá.

La investigación – El momento de la escucha

Escuchar es una de las acciones más difíciles y necesarias de los tiempos actuales. Pero no como una actitud pasiva, sino como una forma de compromiso hacia el otro. Historia oral de la infamia es un libro basado en una acción de escucha minuciosa, en un contexto en el que los hechos se volvían más densos y oscuros. “El día que llegué presentaban unas fosas clandestinas gigantes en las afueras de Iguala con 28 cuerpos. Los hechos iban a una velocidad muy intensa, por las movilizaciones de las familias y las maniobras del gobierno. Después de unas cinco entrevistas, empecé a darme cuenta de que la información básica en los medios, aun de los que simpatizaban con los estudiantes, estaba mal. Abarcaban un solo escenario cuando los ataques ocurrieron en muchos momentos y lugares en la misma noche, en la ciudad y fuera de la ciudad”.

John Gibler cuenta que cada vez que regresaba a la Normal, se encontraba con más sobrevivientes que querían participar de las movilizaciones. “Pues los buscaba, pedía permiso, y los entrevistaba más y más. No pensaba en qué iba a hacer con eso. No me gusta tomar decisiones antes de hacer el trabajo de investigación. Pienso que la historia misma me comunicará cómo debe ser contada. Entonces lo primero es escuchar la historia de las personas que la han vivido, y recién después ver qué forma se necesita para contarlo”.

El momento de la narración – Un libro hecho de voces

–Ya cuando pensaste en el libro, ¿tenías algún modelo en vista?
–Cuando decido producir algo en forma de un libro, simplemente por corazonada pensé que no hacía falta que yo escribiera. Allí estaba todo dicho por las personas que vivieron los hechos y decidí no incluir la mayoría del material de archivo. Lo que urgía era documentar esa noche y acompañar a los sobrevivientes.

–En el montaje tipo documental que hacés, en primer lugar presentás qué clase de población asiste a la Normal, por qué estudian, como son sus familias…
–En las entrevistas, cuando sentía que alguno de los chavos tenía ganas de platicar, les hacía más preguntas. Pero eso fue meses antes de pensar en hacer un libro. Era parte de la dinámica de la entrevista. Cuando voy madurando la idea del libro ya tenía la pila de entrevistas hechas y transcriptas, a 25 normalistas y a otras víctimas como los del equipo de fútbol de los Avispones, periodistas de Iguala, etcétera. El espíritu de hacer una historia oral lo tomo del libro de Elena Poniatowska sobre la masacre del 2 de octubre del 68 (La masacre de Tlatelolco), pero la estructura narrativa viene de la novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño que, por supuesto, es ficción, pero escrito a modo de testimonios que avanzan en el tiempo más o menos cronológicamente a lo largo de 20 años. Yo quería narrar avanzando en el tiempo, con esa multiplicidad de voces, pero abarcando una sola noche. En Los detectives… la historia se fragmenta, y el foco está siempre como desplazado, porque se introducen todo el tiempo mini historias. En este caso, se trata de una serie de hechos –más que personajes– que unen todo. Esa multiplicidad de voces que avanza en el tiempo en forma cronológica viene de ahí, porque se trata de una serie de ataques diferentes, todos coordinados.

–Si bien te hacés a un lado como escritor, sos el responsable de la narración.
–Viendo todos los testimonios que tenía, imaginé un arco narrativo con esa multiplicidad de voces avanzando todas juntas. Pensé, güey, a ver si alcanzo, a ver si me faltan momentos clave, a ver si la entrevista aguanta el peso narrativo. Entonces simplemente lo empecé a armar. Primero leyendo todo el material, y luego armando una guía de los diferentes momentos. Y al final creí que sí, que se armaba. No escribo, pero obviamente intervengo y estoy metido por todas partes, porque soy quien fue hasta allí y los grabé, con su permiso por supuesto, cada uno escogió su seudónimo para proteger su seguridad. Y claro en la selección de los fragmentos y la decisión de la estructura.

–El tiempo narrativo es fundamental para que el lector entienda quiénes son los chicos en sus propias voces, y luego entren juntos en el vértigo de violencia de esa noche.
–Yo quise empezar muy lento, porque la historia es tan terrible y la velocidad de los hechos en algún momento es tan angustiante, que creí importante empezar muy despacio y así acercarnos un poco a ellos. Antes de acompañarlos en esa noche de terror, era necesario conocerlos tantito, saber un poco quiénes son, de dónde vienen. Y ya, ahí sí acompañarlos a través de esa noche hasta la mañana temprano del día 27, cuando ellos se dan cuenta que no sabían dónde estaban los compas. Todos creían que estaban en la cárcel, porque se los había llevado la policía. Cuando empiezan a darse cuenta que nadie sabe dónde están, ahí hago un corte y aparece la voz de un papá, que había hablado con su hijo por teléfono la noche anterior para después ir a buscarlo. Esas cosas las hice muy a propósito, con un cuidado y un afán de agarrar al lector, de jalarlo e impactarlo.

–Del libro no surge el porqué de ese nivel de violencia.
–No, y no queda explicado porque el gobierno federal sigue encubriendo. No podemos preguntarle a la persona que le cortó el rostro a Julio César Mondragón en vida por qué hizo lo que hizo. Porque no sabemos quién es, porque el gobierno lo está protegiendo. «

El oscuro rol del Estado y la policía

–En tu libro, los mismos testimonios confrontan y desnudan la versión oficial. Frente a esto, ¿el Estado federal continúa manteniendo su versión?
–El Estado insistió por casi dos años en una versión de los hechos que ha sido rotundamente desmentida. Es una larga historia, pero desde los primeros días el gobierno comenzó a elaborar un encubrimiento de los hechos y no una investigación. Incluso en las primeras fosas que destapan yo creo que sabían que no eran los estudiantes y con eso compraron tiempo para elaborar otro escenario, que fue el basurero de Cocula. Ese escenario en el que dicen que los policías se confundieron a los normalistas con narcos, y que después se los entregaron a otros narcos. Esa mentira oficial de la entrega es clave, porque quiere reforzar la idea de que el Estado y el narco son dos cosas distintas, y que el Estado puede ser corrupto y unos cuantos trabajar para el narco, pero siguen siendo fuerzas distintas. Pero los hechos de Iguala muestran que no hay ninguna distinción ente Estado y narco. Son la misma cosa. Habrán sido dos cosas distintas, pero ya se han fusionado.

–Eso surge muy patente de la reconstrucción de las escenas. Aun en la versión oficial habría una suerte de coalición y la policía actúa como una banda criminal.
–No actúan como una banda criminal: lo son. Ellos secuestran y extorsionan, ellos trafican y desaparecen. No hay testimonio de ninguna entrega, pero cuántos hay de que es la policía misma la que se los llevó: la policía los desapareció. Era clave en la versión oficial ese imaginario de una entrega para enfocar la maldad sobre la figura del narco y dislocar la figura de la maldad del Estado cuando toda la información documentada que tenemos es que fue el estado. Primero las policías actuando en conjunto, y después todos los oficiales, estatales y federales, trabajando para encubrir.