Tomás Litta es estudiante de Letras y tiene 22 años. Pese a su edad, ha acumulado una gran experiencia en el terreno de la poesía. Desde 2016 es el curador de un exitoso ciclo de poesía erótica en Casa Brandon. Ahora acaba de publicar un libro de poemas, Fruto rojo (Santos Locos Poesía) que presentará en diversos puntos del país. Figura en diversas antologías –desde una publicación escolar en la que resultó premiado por un cuento a una convocatoria internacional de Los cuatro vientos con poemas y relatos premiados-, pero este es su primer libro “solista”.

La literatura parece haberlo acompañado desde siempre. “Nunca pensé en hacer otra carrera que no fuera Letras –dice-. Jamás pensé en otra opción. Siempre escribí y siempre me gustó la literatura. Guardo cosas que escribí a los 6 o 7 años. Están en cuadernos que yo armaba y editaba a mano. Mis padres tenían una gran biblioteca dividida en secciones y yo iba por cada una de ellas chusmeando un poco lo que había, ya se tratara de enciclopedias o novelas ilustradas. Siempre estuvieron presente en mí los libros, siempre me llamaron la atención.”

Cuando se le pregunta si es un poeta que eventualmente narra o un narrador que hace poesía, contesta: “La carga de poeta me parece súper pesada. No sé si me defino como poeta, pero sí como escritor, porque trabajo de eso y es lo que me gusta. Creo sí que por un momento me alejé de la narración porque la poesía me resulta un género cómodo, de fácil llegada a mí y a los otros. Es muy “terrenal”, me permite expresarme, definirme.”

Desoyendo el consejo de Rainer Maria Rilke que dice “nunca escribas poemas de amor”, Litta los escribió porque posiblemente estaba dispuesto a que su experiencia fuera superadora de un hecho individual y pudiera transformarse en algo en el que cualquiera que haya pasado o esté pasando por una experiencia parecida se sintiera identificado. Después de todo, existe, según lo planteó Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, una coreografía predeterminada del amor, ciertas “figuras” que le son propias y que todos recorremos de manera inexorable.

“El libro está dedicado a un ex –dice para explicar el título – un chico que me rompió el corazón y que en algún momento dijo algo así como que nuestra relación era un fruto rojo que comenzaba a florecer. Se ve que no sabía mucho de frutas, porque la relación devino en caos y también en muchos poemas. Nunca supe muy bien qué fue lo que pasó. Creo que estábamos en etapas diferentes. Él necesitaba encontrarse, definirse y saber qué le pasaba y en un determinado momento puso todo contra mí.”

El libro, dice, no fue una colección de poemas sueltos, sino una producción orgánica que gira en torno al encuentro y desencuentro amoroso. “Lo que creo que tiene de especial Fruto rojo o por lo menos lo que tiene de especial para mí, es que es un “en vivo y en directo” de una relación, marca los momentos de sube y baja que hubo en ella. La primera parte da cuenta del crecimiento de la relación y la segunda, de la ruptura, de las cosas que se sienten en el cuerpo y en la cabeza cuando una persona que querés mucho se va y da cuenta también de mi intento de recuperación después de esa ruptura. Creo que los poemas son instantáneas de todos esos momentos.”  

Sin duda, la suya es una poesía narrativa, que cuenta una pequeña historia en cada poema, pero su autor no se lo propuso de manera explícita. Más bien, la poesía es algo que le sucede de manera espontánea. “Me han dicho varias veces –afirma- que mi poesía es narrativa. No sé si es así. No hay nada metódico en lo que escribo, nada planeado de antemano. No me siento con la intención de hacer un trabajo. Más bien aprovecho la explosión de temas o de ideas. Quizá haya un trabajo inconsciente de narrar en el momento de sentarme a escribir, pero no escribo con ese propósito. No sé si quiero contar una historia. Me resulta mejor decir lo que me pasa en ese momento. Hubo, por supuesto, un trabajo de edición del editor de Santos Locos, Marcos Gras, que es alguien genial, lo mismo que la editorial. Pero ese trabajo estuvo más referido a los poemas en sí que al orden. Me señaló cosas que yo no había visto de los poemas y con el libro editado me doy cuenta de que esas observaciones fueron fundamentales. Hubo, por ejemplo, observaciones respecto de poemas que no tenían el mismo registro y rompían con la línea de los poemas anteriores, de palabras repetidas que uno no había advertido, cosas que di por sentadas pero que podían no resultar claras para el lector…Pero los poemas se publicaron en el orden que tenían desde el principio porque ese orden respondía con lo que había sucedido en la relación: comienzo, auge y demolición.”

En cuanto a sus preferencias como lector, Litta apunta al mundo de los poetas jóvenes. “La facultad me da los autores cánonicos –observa- y mi búsqueda va más por otro lado, me gusta la poesía independiente. Me gusta mucho lo que escriben Mariano Blatt, Marina Mariasch, Silvina Giaganti, Rosario Bléfari, Patricia González López, Paula Brecciaroli, Walter Lezcano, Gustavo Yuste que también publicó en Santos Locos. Entre los que no son jóvenes figura la californiana Sharon Olds…Seguramente se me están escapando muchos nombres porque soy olvidadizo.”

La última pregunta fue: ¿qué sentiste cuando viste tu primer libro editado? Litta contestó: “Tuve un ataque de pánico. Me sentí totalmente expuesto y vulnerable. Pensé que cada uno podía tener mis sentimientos en sus manos y eso me hizo sentir más débil de lo que me siento en general. Pero luego ese miedo pasó y empecé a disfrutarlo porque tengo devoluciones muy lindas del libro, incluso de gente más joven que yo, de 17 o 18 años que ya está leyendo poesía.”