Roger Federer es un cruzado. Su ojo dominante es el izquierdo, su mejor brazo es el derecho. También su pie. Lionel Messi es un deportista homogéneo, a su pierna izquierda la conduce su ojo izquierdo. Uno de los hombres que más investigó el asunto de la lateralidad en el deporte fue Paul Dorochenko, el primer preparador físico de Federer. Aunque desarrolló su carrera en España, Dorochenko es francés. Como osteópata y fisioterapeuta, trabajó en la rehabilitación de muchísimos deportistas de alto rendimiento, sobre todo de tenistas. Dorochenko estimula el detalle, los cambios de gestos, el ajuste en los golpes y los movimientos. Con Federer ordenó el carácter, también las llegadas tarde a los entrenamientos. El suizo era un junior cuando estaba en sus manos. A los 41 años, el hombre que para Dorochenko fue lo más parecido a la perfección, acaba de anunciar su retiro del tenis profesional, lo que apaga una época deportiva.

Si Federer fue la perfección es posible que haya sido por más circunstancias que las de su lateralidad cruzada. Un capítulo del libro Héroes igual, de Marcelo Gantman, aborda el método de trabajo de Dorochenko y se explaya sobre lo que implica que el ojo izquierdo sea el que dirija la mano derecha, el pie derecho. Entrega un campo visual más amplio, un mayor panorama para el juego. Federer siempre pareció tener un golpe más y que ese golpe le salga sin esfuerzo. La fascinación con él tenía que ver no sólo con su efectividad –que la tenía, ganó 20 Grand Slam y comandó el ranking durante 310 semanas– sino con el hecho de que lo que hacía lo hacía danzando, con la belleza de lo que para él eran movimientos naturales y para el resto eran imposibles. Así ganó puntos que parecían imposibles. Fue el arte Federer, su propio arte.

«La explicación metafísica es que Roger Federer es uno de esos raros casos de atletas, extraordinarios, que está exento, por lo menos en parte, de ciertas leyes físicas», ensayó el escritor estadounidense David Foster Wallace, que se suicidó en 2008, dos años después de haber publicado una crónica fantástica sobre el suizo, «Federer como experiencia religiosa», que originalmente se publicó en The New York Times y Random House la editó en el libro El tenis como experiencia religiosa junto a otros de sus textos.

«La  diferencia entre él y los demás, como todo el mundo sabe –escribió el novelista italiano Alessandro Baricco–, es que los otros juegan al tenis, mientras que él hace algo que tiene más que ver con la respiración, o con el vuelo de las aves migratorias, o con la fuerza renovada del viento en la mañana».

Su gobierno de dos décadas en el tenis se alimentó de la competencia. Fue el mejor de todos sin ser un monarca aunque lo llamen «Su Majestad». El absolutismo no fue lo suyo. Ni siquiera fue el más ganador entre sus contemporáneos. A sus veinte títulos grandes, Rafael Nadal le impuso 22 y Novak Djokovic lo superó con 21. Por eso se trató de una administración tripartita a la que a veces fue invitado Andy Murray.

Sin Federer, la pregunta es qué sigue después de la perfección. La respuesta se entregó en estos mismos días con el asalto de Carlos Alcaraz en Nueva York, quedándose con el US Open y convirtiéndose en el número uno del mundo a los 19 años. El retiro del suizo y el ascenso del español son parte de un todo, casi pasos coordinados de una transición generacional. Aunque el gobierno de Federer, Nadal y Djokovic se haya comido a otras generaciones intermedias. Es la hora de Alcaraz, que tenía un año cuando Federer ganó su primer Wimbledon, en 2003, cuando la máquina suiza explotó. 

Aunque por su nacionalidad española –nació en Murcia, en 2002– lo comparen más bien con Nadal, el ídolo de Alcaraz en su niñez era Federer. Tiene apenas 19 años, una edad en la que el suizo todavía ni siquiera había ganado un título. El fenómeno todavía está en progreso. Aunque todo vaya muy rápido. Ya tiene encima al que algunos especialistas consideran uno de los mejores partidos de tenis de todos los tiempos, cuartos de final del último US Open contra el italiano Jannik Sinner, otra joya de la generación. Fue una batalla tenística que anticipó lo que se viene y que puso en el espejo retrovisor a un choque superior –por instancia, por juego– como fue la final de Wimbledon 2008, una obra de arte que Nadal le sacó a Federer en cinco sets.

Alcaraz está llamado a inaugurar una época. Ya ganó su primer Grand Slam, ya asaltó el primer lugar y ahora ve cómo se despide el hombre que marcó las últimas décadas. El retiro de Federer produce una nostalgia lógica en quienes lo disfrutaron. Pero su despedida es tan inevitable como el paso del tiempo. Lejos de esa nostalgia, está lo que viene, el arte Alcaraz. Porque para que nazca lo nuevo, lo viejo tiene que morir. En una repisa de su casa, el español tiene enmarcada una foto con Federer, su ídolo. Es la misma que usó para saludarlo en las redes sociales. Ahí Alcaraz le recordó que le quedaba una cuenta pendiente, jugar contra él. Quizá Federer le otorgue ese gusto. «