En Serbia hay vacunas para elegir. Están la de Pfizer, Sputnik, Sinopharm, Moderna y AstraZeneca. El gobierno no desmereció ninguna. Aleksandar Vucic, el presidente, se aplicó Sinopharm. Ana Brnacbic, la primera ministra, se vacunó con Pfizer. Serbia ya comenzó la producción local de Sputnik V. También acordó la fabricación de Sinopharm. En abril del año pasado era mostrado como el país modelo de Europa por su ritmo acelerado de vacunación gracias a los acuerdos con distintos laboratorios. Donó vacunas a sus vecinos Macedonia del Norte y Montenegro. También a Bosnia, un cuarto de siglo después de la guerra. Hasta Jelena Karleusa, la estrella pop que desconfiaba de la vacuna, mostró su foto dándose el pinchazo. Su héroe nacional, en cambio, no se sumó a la campaña. Novak Djokovic no quiso vacunarse. 

El avance en la inmunización serbia se frenó a mitad de año. El gobierno anunció, entonces, que le pagaría 25 euros a cada persona que se aplicara la vacuna, un incentivo para que la campaña no se estancara en un país que desde el inicio de la pandemia registró más de un millón trescientos mil contagios y superó las doce mil muertes. Serbia tiene a menos de la mitad de sus siete millones de habitantes completamente vacunados, sólo el 46% lleva en su cuerpo el esquema completo, sea de una dosis o de dos, según la vacuna de la que se trate. 

El escándalo con Djokovic en Australia impacta en esa campaña. «Le dije a nuestro Novak que toda Serbia está con él”, anunció Vucic apenas el gobierno australiano le negó el ingresó por no estar vacunado. “Nuestras autoridades -agregó- están haciendo todo lo posible para que el acoso al mejor tenista del mundo termine de inmediato”. Djokovic había recibido una exención médica de Tennis Australia para que pudiera participar del primer Grand Slam del año. Pero en el aeropuerto de Melbourne se encontró con que, sin sus vacunas ni un argumento médico que lo justifique, no cumplía con los requisitos para superar los controles migratorios. “Cada uno es libre de tomar sus decisiones, pero tienen sus consecuencias”, le avisó Rafael Nadal, rival afuera y adentro de la cancha.

Djokovic es una causa nacional serbia. Ya no importaba si se trata de una cuestión sanitaria. Pasó lo mismo en 2020, cuando en plena pandemia el tenista organizó el Adria Tour, que terminó en una fiesta y con un brote de coronavirus. O cuando dijo que no, que no quisiera que lo obliguen a vacunarse. Sólo un epidemiólogo serbio, Predag Kon, se atrevió a enfrentarlo: «Me gustaría haber tenido la oportunidad de acercarle la importancia y la enorme contribución de la inmunización a la salud de la población».

«La sociedad tiene la fuerte impresión de que Djokovic fue convertido en una víctima de un juego político», dijo Nemanja Starovic, el secretario de Estado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Serbia. Su familia movilizó al Parlamento serbio. El padre comparó a su hijo con Jesús. El músico y cineasta serbio, Emir Kusturica, vacunado con Sputnik, escribió en el portal Iskra: “¿No se ha convertido el mundo hace mucho tiempo en una prisión en la que el alambre de púas no es su símbolo más expresivo? Los castigos para quienes no quieren vacunarse, ¿no son solo un paso del Gobierno Mundial hacia la realización de la idea de la dominación planetaria y la realización, como ya se ha dicho, del encarcelamiento digital? La detención en la que se encuentra Novak Djokovic es solo una imagen clara de la intención mencionada”. Kusturica describió a Djokovic como “el primero entre los libres, un rebelde víctima de los grilletes del nuevo mundo, que cree en un orden más justo”. 

La comunidad serbia en Australia fue hasta la puerta del Park Hotel, en el barrio de Carlton, donde el tenista pasó la Navidad ortodoxa, aislado, a la espera de una resolución sobre su visa. Se escribieron crónicas sobre las condiciones del lugar, que alberga a quienes piden asilo, personas que huyen de países como Irak, Somalia o Siria, que llegan por mar y que si no son expulsadas, son recluídas en esos centros. Amnesty Internacional recordó, entonces, que Djokovic y el mundo descubrieron cómo son las políticas australianas para los refugiados, con comida en mal estado, falta de atención médica y abusos. Mientras en la puerta un grupo pedía por él, otro grupo pedía por los refugiados: “Novak, ayudanos a terminar con este juego cruel”, se leía en un cartel.  

“Las reglas son las reglas”, se jactó el primer ministro australiano, Scott Morrison, reivindicando sus políticas migratorias. El episodio Djokovic -que más temprano que tarde volverá a su vida- abre el debate sobre los privilegios y expone cómo viven quienes no superan esas barreras. Pero también muestra encrucijada de un país que busca combatir las discursos antivacunas, algo que se extiende por los Balcanes, pero defiende al hombre que tiene desde hace diez años la Orden de la Estrella de Karadjordje, la condecoración civil y militar más alta de Serbia. Zoran Radovanic, profesor de la Universidad de Belgrado, es uno de los epidemiólogos que suele discutir las miradas conspirativas. Pero cuando ocurrieron los hechos del Adria Tour fue uno de los que salió en defensa del tenista. “Djokovic -dijo- es nuestra marca. Una de las pocas cosas positivas por las que Serbia es reconocida en el mundo”. Al héroe, avisan en Serbia, no se lo toca.