César Luis Menotti dejó su lugar a Carlos Salvador Bilardo. Ese fue el primer salto de convicción desde la que Selección se convirtió en “prioridad uno”, como instaló el Flaco en su comandancia, allá por los 70. Aunque ese cambio de paladar, profundo, decisivo, tenía a Julio Humberto Grondona en el manejo de los piolines desde la AFA, y al mejor Diego Maradona de todos los tiempos haciendo maravillas en la cancha y disimulando cualquier actitud de resultadismo extremo que pudiera imponer el entrenador.

Desde entonces, las idas y venidas para la elección de los directores técnicos de la Selección se relacionó con el modo en que El Jefe fisgoneaba, cuando se requería, a los exitosos en el fútbol local o al que beneficiaba a su muñeca de truhán. Alfio Basile , Daniel Alberto Passarella, Marcelo Bielsa, José Pekerman, Maradona, Sergio Batista, Alejandro Sabella, Gerardo Martino. Y hasta se podría marcar una línea histórica: con mayor o menor eclecticismo, más o menos equilibristas, todos ellos procuraban un buen trato de la pelota, como exigencia prioritaria. Tal vez el punto clave de disenso fue la aparición estelar de Leo Messi y cómo extraer mejor el jugo del genio más genial del momento.

Pero sin Don Julio en escena, la designación del nuevo entrenador fue asumida públicamente por Armando Pérez. Seamos realistas: para bien y para mal, hoy nadie de nadie, tiene los poderes ni los atributos de Grondona. Y para peor, sin dudas, para mucho peor, hoy el fútbol argentino es tierra dinamitada, polvo en suspensión que disminuye la visión para discernir con claridad quién es quién y a qué interés responde.
El Patón Bauza estaba en alta consideración cuando Grondona, antes de morir, eligió a Martino. El Tata huyó despavorido, por lo que se venía, y su actitud no deja de ser entendible. La elección finalmente cayó en el entrenador de equipos menos vistosos, que priorizan la solidez y esas cuestiones que, dicen, tienden a garantizar el cero en el arco propio. No es precisamente de paladar negro. Pero, a la luz de los acontecimientos y de las versiones, podría haber sido Bauza, el hijo de la confusión, o cualquier otro. Este o su opuesto, igual da.

O tal vez haya que celebrar: ¿será posible que el delirio haya llegado al punto de ofertarle alguna selección incluso a impresentables entrenadores (Caruso, dixit) que hasta se ofrecen desde sus propios programas?.