Es posible que el Mundial haya empezado con el countdown que llevó al inicio del partido que lo inauguró, Rusia-Arabia Saudita, o que haya empezado un rato antes, con las palabras inaugurales de Gianni Infantino, con la bienvenida marcial de Vladimir Putin, o con el fuck you a la cámara de Robbie Williams. En alguno de todos esos momentos imprecisos terminó de parirse eso que se espera cada cuatro años y que colonizará Rusia durante un mes. O quizá en el primer gol del Mundial, el de Yuri Gazinsky, doce minutos después de que el argentino Néstor Pitana ordenara mover la pelota.

La ceremonia inaugural no fue de una monumentalidad zarista. Tampoco tuvo demasiado de tradicional aunque se haya iniciado con Tchaicovsky con el río Móscova como símbolo. Lo que hizo explotar al estadio Luznhiki, a los hinchas rusos que dominan la escena, fue la aparición noventosa de Robbie Williams con Leet me entertain you para ya controlar el centro del campo de juego con Feel. Aunque pasara la cantante rusa Aida Garifullina, Ronaldo, aunque ya hubieran pasado Iker Casillas y la modela Natalia Vodianova, la ceremonia inaugural fue toda de Robbie Williams, apenas unos quince minutos hasta que Vladimir Putin apareció en la pantalla.

“No importa la diferencia de culturas o idiomas. No importa quiénes seamos, vengamos de donde vengamos, a todos nos une el amor por el fútbol”, decía Putin mientras el estadio lo veía en las pantallas gigantes. Los rusos estallaron cuando terminó. Cantaban la Katyusha para darse ánimo. Sacaban sonidos guturales, nacidos desde el estómago, un aliento, un desahogo. Los gritos rebotaban contra el techo del imponente Luznhiki que los devolvía amplificados. Aplaudieron a Infantino, que inició en ruso su mensaje de bienvenida, el quinto idioma que utiliza públicamente en este país después de que en el Congreso FIFA se pavoneara con el inglés, el francés, el castellano y el alemán.

Si en la gigante Moscú hay esquinas donde la cotidianeidad no se altera por el Mundial, en los alrededores de la Plaza Roja las mareas se mueven en colores. En los peruanos y mexicanos que invaden las calles, en los argentinos que aparecen de cuadra en cuadra con sus Fan ID, o sin ellos, sin entradas. En la llegada del metro al Luzhniki, que vomita hinchas y más hinchas. Los que tienen tickets y los que se conforman con pasar el rato en las carpas del Fan Fest.

Pero la fiesta no es ajena. Hasta acá, parecía que los rusos miraban sin esperanza a su selección. The Moscow Times tituló en tapa: “Envejecimiento e inexperiencia: por qué Rusia está condenada al fracaso”. La ceremonia inaugural, los gritos, la ola desprolija pero divertida, y una goleada muestran que más allá de las limitaciones hay un orgullo que no se toca. Si es por el fútbol, ese orgullo quedó a salvo con los cincos goles. Los jugadores rusos se fueron del Luzhniki saludando a los hinchas como si hubieran conseguido la clasificación. Es que aunque se haya tratado de un rival gris como Arabia Saudita -sin juego, sin un mapa de ruta en el partido, sin intensidad, sin nada- la contundencia de la victoria les empuja la autoestima. Rusia es una selección conducida casi por un hombre común, Stanislav Cherchesov, que apela a la disciplina para la construcción de un equipo que no tiene demasiado fútbol y que, sin embargo, se acaba de despachar con cinco goles. El segundo y el cuarto, los dos de Denis Cheryshev, tuvieron además el plus de ser lindos.

Y si es por el Mundial, también hay orgullo. El camino de ingreso hacia el estadio Luzhhiki no sólo está acompañado de voluntarios y voluntarias dispuestos a las indicaciones, algo que sucede en el subte. No hay que preguntar, si un ruso voluntario ve a un extranjero con dudas, se acerca a ayudar. ¿Están para eso? Están para eso, pero lo hacen bien. Y no lo hacen sólo ellos. Lo mismo sucede con otros ciudadanos de a pie. Pero en ese camino hacia el estadio, además, está dispuesto todo un dispositivo de simpatía. Chicas y chicos rusos que se te acercan a chocar la mano, que andan en zancos y te saludan, que tocan con su una banda callejera. Te digo qué línea tenés que tomar, pero también te entretengo. Te muestro cómo somos los rusos. Tengo orgullo de ser ruso.

Hace unos días un hombre moscovita explicaba que entre ellos no se preguntan “¿cómo estás?” apenas se ven. No lo hacen por descortesía sino porque si se preguntaran eso, entonces habría que sentarse y charlar sobre la vida. Hay una literalidad ahí. No se responde a esa pregunta con dos palabras. Rusia acaba de tomar vuelo. Su Mundial, su equipo, Putin y la cámara enfocándolo seguido. Preguntarle cómo está a un ruso a esta hora podría demandar una respuesta de toda una noche. Aunque alcanzaría con que respondiera que muy bien.