Los superclásicos no sólo son grandes, como el que se jugará este domingo en la Bombonera por la 18a fecha de la Liga Profesional, sino también transversales: da pie a publicaciones alternativas y libros artesanales como el que acaban de lanzar los hermanos Alejandro y Marcos Crotto.

La obra se titula Final, tiene una hermosa tapa a cargo del artista Eduardo Stupía -que también escribió el epílogo- y pertenece a la editorial Ninguna Orilla, dirigida por Marcos. Afín a una obra fuera del mainstream, por ahora sólo puede comprarse vía mail ([email protected]) o Instragram (@ningunaorilla). De existir un ranking, debería figurar entre los libros de fútbol mejor escritos de los últimos años en Argentina.

Relata, desde una concepción literaria, generacional y familiar -alejada de los fanatismos, pero inevitablemente envuelta por una final hiperbólica-, los dos superclásicos que definieron la Copa Libertadores 2018: Marcos (42) es escritor y editor, y Alejandro (44) es poeta y docente. Ambos son hinchas de River pero el libro -delicioso- excede esa condición.

-¿Cómo surgió la idea del libro sobre una final casi tan literaria como real?

Marcos: Por esas casualidades, yo estuve en la Bombonera de infiltrado, y Alejandro, de carambola, en el Bernabéu, porque le coincidió con un viaje ya programado. La última vez que habíamos estado juntos en la cancha había sido justamente en la semifinal del 2004. La final del 2018 fue muy grande, no se hablaba de otra cosa. Además, fue en noviembre, el mes donde Buenos Aires debe ser la ciudad más linda del mundo con sus jacarandás. Pasaron muchas cosas, la suspensión por lluvia, el ataque al micro de Boca, el G20. Vamos alternándonos y en el libro escribe un capítulo cada uno. Nos divertía el desafío de escribir algo que ya es vox populi y hacerlo de un modo novedoso. ¿Cómo escribir sobre un hecho que todo el mundo ya sabe qué pasó? Ese era el desafío.

Foto: Marta Patricia Infante

-Contaron un hecho salvaje, como esa final, con una redacción cuidada, artesanal. ¿Cómo se aborda el desborde sin caer en los lugares comunes, pero a la vez con empatía?

Marcos: Hay un estereotipo del hincha de fútbol como un ser irracional y básico. Tenés miles de programas y publicidades hablando de la pasión inexplicable del hincha, tipos gritando y con la cara pintada y cumpliendo cábalas absurdas. Pero hay otro modo de habitar el hincha, esos que no se ponen remeras, que no gritan nada, que no tiene cábalas y que, sobretodo, detestan el protagonismo de la pasión por encima del juego que se busca instalar. Quería escribir desde ese lugar, entonces, porque me permitía un juego de humor y de contradicciones y de sutilezas mucho más complejo. También me interesaba contar ese lugar como padre. ¿Realmente quiero transmitirle este sentimiento? ¿Llevarlo a la cancha? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Quién se beneficia con eso? ¿Yo? ¿Él? Así y todo, siempre fuimos bastante conscientes de que el material futbolístico no alcanzaba por más que se tratara de un River-Boca en una final de Copa Libertadores. Con la excusa de la final contamos otras historias que sí tienen valor literario para nosotros y que no se relacionan con el partido de un modo directo aunque refractan sobre él. Nos llegan comentarios de gente que no le interesa el fútbol pero que el libro les encantó por esa dimensión paralela que no esperaban. Hasta un vitalicio de Boca nos escribió un mail muy lindo. Y es obvio que en algunas partes le debe haber dolido leerlo. Creo que el lector agradece eso, porque le permite identificarse mucho más que con hinchas estereotipados.

Alejandro: Creo que el libro es bastante original porque fuimos muy fanáticos en la adolescencia, de ir a la cancha y todo, y después combinamos ese fanatismo con nuevos intereses. En ese cruce aparece lo mejor del libro.

-Durante un tiempo, su condición de hinchas se enfrió. ¿Cómo fue el regreso de ambos a una de las pasiones más básicas?

Marcos: Con esa final de la Libertadores 2018 había demasiado en juego, ningún hincha sensato de River y de Boca quería esa final. Y además somos un país exagerado y tendiente a la hipérbole. En mi caso, sentí una especie de regresión, una vuelta a la adolescencia cuando iba seguido a la cancha y era más fanático. Pero ahora ya era un tipo casi de cuarenta años, y con un hijo de cinco que me miraba para saber cómo había que comportarse con ese asunto que estaba en todas partes. Estuve muy incómodo esos días. Y ansioso, algo no muy habitual en mí. Engordé cuatro kilos en una época donde suelo bajar de peso. Además, como nuestra casa estaba en obra, vivía con mi familia en lo de mis padres, volví a mi cuarto adolescente, así que la regresión fue total.

Alejandro: En el libro, Marcos compara a los hinchas que sufrimos esa regresión con esos boxeadores ya retirados que se dejan tentar por una última pelea y cuando quedan en el ring en cueros hay en el aire un dejo de incomodidad. Algo de eso había. Al mismo tiempo, lo justo era estar a la altura e ir a fondo con el papel que tocaba: ser, una vez más, un hincha total.

-¿Por qué cuesta tanto escribir bien de fútbol?

Marcos: El fútbol ofrece poco material literario. Se trata, antes que nada, de un deporte inofensivo. Se puede ganar o perder, no mucho más. Por eso tampoco hay películas buenas de fútbol, del juego, del deporte hablo, no de aquello que lo rodea o de las euforias que desata, eso es otra historia. En cambio, sí hay miles de cuentos y de películas excelentes sobre el boxeo, por ejemplo. ¿Y por qué? Porque en el box uno se juega la vida, literalmente. Y en el fútbol no. Salvo en Escape a la victoria, un partido de prisioneros contra nazis donde Stallone ataja un penal clave y Pelé mete un gol de chilena en el último minuto y el público entra en éxtasis, rompe la alambrada y ayuda a huir a los reclusos. Todo medio tirado de los pelos. En cambio, Rocky I, donde también tenemos al bueno de Stallone, funciona mucho mejor y sin tantos aspavientos porque el box sí ofrece carne ontológica de otro calibre.

-¿Qué tuvo de poesía esa final?

-Alejandro: Bueno, una de las muchas definiciones de poesía es que se trata de un acontecimiento de gran intensidad. En ese sentido, la poesía y esta final están cerca.

-Tradujiste El infierno, de Dante Alighieri, ¿qué tuvo el descenso, una especie de primer tiempo de esta historia de River antes de la final de 2018, de esa obra?

-Alejandro: Pese a la primera impresión, la voz de Dante en el Infierno es la voz de alguien que se sabe salvado, que comienza a escribir el libro después de haber visto a Dios. La experiencia de River en la B fue infernal, sí, pero no dantesca. Sólo alguien que supiera lo que iba a venir en 2018 podría haber vivido dantescamente ese año en la B. Quizás exagero al plantearlo así, pero para un hincha de River el momento de la final que más se parece a la poesía de Dante es la corrida última de Martínez (por el Pity).

-¿Marcos, cómo fue esa experiencia de ir de infiltrado a la Bombonera?

Marcos: Fui con un gran amigo de colegio, fanático de Boca. Antes comimos un choripán en ese boliche donde cada vez que Boca mete un gol tocan la campana. No era un partido normal, estaban todos demasiado nerviosos, el lugar explotaba de gente. Ahora bien, yo fui porque quería registrar todo, sabía que había material para algo, todavía no sabía bien qué, pero sabía que algo quería hacer y que tenía que estar ahí porque es el abc de cualquier crónica: estar en el lugar de los hechos. Me lo tomé casi como un trabajo. Fui siguiendo una intuición, digamos. Nunca tuve miedo de gritar un gol de River o hacer un gesto que me dejara en evidencia. Sí me inquietaba un nene a cargo, sobre mis cuclillas, amigo del hijo de Joaquín, un nene de cinco años que sabía que yo era de River y también sabía que no tenía que decir nada porque me podía meter en problemas. Pero qué sé yo si el nene tendría la psicología suficiente como para guardar ese secreto. Eso me preocupaba. La pasé muy mal, fue un partido terrible donde jugamos mucho mejor pero siempre estuvimos en desventaja. Igual nadie me quita la alegría de ver a los tipos en trance, en el piso, festejando el gol de Wanchope, tipos llorando o gritándole a algún pariente en el cielo, y de repente diciendo: “¿qué pasó, qué pasó, pero qué pasó?”.

-Alejandro, Contás que, en el Bernabéu, te salió el animal de adentro. Tu hija se sorprendió, incluso, de tu transformación. ¿Sólo podía conseguirlo esta final?

-Alejandro: Mi hija nunca había ido a la cancha en sus quince años. Hay un comportamiento legitimado en la cancha, por ejemplo insultar a un jugador rival o al réferi, que para el que no conoce ese código y lo ve de afuera resulta chocante. Algo de eso traté de explicarle a mi hija mientras íbamos hacia el Bernabéu en subte. Por cómo me miraba después en la tribuna, me parece que no logré convencerla.

-El artista plástico Eduardo Stupía participa del libro, diseñó la tapa y escribió un epílogo.

-Marcos: En el 2019 estuvimos en una cena con él. Una velada de gente del “mundo de la cultura”, por decirlo con cierto empacho. Se hablaba de una muestra de arte que con Alejandro ignorábamos por completo, así que nosotros cuchicheábamos en nuestro rincón sobre la final del 2018. Stupía nos miraba de reojo, pero seguía en la conversación más elevada, digamos. Yo creía que estaba fastidiado. De repente, se acercó hacia nosotros y dijo: “¿Che, de qué están hablando ustedes?” Para no quedar como unos brutos, le inventamos algo. “¿No hablaban de la final de la Libertadores?”. “Bueno, sí, un poco”, dije yo. Y resultó que Eduardo es fanático de River. De ahí en más se sumó a nuestra charla, nos contó de su 9 de diciembre en la Feria Art Basel de Miami, rodeado de gente que ni sabía de la existencia de esa final, él con un celular de poca señal tratando de ver el partido. Por eso, cuando pensé en una tapa le mandé un mail a Eduardo, le pregunté si se acordaba de nosotros y le conté del proyecto. Se prendió enseguida. Un lujo.