El hincha sale a la calle. Tarde de domingo. Y de clásico. Camina y camina, y se le activa una voz en la cabeza, un monólogo interior. “¿Cómo es posible que tarden tanto en pasar 45 minutos? ¿Cómo puede ser que se transformen en una eternidad inacabable?”. Escucha un bocinazo a lo lejos. Intuye que hay un gol. Silencio. Pero sigue caminando “como un fugitivo, tratando de que pase de una buena vez por todas ese puto clásico con el resultado que sea”, incluso la derrota, “porque cuando se acepta, cuando se instala, invade el cuerpo como una medicina amarga pero relajante, resignada”, y “lo que a uno lo destruye es la ansiedad”. El hincha se cruza con un perro callejero. Pone en él la felicidad: “No sabe nada del fútbol, no sabe nada del clásico, no le importa un sorete el resultado”. Oye un grito, “mira hacia el entorno como un indio. Olfatea el aire, para las orejas, gira la cabeza buscando indicios en el aire. No se puede sufrir tanto. Tal vez sea mejor ir a la cancha”. Aunque, se dice, “lo peor es la radio”, es “como pelearse con un tipo en una habitación a oscuras”, porque “los relatores asumen la responsabilidad frente a sus oyentes, y más que nada frente a sus anunciantes, de dotar de dramatismo al espectáculo”. El hincha que sufre el clásico (de Rosario, en este caso) vive en La observación de los pájaros, un cuentazo de Roberto Fontanarrosa.

Pero podría habitar dentro de la décima ocasión de la fecha de los clásicos en la historia del fútbol argentino.

La séptima fecha de la Copa de la Liga 2023, la de los clásicos, continuará este domingo con Boca-River -el (super)clásico entre los clásicos-, Colón-Unión, Estudiantes-Gimnasia y Talleres-Belgrano. Como el dulce de leche, la birome y el bypass, pareciera ser un invento argentino. La primera se jugó por el Campeonato de Primera División 1934, el 4 de noviembre, al día siguiente de la fundación de la actual Asociación del Fútbol Argentino (AFA), a partir de la fusión entre la Liga Argentina de Football y la Asociación Argentina de Football Amateurs y Profesionales. En el clásico de Avellaneda, Independiente empató 1-1 en el último minuto, el público invadió la cancha y un hincha le pegó una trompada a José María González, back e ídolo de Racing. La fecha de los clásicos volvió en el Nacional 1970, con los “interzonales”. En el Nacional 1971, la novedad fueron los duelos en estadios neutrales. River derrotó 3-1 a Boca en la cancha de Racing. Didí, DT brasileño de River, confió en los pibes Juan José López, Reinaldo Merlo y Norberto Alonso para armar la mitad de la cancha. Siete titulares habían sido licenciados después de la huelga por el reconocimiento del “Estatuto del Jugador de Fútbol Profesional”.

En 1975, con el Torneo Nacional ampliado a 32 equipos, se jugaron dos fechas de clásicos. Partidos cargados de violencia. En las revanchas de los diez clásicos hubo expulsados en seis de los nueve. El clásico platense ni siquiera llegó a jugarse en el Bosque. “Se suspendió por incidentes provocados por ambas hinchadas. Ese domingo llovía, hacía frío y los dirigentes de ambos clubes querían mejorar la recaudación -escribe Oscar Barnade, periodista e historiador, en Clarín-. Se jugó la Reserva y minutos antes del partido principal, se anunció la suspensión. Eso provocó la ira de ambas parcialidades, que al grito de ‘Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante’, reaccionaron contra la policía y la dirigencia”. En el Nacional 1982 se repitió la doble fecha de clásicos. El 7 de marzo, en el Monumental, Boca goleó 5-1 a River (aún hoy su mayor goleada clásica de visitante). River presentó un equipo de juveniles por una huelga de los futbolistas profesionales. La fecha de clásicos de la revancha se jugó en plena guerra de Malvinas, en el ocaso de la dictadura. Sonó el himno nacional antes de cada partido. Huracán y Estudiantes jugaron sus “clásicos” ante Nueva Chicago y ante Quilmes, porque San Lorenzo y Gimnasia habían descendido a la B.

Aunque hubo cruces clásicos en la Copa Centenario de la AFA en 1993, la fecha de los clásicos recién volvió en un torneo en el de la Primera División “Julio Humberto Grondona” 2015, 33 años después, por primera vez íntegramente televisada, ya con 30 clubes en la élite. Se repitió en el Torneo de Transición 2016 (Boca-River, Racing-Independiente, Newell’s-Central y Gimnasia-Estudiantes salieron 0-0) y en la Primera División 2016/2017. Y regresó en la Copa de la Liga 2022, cuando Boca venció 1-0 a River, de visitante, por primera vez con la camiseta suplente (la amarilla). En esa última fecha de clásicos, los locales ganaron sólo cinco partidos de los 14. Cuatro fueron en clásicos no tan clásicos, en emparejamientos por default a raíz de equipos “solteros” o “huérfanos”: Aldosivi ante Patronato, Barracas Central ante Sarmiento, Argentinos ante Vélez y Talleres ante Godoy Cruz.

El superclásico, en la fecha de los clásicos, invisibiliza otras rivalidades históricas. Newell’s-Rosario Central, el más desbocado del fútbol argentino, un culto de la picardía y el folklore, es el clásico con más empates (80). Suele ser el partido en el que menos se juega, el de menor tiempo neto. Es el miedo “clásico” a no perder. Clasiquitis. Y a menos juego, más bodrios y efectos mediáticos ficticios, “drama”, porque hay que rellenar. También está la palabrística de los clásicos. “No existííís”. “Hijos nuestros”. Todo sin visitantes, sin dos hinchadas. Existe una generación de argentinos que nunca vio a su equipo de visitante, imposibilitada de ser y estar con otros aparentemente diferentes en un mismo espacio, la cancha. “Clásico o muerte”, se leyó en una pintada en la sede de Gimnasia en la previa de la fecha de clásicos de 2016. Y en el banderazo de Newell’s, la barra encendió un mensaje con letras de luces rojas en el alambrado: “Matar o morir”. “Fecha de los clásicos: a quién reprimirá la Policía este fin de semana”, ironizó la revista satírica Barcelona. En el realismo mágico de la fecha de los clásicos, igual, hay show asegurado, aunque no sea futbolístico. Habrá polémicas, escándalos arbitrales, acaso intervenciones -u omisiones- del VAR.

Lo explican Martín Caparrós y Juan Villoro en Ida y vuelta, una correspondencia sobre fútbol, las cartas que los escritores se cruzaron durante el Mundial de Sudáfrica 2010. “El fútbol se constituye por binomios, mellizos enemigos, Rómulos y Remos -le escribe Caparrós, argentino, hincha de Boca-. Ser de uno es ser contra algún otro. El gol no está completo si no lo ven los enemigos, el esclavo o el amo de la dialéctica gastada. El binomio se ha establecido en todos los lugares futboleros”. Le devuelve Villoro, mexicano, que le va al Necaxa: “Tocas un tema esencial: el gozo de segundo grado que significa ver perder al enemigo. Los alemanes, tan duchos en placeres que vienen del dolor, acuñaron la palabra schadenfreude para el deleite surgido de la desgracia ajena”.

Si los clásicos son “partidos aparte”, la de los clásicos es una fecha aparte. Clásicos y modernos, los partidos entre clubes con alto voltaje de rivalidad no pasan de moda. Son garantía asegurada, bajo normas 100% fútbol argentino. El domingo pasado, después de que su Atlético Madrid le ganara 3-1 el clásico al Real Madrid, Diego Simeone dejó una frase que da con el significado de qué es un clásico. “Me pone contento que mañana lunes -dijo el Cholo- los chicos van a ir al colegio con la camiseta del Atlético de Madrid. Eso me pone muy feliz”. No será la excepción mañana en las escuelas de la Argentina. Nada se compara con el disfrute después de un clásico.