Nicolás Domingo tiene 11 años y, desde Totoras, su pueblo de Santa Fe, mira por TV cómo, a 424 kilómetros, River levanta la Copa Libertadores 1996 en el Monumental. Le reprocha a la madre: “¿Por qué me hiciste nacer tan lejos de Buenos Aires? ¿Cómo voy a hacer para ir a entrenar a River?”. El pequeño Nicolás rompe vidrios y plantas con la pelota. Quiere ser futbolista. Juega en Unión de Totoras. A los 38, tras salir campeón con River (Clausura 2008, B Nacional 2011/12, Copa Argentina y Recopa Sudamericana 2016), Banfield (B Nacional 2013/14) e Independiente (Copa Sudamericana 2017 y Suruga Bank 2018), Domingo es el capitán de Arsenal de Sarandí, en el Nacional (lo dirige Tobías Kohan, 27 años, hijo del preparador físico Alejandro Kohan). En el año “de yapa” de su carrera, como dice, habla de los futbolistas jóvenes, de por qué estudiar mejora al jugador, de la creatividad y la intuición en el juego, de los egos en el vestuario, de ser DT. Cuando vivía en la pensión de River, un día recortó una frase de una revista y la pegó cerca de su cama: “La suerte ayuda al que mejor se prepara”.

-¿Marcelo Bielsa te elogiaba mientras fuiste sparring de la selección?

-“Pichón”, me decía. Fui sparring desde después del Mundial 2002 hasta antes de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Y me llevó al banco en un amistoso que Argentina le ganó a Perú en Nueva York, antes de la Copa América de Perú. Faltaban dos jugadores para completar la lista de 18 porque al fútbol argentino le quedaba una fecha y Abbondanzieri, Mascherano, Lucho González y algunos no habían ido a la gira. Nos llevó a Oscar Ustari y a mí al banco de la mayor. Me marcó mucho sin ser mi entrenador; tuve muchos entrenamientos con ellos y aprendí muchísimos trabajos y formas. Cuando tenés 18 años palpás y mamás un montón de cosas que, cuando sos más grande, a veces estás más reacio.

-El promedio de edad de Arsenal es de 23 años. ¿Cómo son hoy en general los futbolistas jóvenes?

-Cuando me subieron a la Primera de River a los 19, casi 20 años atrás, éramos cuatro o cinco los jovencitos en el plantel, unos quince de mediana edad, entre 23 y 27, y otros diez mayores, de más de 28 años. Cuando llegabas a ese vestuario, a esas pretemporadas, te quedabas calladito. Hoy cambió: los cuatro o cinco son los mayores de 30 porque el fútbol se volvió más dinámico, porque los entrenadores, no sé si se sienten más cómodos, pero les pueden pedir un montón de cosas a los más jóvenes, que están abiertos a aprendizajes. A veces el grande se encasilla en su manera de jugar y le cuesta salir. En Arsenal somos tres los mayores de 30 y hay una brecha muy grande: todos los demás tienen menos de 25. Es adaptarnos a ellos, siempre dentro de los límites del respeto y el profesionalismo. En el vestuario hay que aprender a escuchar y los buenos hábitos, enseñarles con la experiencia para que puedan hacer la mejor carrera posible.

-¿No todo tiempo pasado fue mejor?

-Antes, un jugador de treinta y pico de años, si un juvenil le mostraba la pelota, iba y lo golpeaba. Era como una falta de respeto. Hoy no. Jamás se me ocurriría pegarle a un chico porque me gambetee o me tire un caño. No tiene sentido. El tema de las redes sociales, de Instagram, es negativo. Muchas veces están más preocupados por si el fotógrafo le sacó una buena foto, para que parezca un gran jugador, cuando no hizo un buen partido. Y lo más importante es jugar bien, y después la foto llega sola. Los scoutings no te van a buscar si tenés más seguidores en Instagram: te van a buscar por hacer coberturas, cierres, por eficacia en los pases, y eso no te lo da Instagram. Se muestra ya demasiado. Hay que congeniar. Hay chicos a los que les llevo casi 20 años y les nombro jugadores que no conocen. “¿Y este quién era?”. Si a un jugador de 20 le digo quién era Batistuta, saben, porque era top, pero si les nombro a un jugador de una carrera buena pero que no estuvo en la selección, no. Hay más distracciones. Antes veían todos los partidos y hoy no. No me cuesta, porque son como mis hermanitos; todos los días se cruzan su época con la mía. Es divertido, me mantienen esas ganas de no perder esa infancia o adolescencia.

-“A veces nos olvidamos de que lo que nos trajo hasta acá es jugar a la pelota”, dijiste.

-Muchas veces hay tanto foco, tanta necesidad de aparecer en medios, redes o en otras situaciones, que se pierde el foco de lo que te va a hacer importante. Todo lo demás llega solo. Eso siento que pasa hoy. Cuando presentamos la camiseta de Arsenal a principios de año había dos o tres chicos molestos. “¿Por qué llamaron a él y no a mí?”. Entonces los agarré y les dije: “¿Quién juega el fin de semana, él o vos?”. “No, yo”. “Entonces, ¿qué es más importante? ¿La foto o jugar?”. Lo más importa es cómo un jugador se prepara en la semana para los 90 minutos de fútbol. Lo que me mantiene vivo y con hambre es la pasión por jugar a la pelota, hoy ya no es por dinero. Amo lo que hago, las ganas de ir a entrenar todos los días. Esto es así hasta el último. “Uy, otra vez vamos a hacer pelota parada”. Si no digo nada, hago que se den cuenta de que lo tenemos que hacer. Sería más fácil decir que estoy cansado y nadie me va a decir nada. No es la manera. Trato de medirme con ellos, competir para sentirme bien. El torneo pasado, con Patronato, jugué 43 partidos, fui el que más jugué. En este torneo con Arsenal jugué los ocho partidos los 90 minutos. Mantener esa llama viva me hace disfrutar.

-La sala de estudios del instituto de River lleva tu nombre. Ahí fuiste abanderado en el secundario y te recibiste en el terciario de dirigente deportivo. ¿Estudiar fue parte del entrenamiento?

-Salvo los jugadores de élite, los top, llega un momento que es un embudo y hay muchos jugadores que pueden jugar en Primera o en la B. Se equipara. El mismo jugador quizá puede jugar bien en Godoy Cruz o, por no entender, se queda en la B. Hay muchos jugadores para pocos equipos. El que entiende el juego saca una ventaja, el que lo lee mejor, el que lo comprende tácticamente, y para eso necesitás pensar. Si no estudiás, no lees, no te preparás, no lo entendés. Lo jugás sólo intuitivo, y ese intuitivo son los cracks, el Burrito Ortega. Después hay muchos intuitivos de los que dicen: “Este hubiera sido un crack, pero…”. Sabés la cantidad que escuché… No era crack, entonces: le faltaba algo. Cuando más lo entendés, le sacás esa diferencia al otro y podés tener una mejor carrera que si no entendés el juego.

-¿Por eso cuando Ariel Holan era el videoanalista de Banfield, con Matías Almeyda de entrenador, le golpeabas la puerta de la sala y le pedías tus videos de los entrenamientos?

-El futbolista repite patrones; son pocos los que de lunes a viernes entrenan a media máquina o de diez pases dan ocho mal y el fin de semana la rompen. Ni Messi lo hace. Veo cómo pateaba los tiros libres antes y cómo ahora, y se pasó horas y horas dedicándole. Entonces, replica patrones: si en el entrenamiento voy a presionar y a marcar con los pies paralelos, en el partido lo voy a hacer igual y me va a costar eternamente girar si no llego perfilado. Cuando uno ve los errores, aprende, se hace un mapa mental. Viéndote es la manera de repetir patrones buenos y de erradicar los malos.

-¿Se le deja poco espacio a la creatividad del jugador?

-A veces es entender: no dejo que dejes de ser creativo, pero si agarrás la pelota, levantás la cabeza y tenés tres rivales adelante, es probable que la pierdas, salvo que seas Messi, Neymar o los que se cuentan con los dedos de una mano. Es entender cuándo ser creativo, el momento. Ahora, si estás mano a mano, encaralo, andá por adentro, por afuera, hacé lo que quieras. Dentro de esa creatividad se puede entender cuándo hacer o no, y eso no es sacar la creatividad. Nunca voy a decir: “Si la agarra el 4, que sí o sí se la pase al 7”. No. Interpretá qué está sucediendo y, dentro de eso, sé creativo. Por ahí el pase no es por abajo, es por arriba. Hay que entender el juego para que la creatividad funcione. A veces son también las zonas de la cancha. Las posibilidades creativas del fútbol son infinitas, y por eso es tan lindo y complejo. En Copa Argentina hay equipos inferiores que con una jugada le ganan a otro que se erró diez goles debajo del arco. Tenés a uno o dos jugadores a los que les podés dejar hacer cualquier cosa porque la van a hacer bien, pero no todos somos esos jugadores. Yo de espalda no me sé escapar, tengo que apoyarme; me gusta jugar con la cancha de frente y no porque no me dejaron ser creativo en inferiores, sino porque no me sentaba. Depende quién, cuándo, dónde. Por algo jugamos en distintas posiciones.

-Thomas Müller, capitán del Bayern Munich, dijo: “Lo que nos está faltando es la libertad”. Y elogió a su rival Leverkusen, porque “no todos sus movimientos son planeados. Simplemente apuestan, juegan al fútbol”. ¿Cómo convive la inventiva ante tanto método?

-El fútbol es el único deporte en el que se puede ganar de todas las maneras. En el básquet, si un equipo sólo defiende y contragolpea a un equipo que juega bien, no le va a ganar. Un auto de carrera que ande 25 kilómetros por hora menos en la recta, por más que en todas las curvas los tape, en alguna vuelta lo van a pasar. En el fútbol, con la selección, salieron campeones Menotti y Bilardo, dos maneras opuestas de sentir y vivir. Trato de ser uno en el medio. Tener una línea, un entendimiento, y que dentro de eso puedas tener algunas variantes y la libertad de elegir la que más te parece para el momento. En el fútbol de hoy, con tanta dinámica, presión, intensidad, si tenés herramientas, podés ganar ese segundo para solucionar una jugada.

-“Lo que te complica un vestuario son los egos -dijiste-. Cuando el ego supera al jugador o al vestuario, las cosas no están bien”.

-Los egos en el fútbol no son fáciles de manejar. Siempre fui de perfil bajo. Cuando era joven miraba a los grandes y veía lo que me gustaba y lo que no. Traté de ser siempre uno más. El respeto en el fútbol no te lo ganás si un día traés un reloj caro al vestuario. Te lo ganás por cómo sos día a día, por cómo le hablás a tus compañeros. Si no fuera respetuoso con mis compañeros de Arsenal, no me escucharían. Por más que haya tenido el recorrido que haya tenido, que es mío y no me lo quita nadie, con ellos tengo que ser como me hubiera gustado que sean conmigo. El ego es parte del futbolista. Al principio empezás a jugar, te ve la gente, hacés un gol, te va bien, te llaman, y de repente te lesionás o viene un técnico al que no le gusta cómo jugás y no servís, si te llamaban diez, te llaman dos. No necesité que me inflen el ego. Amo el fútbol y quise trascender y conseguir cosas porque soñaba con vivir de ser futbolista. Lo demás es lo que puede decir o pensar la gente.

-¿Valorás el subcampeonato con Peñarol en la Libertadores 2011 tanto como el título en la Sudamericana 2017 con Independiente?

-Si tengo que decir un partido que fue una locura y me tocó perder, fue el de la hombría con que Peñarol le jugó al Santos de Neymar, Ganso y Elano, hasta el último minuto. Cuando van pasando los años te das cuenta lo difícil que es llegar a una final, valorás muchísimo más. Pasa que en el mundo lo que vende, lo que atrae, lo que llama la atención, es ganar. Y andá a explicar a un hincha que su club no es el Real Madrid: para cada hincha su club es el mejor, gane o no. Hay mucha exposición porque los clubes pagan mucho dinero por los jugadores. Y prendés la tele y dicen: “Este jugador no sirve”. No, pará. ¿O todos no nos equivocamos en nuestra profesión? El fútbol es terminante, apasionante, infinito. Y a veces el camino es un poco más largo. Algunas tardes en casa pongo la final de Independiente con Flamengo en el Maracaná. La miré muchas veces. Para los que amamos el fútbol, si te dicen que vas a salir campeón en el Maracaná, decís: “Dale, no me jodas”. Y lo hicimos. Es el título más importante de mi carrera, por cómo jugaba ese equipo, porque es algo que hizo Independiente por segunda vez en ese estadio. Fue histórico para los hinchas y para los que fuimos parte. El fútbol es mi vida, le entregué todo, y ya me vacié.