Thomas Müller dice que hay “síntomas” que se pueden ver en la cancha. Es el capitán del Bayern Munich, su One Club Man y, a los 34 años, el futbolista alemán con más títulos en la historia (33). Habla en la entrevista post derrota 3-0 de visitante ante el Bayer Leverkusen, líder de la Bundesliga. “¿A qué síntomas te refieres?”, le pregunta Patrick Wasserziehr, periodista de Sky Sport en el campo de juego. Müller escudriña con ojos cargados de sangre. Y se descarga: “Lo que nos está faltando es la libertad. En los entrenamientos nos soltamos mejor, porque ahí somos más libres, y eso es lo que nos falta en el juego. Mira al Leverkusen, no todos los movimientos son planeados. Grimaldo aparece de extremo derecho y es el lateral izquierdo. Simplemente apuestan, juegan al fútbol. Nosotros vamos de A a B, de B a C, sin libertad, y nadie arriesga, apuesta. Y lo digo públicamente porque estoy hablando de nosotros, los jugadores, de decisiones sobre todo con la pelota, no de algo táctico. Tiene que ver con la inteligencia del jugador, con el grado de independencia en la cancha”.

Cuatro días más tarde, el miércoles, el Bayern Munich perdió 1-0 en la ida de los octavos de la Champions ante la Lazio en Italia. La 2023/24 puede ser su primera temporada sin títulos en los últimos 12 años. Y quizá Müller haya subido otro peldaño en la rebelión de las máquinas-jugadores frente a los entrenadores que robotizan el fútbol-juego, ante la abundante aplicación táctica.

El mismo miércoles, en el 0-0 entre Atlético Tucumán y River por la Copa de la Liga, Esequiel Barco decidió volver a patear un penal después de que José Devecchi le contuviese el tiro (y de que el árbitro determinara que se repitiera por invasión de área). Lo tiró por encima del travesaño- Martín Demichelis -ex compañero de Müller en el Bayern- había ordenado que el pateador fuese “el 9”, el colombiano Miguel Borja, siete goles en seis partidos en 2024. Barco “desobedeció” al entrenador de River. Demichelis se quedó mudo, el enojo le brotó en su cara, y lo castigó, sacándolo en el entretiempo. Más allá del final, no está mal que los jugadores decidan: que sean “egoístas”. Tampoco que deseen recuperar ciertas libertades de movimientos ante las ataduras de los sistemas.

Barco fue uno de los pilares colectivos del River de Demichelis campeón en 2023. Falló esos dos penales. Tal vez incluso fue un “desplante” al entrenador. Pero el juego es de los que lo juegan: de los jugadores que toman las decisiones adentro de la cancha. En 1996, en un River-Racing en el Monumental, Ariel Ortega se negó a salir ante un cambio pensado por Ramón Díaz. Roberto “El Diablo” Monserrat se sacó solo: simuló una lesión y dejó la cancha. Pocos minutos después, Ortega metió un golazo para el triunfo de River. “Qué hijo de puta…”, esbozó Ramón en el banco, y sonrió. “Aguante potrero rebeldía gambetas”, posteó el Burrito en una historia de Instagram con una foto de Barco de fondo. Fue más apoyado por los compañeros -Borja a la cabeza- que por el DT.

Müller, más que criticar al entrenador del Bayern Thomas Tuchel, llamó la atención acerca de la libertad última de los futbolistas en la cancha, condicionada -y poco fomentada y estimulada- por la modernidad de intentar controlarlo todo, de “optimizar rendimientos”. En el elogio al juego más “libre” del Bayer Leverkusen que entrena el vasco Xabi Alonso -su ex compañero en el Bayern-, Müller destacó al lateral izquierdo Alejandro Grimaldo (diez goles y once asistencias en la temporada) por sorprender como extremo derecho.

Fluminense abrió la final de la Copa Libertadores 2023 ante Boca con el gol de Germán Cano después de que Keno, “extremo izquierdo”, se cruzase la cancha para tirar una pared con Jhon Arias, “extremo derecho”. Y Marcelo, lateral izquierdo, jugó por tramos de partidos de la temporada como mediocampista por derecha. Y Nino, central derecho, fue lateral en algunas salidas. Y André (22 años) y Ganso (34) se animaron a explorar sin limitaciones su talento individual, experiencia al margen. El Flu de Fernando Diniz entendió que la cancha es para jugar, sin importar tanto en qué lugares. Que se trata de acercarse, de amucharse para jugar. De arriesgar, de tirar los dados en el paño verde césped. Lo estético produce efectos individuales y colectivos entre los propios -relaciones “inconscientes”, “pequeñas sociedades”, sinergia, simbiosis-, y desalienta a los rivales. Es cierto: Fluminense cayó 4-0 ante el Manchester City en la final del Mundial de Clubes. Pero ahora lidera el Campeonato Carioca -seis victorias y tres empates- y el jueves jugará la final de ida de la Recopa Sudamericana ante Liga Deportiva Universitaria en Quito. “El fútbol es un universo infinito –dijo una vez Fernando Diniz-. En el fútbol todos se esfuerzan mucho para saber poco y, al final, son 11 jugadores que pueden hacer muchas interacciones y hay que tener coraje y darnos un poco de libertad para poder crear cosas”.

En su alocución acalorada, Müller dijo “er zockt”, que puede traducirse del alemán como jugársela, pero también como arriesgar, apostar. “No sorprende que Müller apele al valor del azar en algunas situaciones. Dice que no es ‘táctico’, pero cada decisión/acción es inherentemente táctica. Gran parte del paradigma táctico dominante se construye explícitamente en torno a la eliminación del azar y la incertidumbre. Nuestra comprensión de las ‘tácticas futbolísticas’ está atravesando un proceso de cambio radical. Empezamos a ver incidentes en los que estos cambios aparecen en el discurso dominante. Es probable que aumenten la frecuencia y la intensidad”, dice Jamie Hamilton, entrenador y, como “escritor de fútbol centrado en teoría táctica/práctica de entrenamiento”, difusor de lo que se etiqueta como fútbol “relacional” o “funcional”. Campeón del mundo en Brasil 2014, doce Bundesliga y dos Champions con el Bayern, Müller, que llegó al club a los 11 años, defiende con pasión el Mia san mia (“Nosotros somos nosotros”), lema bávaro, porque el fútbol no es uniforme: expresa identidades culturales. Con contrato hasta 2025, Müller habló como futuro DT. “Las estadísticas en bruto, como los goles o los títulos, son un factor importante. Pero el fútbol es más que eso. La magia también reside en la estética y la elegancia -dijo esta semana a Sport Bild-. Una vez leí que tengo más participaciones en goles que Zidane, pero no me engañé. Por la magia del juego y la estética del fútbol, ​​magos como Messi o Zidane son una categoría diferente a mí”.

Como el Fluminense de Diniz, el Leverkusen de Xabi Alonso podrá ganar y perder títulos en esta temporada, invicto en 32 partidos entre Bundesliga, Copa de Alemania y Europa League. Xabi Alonso “apuesta” por un fútbol alegre, creativo y audaz. Una vez contó que el fondo de pantalla en su celular es “Muchacha en la ventana”, cuadro de Salvador Dalí, porque cuando era niño colgaba en la pared de su casa y él pensaba que era su madre. Dalí había pintado a Anna María, su hermana. Había transformado su rutina cotidiana en arte. Como Alonso como futbolista y ahora como entrenador. Homo ludens, los mamíferos somos los únicos animales que jugamos, que registramos la diversión. Es lo que nos distingue como especie en la Tierra. Y el fútbol, nuestro juego infinito.