Para Roberto Pennelli, Boca es su pueblo. Desde que nació hasta los cuatro años, vivió junto a sus padres y abuelos en la planta baja de una casa de tres pisos ubicada en Suárez y Palos. Francisco, su papá, tenía un local de venta y reparación de máquinas de escribir en Brandsen y Zolezzi. Juan Pedro y Juan Antonio, tíos maternos, también eran de la zona, a dos cuadras de la Bombonera. El Colegio San Juan Evangelista, de Olavarría y Martín Rodríguez, fue la primaria de Roberto. A los 9 años, caminaba unos 300 metros para llegar a la pileta del club. Iba junto a Graciela Dora, hermana tres años mayor que él. Eran socios de Boca. Ya vivían sobre Almirante Brown, entre Palos y Brandsen.

«Ahí estuvimos 29 años y ahí la vinieron a buscar a ella», recuerda Roberto. Graciela fue secuestrada el 22 de noviembre de 1976. Estudiaba veterinaria en la UBA, donde militaba en la Juventud Universitaria Peronista. Todavía se desconoce qué pasó con ella, lo único que sabe Roberto es que pasó por la ESMA. Aún la sigue buscando, como aprendió de Dora Filipovich, su madre y una de las iniciadoras y pioneras de la ronda de los jueves -fallecida durante la dictadura-.  

Para Roberto, Boca es su historia. Aunque había algo que el club excluía, que estaba afuera hacía 46 años, un silencio incómodo desde el final del golpe genocida. Hasta ayer, cuando homenajearon a socias y socios víctimas del terrorismo de Estado. En un acto por la memoria al lado de la Bombonera, las familias de siete personas desaparecidas recibieron un carnet para recuperar la identidad deportiva que fue vulnerada en la dictadura. «Nunca hubo una postura reparatoria como hasta ahora. Es un orgullo», cuenta Roberto. Está acompañado por Dante y Guido, dos de sus tres hijos, todos de Boca y criados en el barrio como ocurre en la familia hace cuatro generaciones.

Foto: Diego Diaz
Foto: Diego Diaz

“Socio Nro 30.000”, dice el frente de cada uno de los carnets que también entregaron a las familias de Daniel Alberto Sansone, Jorge Fernando Di Pascuale, Carlos Alberto Chiappolini, Nillo Agnoli y los hermanos Antonio Ángel y Eduardo Alberto Garuti. Además de las firmas de las autoridades, adentro se lee “Memoria, Verdad, Justicia”. Es un posicionamiento que la conducción viene construyendo desde que Jorge Amor Ameal asumió la presidencia del club después de 24 años de macrismo. “En Derechos Humanos en Boca está todo por hacer porque se hizo muy poco y no queremos el silencio cómplice que hubo por muchos años”, sostiene Alejandro Veiga, actual prosecretario y militante en distintos espacios de DDHH como la Casa de la Memoria en Mar del Plata, su ciudad.

La reconstrucción también intenta identificar la historia futbolera de esos siete hinchas, todos secuestrados entre el 26 de marzo de 1976 y el 18 de febrero de 1978. Se trata de conocer sus lugares favoritos en la cancha, si iban a la platea o la popular, si estaban cerca de La Doce o si paraban a comer un choripán en algún lugar especial. “Es una forma de hacerlos aparecer”, dice Veiga.  

En su último mandato, Alberto J. Armando convivió con la Junta Militar hasta 1980. En 1972, una Asamblea Extraordinaria convocada por la Comisión Directiva nombró, entre muchos otros, al genocida Emilio Eduardo Massera como socio honorario y en junio de 1976, Armando quiso hacer lo mismo con Henry Kissinger, exsecretario de Estado de los Estados Unidos y defensor de la dictadura.

Desde 1972, a ninguna dirigencia se le había ocurrido -o querido- reparar el vínculo con ese grupo de militares, entre los que figuraban Alejandro Agustín Lanusse y el represor Alcides López Aufranc. En 2021, otra asamblea fue la que declaró la nulidad del nombramiento de todos los “funcionarios del gobierno de facto”, tal como describe el acta.  

La restitución de los carnets a socias y socios desaparecidos es el hecho más cercano de una etapa en la que entró en debate el vínculo entre el deporte y la dictadura. Hace un año, el 24 de marzo, Boca plantó un jacarandá en los jardines del quincho del club como parte de la campaña Plantamos Memoria. Estuvo Lita Boitano, bostera apasionada. En octubre pasado, Abuelas, Boca y River se juntaron en la exEsma, se fotografiaron con camisetas de ambos equipos y firmaron un convenio para aportar en la búsqueda de los casi 300 nietos y nietas que aún falta encontrar.

“Siento que volvió el ‘Boca es pueblo’, el del barrio, el nacional y popular. Dejó de ser elite para de a poco ir transformándose y retornar a la esencia”, opina Pennelli, 48 horas después de la marcha del esperado regreso presencial a la Plaza de Mayo y a unos minutos de haberse emocionado en el reconocimiento a su hermana.

Las redes que unen a la familia Pennelli con el club son variadas. Al territorio y al lazo sentimental, también hay que sumarle el costado deportivo. De chico, uno de los hijos de Roberto probó con el básquet y también pasó por el baby fútbol con la azul y oro. Juan Pedro Filipovich, tío de Roberto, jugó en la primera de básquet de Boca en 1943.

El vínculo de Graciela era social. Pasaba horas dentro de la pileta junto a su hermano. Dora les llevaba pan lactal, jamón, queso y leche chocolatada para merendar unos sandwiches al costado del agua. «Toda la barra de amigos era de La Boca, venían a mi casa, jodían con mi hermana y la querían mucho», recuerda Roberto.

Foto: Diego Diaz
Foto: Diego Diaz

La desaparición de Graciela en 1976 fue un cimbronazo para todos. Dora comenzó a patear calles, juzgados y comisarías. Intentó dar con su hija, tramitó ineficaces habeas corpus en la Justicia  y empezó a conocer a otras madres que estaban en la misma. Roberto se acuerda de un día que la metieron en cana junto a otras mujeres. «Estas viejas no joden más», escuchó decir a un policía mientras él le acercaba un termo con café a su vieja.

Las Madres llevan 45 años de lucha y búsqueda incesante de las identidades que faltan reconocer. Roberto tenía 18 cuando secuestraron a su hermana, a la que describe como inteligente, estudiosa y comprometida. “Yo era medio mamerto, pero después cambió todo”, cuenta. Ir a la cancha para ver y alentar a Boca era una vía de escape. Aunque no le alcanzaba: tuvo problemas de depresión y alcohol. La pasó mal. La psiquiatría, la militancia -hoy está vinculado al peronismo- y Alicia D`Amico -su compañera, hincha de Boca y del barrio Catalinas Sur- lograron contenerlo.

Hoy Roberto siente orgullo por el camino que eligió el club. El gran objetivo es que se pueda constituir un departamento de Derechos Humanos. “Queremos que cada vez que se cometa una injusticia se pueda hablar de eso. Esto de quedarnos callados -dice Veiga- no nos representa, porque Boca no teme gritar una injusticia”.

Racing, San Lorenzo, Banfield, Ferro y Talleres de Remedios de Escalada son algunas de las instituciones que restituyeron el carnet a las y los desaparecidos. A 46 años del terrorismo de Estado, Boca se sumó a la lista. “Tal vez después de este acto se encolumnen otros clubes e instituciones, porque no podemos darnos el lujo de no saber la verdadera historia de 300 nietas y nietos”, resume Veiga.

Roberto nunca imaginó que llegaría este homenaje. Era impensado hace unos años y ahora lo presencia junto a sus hijos. Es una manera -otra más- de evocar a su hermana y su lucha. De transmitir la memoria y conectar al ‘76 con la actualidad. Como sucede con el cartel de acrílico que lo acompaña desde el histórico acto del 24 de marzo de 2004 en la exESMA.

Dice: “Graciela Pennelli/22-11-1976/ESMA. Presente”. Es su bandera. Hoy también la llevan sus hijos.