Lo que acaba de pasar en Lima, Perú, explica al fútbol, a las razones de las pasiones que despierta. Es posible que River ni siquiera haya terminado de darse cuenta lo que perdió y cómo lo perdió. Durante 88 minutos fue el campeón de la Copa Libertadores, el bicampeón, el que repetía la epopeya de Madrid. Esa vez contra Boca, esta vez contra Flamengo, las dos veces, y por distintas circunstancias, lejos de su casa. Pero una ráfaga carioca, los dos goles de Gabriel Barbosa, una figura que parecía destinada a la intrascendencia, lo dejó sin respirar. River vio desmoronarse en tres minutos lo que había construido durante todo el partido. Por esos tres minutos, Lima no fue Madrid.

Pero es difícil, más allá del resultado y esos instantes, reprocharle algo a River más que esos minutos fatales. Hay equipos que saben jugar finales, técnicos que saben prepararlas, jugadores que saben ejecutar ideas y resolver problemas. Esa combinación puede ser letal para el rival que sea. Por eso la fuerza del Flamengo, lo temible de su presencia, su formación de figuras, no atemorizó a River, que lo tiene a Gallardo y tiene a un grupo de futbolistas dispuestos siempre a no desviarse del camino, a ir por lo que quieren.

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Es cierto que Flamengo era el favorito, aunque el campeón defensor era River. Y eso podría matizar el dolor de la derrota. Pero el desarrollo del partido impuso otra idea. La diferencia que hizo el equipo argentino en el primer tiempo fue haber salido con un plan claro. Y llevarlo a cabo a la perfección, sin dobleces, a conciencia de que Flamengo se le vendría encima. Era de tal obviedad que eso ocurriría que River lo dejó hacer para desactivarlo. Para que ni los laterales brasileños ni el frente de ataque, con Gabriel Barbosa como líder, pudieran lastimarlo. Esa desactivación fue clave. Porque lo que vino después fue dar un paso adelante, con el tempo marcado por Enzo Pérez, y atacar. Flamengo entró en trance. No era el equipo que -como acostumbraba- imponía las condiciones. Ese equipo era River.

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(Foto: AFP)

La combinación que derivó en el gol de Rafael Santos Borré fue casi el cauce natural de ese juego. El ataque a los espacios de la defensa brasileña que el delantero colombiano resolvió con un gran movimiento, un gol que terminó festejando con el saludo militar. Hace tiempo que utiliza ese gesto para sus celebraciones pero que terminó leyéndose por lo menos desatinado dentro de un contexto de golpes de Estado, represión y muerte en Latinoamérica, incluso en Colombia, su país. Es el mismo contexto por el que este partido se jugó en Lima y no en la Santiago de la revuelta popular.

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Lo de saber jugar finales es, en realidad, saber resolver el mano a mano, el plan de corto plazo que implica cada instancia de una Copa Libertadores. Gallardo es un especialista en esto. Cada situación, cada rival, cada momento de partido es distinto. Y piden distintos River, un equipo que sabe jugar y luchar. Atacar y resistir. Se necesita también que todo este en su lugar, como Franco Armani tapándole el tiro a Everton Ribeiro. Pero también el quite de Javier Pinola a Gabigol cuando Flamengo se le venía encima.

Y sin embargo, River no aparecía desbordado. Tampoco el equipo de Jorge Jesús era el mismo que había construido su imagen de favorito, el que este domingo incluso puede consagrarse campeón del Brasileirao. Pero un detalle te cambia el partido. Y ese detalle fue una genialidad de Bruno Henrique, que habilitó a Giorgian De Arrascaeta para que Gabigol terminara la obra. Si ya eso era demasiado, lo que seguiría, instantes después, sería el único transtorno que sufrió Pinola en el partido, confundido con Martínez Quarta, aprovechado por el goleador del Flamengo. Iban 91 minutos.

Esperó 38 años el equipo brasileño para ganar una Copa Libertadores. Y la ganó en su primera edición con final única, con el show estilo SúperBowl antes del partido, animado por un escenario con Fito Paez, Tini Stoessel, Sebastián Yatra, y Annita, que hicieron Y dale alegría a mi corazón, pero también por Turf, embanderado de River, dándole letra tribunera a Pasos al costado. Pero esa fue una fiesta que ahora parece ajena para River. Toca emprender la vuelta. La copa es de Flamengo, aunque parezca inexplicable por lo que sucedió los 87 minutos anteriores.