Esta semana el Indec dio a conocer un dato que, a priori, luce alentador. Según la Cuenta Generación del Ingresos e Insumo de mano de obra (CGII), en el segundo trimestre de 2023 los trabajadores recuperaron 3,8 puntos porcentuales en su participación del ingreso nacional. El informe indica que, en ese período, las remuneraciones al trabajo asalariado explicaron un 44,6% del valor agregado que generó la economía.

Un año atrás, esa misma participación había sido de apenas un 40,8%, la más baja desde que el organismo retomó esta publicación que da cuenta de la denominada «distribución funcional del ingreso», que muestra la apropiación del producto económico desde el punto de vista de las clases sociales que intervienen en el proceso productivo.

De hecho, del otro lado, el excedente de explotación bruto, que refleja las ganancias empresarias, retrocedió 4,4 puntos desde el 49,8% que se había registrado en 2022. Con todo, esa participación se incrementó sensiblemente con relación al primer trimestre del año cuando, los empresarios, se apropiaron de un 38,8% del PBI. Entonces los trabajadores retuvieron un 48,1%.

La mejora, sin embargo, resultó imperceptible para los trabajadores asalariados cuya situación medida en forma individual, en realidad, se deterioró. Es que, según datos del mismo Indec, los salarios de los trabajadores, en promedio, retrocedieron en términos reales un 1,1% adicional a la pérdida que vienen registrando en forma prácticamente ininterrumpida desde el año 2017, cuando la participación de los salarios sobre el PBI se ubicaba en un 51,8%.

En el período que va del segundo trimestre de 2022 al mismo trimestre de este año, el salario de los trabajadores registrados del sector privado perdió «apenas» un 0,2% mientras que los trabajadores no registrados resignaron un 11% de su poder adquisitivo.

La incógnita

Pero, ¿cómo es posible entonces que, habiéndose registrado un retroceso del poder adquisitivo promedio de los trabajadores, éstos avancen en su participación en la apropiación del valor agregado generado por la economía?

La respuesta surge de dos datos que están presentes en el mismo informe. Ocurre que la distribución funcional del ingreso se mide sobre la masa salarial, que es la suma de los salarios de todos los trabajadores. En el período se crearon 318 mil puestos de trabajo registrados que equivalen a un crecimiento del 1,95%. Ese único dato sirve para compensar el retroceso del salario medido en términos individuales, pero no alcanza para explicar el avance de más de cuatro puntos porcentuales en la participación de los trabajadores en el ingreso.

Torta más chica

La explicación es que, durante el período, la actividad económica sufrió un marcado retroceso. Según los datos que surgen de la misma CGII, el valor agregado se incrementó, en términos interanuales y absolutos, un 103,7% que, contra una inflación promedio en el trimestre del 112,9%, implicó una caída en términos reales del 4,3%. Fue la sequía la que impactó especialmente sobre el PBI como se refleja en el retroceso en términos reales del 35,6% que registró el sector agrícola en el período (ver recuadro).

Allí está la clave. La mejora en la participación de los salarios de los trabajadores sobre el PBI no fue el resultado de una mejora en sus condiciones de vida medidas en términos individuales sino la contracara de una contracción generalizada de la economía y la circunstancial pérdida de participación de las ganancias. Dicho de otra forma, si la torta se achica, la misma porción resulta más grande en términos relativos.

Así las cosas, como dice el refrán, no todo lo que brilla es oro.

Lejos del «fifty-fifty»

Uno de los lemas que forma parte de la liturgia discursiva del peronismo es el anhelo de una distribución del ingreso por mitades. Mitad para los trabajadores y mitad para las patronales. Ese objetivo, según datos del Indec, se alcanzó y hasta superó en los años 2016 y 2017, cuando se retomó el estudio de la distribución funcional del ingreso. En promedio, en ambos años, la remuneración del trabajo asalariado llegó al 51,8%.

El punto más alto fue el primer trimestre de 2017, cuando los salarios llegaron a representar el 54,3% del producto.

Sin embargo, a partir de ese momento, comenzó un raid de retrocesos ininterrumpidos que perforó el umbral del 50% en el segundo trimestre de 2018, cuando cayó al 46,1% desde el 50,7% del trimestre anterior.

Con todo, la actual gestión de gobierno, asumió con una participación de los trabajadores en el ingreso de un 49,8%según el registro del primer trimestre de 2020 que no pudo volver a recomponer hasta la fecha y que tocó un piso del 39,6% en el segundo trimestre de 2021.

Se trata de una cuenta pendiente que, con responsabilidad compartida con las centrales sindicales, posiblemente ayude a explicar la coyuntura política  actual y que, de alguna forma, se reflejará en las urnas en el día de hoy. «

La paradoja del sector agropecuario

Los salarios del sector agrícola representaron apenas el 15% del valor agregado sectorial durante el segundo trimestre de este año.
Por lejos se trata del sector que exhibe la peor distribución funcional del ingreso, seguida por el sector minero, donde los salarios representan el 28% del valor agregado sectorial.
Sin embargo, ese 15% representa una mejora del 60% con relación al 9,4% que exhibió el sector en el mismo trimestre del año anterior.
Ese salto, sin embargo, no implicó una mejora de los salarios de los trabajadores que, en su conjunto, crecieron un 109% en términos corrientes, por detrás del 112,9% que marcó la inflación lo que consagró una caída del poder adquisitivo del 1,8%.
La «mejora», en realidad, se explica por el derrumbe que sufrió el sector en el período como resultado de la sequía.
De hecho, el valor agregado del campo retrocedió en términos reales un 35,6%.
La contradicción es una muestra y gran parte de la explicación de lo que ocurrió en la economía en general durante el período.