Como ya se había anticipado, el escándalo Harvey Weinstein amenazaba con una hecatombe en Hollywood. Lo que no se anticipó es que el efecto cascada, sintetizado en el #MeToo (yo también), llegaría fuera de Hollywood, excediendo tanto el ámbito laboral como geográfico.

La última denuncia contra Kevin Spacey, por parte de Anthony Rapp (actual protagonista de Star Trek: Discovery), quien hizo público un intento de abuso cuando tenía 13 años, abrió el problema a los hombres como acosados.

Le siguieron casi enseguida las acusaciones contra Brett Ratner (productor ejecutivo de LEGO Ninjago y de Prison Break, entre otras) y Dustin Hoffman por acoso sexual. En el caso del primero, seis mujeres aseguran que fueron manoseadas o que recibieron comentarios sexistas por parte del también director; en cuanto al segundo, la escritora Anna Graham Hunter le recordó públicamente al actor cómo le había tocado la cola varias veces durante el rodaje de la versión televisiva de ‘La muerte de un viajante’. En las últimas horas también se sumaron denuncias contra Jeremy Piven por parte de Cassidy Freeman, por la época en que compartieron el set de la serie de HBO ‘Ari Gold’. 

Los actores y directores son los más renombrados en esta historia, pero desde que se destapó la olla con Weinstein, las denuncias también alcanzaron otros ámbitos del ambiente cultural: Amazon Studio se deshizo de su presidente, Roy Price, por acusaciones similares a las que recibió el productor cinematográfico, y la ex integrante de Pussycat Dolls Kaya Jones dijo que la banda -creada en 1995- era una «anillo de prostitución”. Y eso son sólo algunos de los casos. Los casos, incluso, trascendieron las fronteras de Estados Unidos y en Argentina, por caso, provocaron la expulsión de Ari Paluch de A24.

A partir de Ratner y Hoffman, tanto los acusados como la propia industria elaboraron distintas estrategias de defensa, que difunden a través de medios afines. Los particulares anuncian que van a comenzar tratamientos, como si lo suyo fuera una enfermedad tratable en un consultorio o quirófano y no la materialización de una cultura patriarcal que ha dado un poder asimétrico a los hombres respecto a las mujeres. Y Hollywood, por su parte, se muestra más sofisticada y revierte la causa en el argumento cultural: las graves acusaciones de hoy, en la época en las que sucedieron eran parte de la «normalidad» del ambiente. Como dato ilustrativo: la única película exitosa que produjo la industria alrededor del tema del acoso fue Disclosure (1994,  traducida como ‘Acoso sexual’), en la que Demi Moore acosaba a Michael Douglas. Una mujer a un hombre.

Pero más allá de las nuevas formas de querer esquivar las responsabilidades de siempre, el hecho de que se caigan proyectos como House of Cards dispara algunas preguntas: ¿Qué nuevas cláusulas contractuales intentarán imponer estudios y productoras -en las que prima una estructura de desigualdad de género (menor salario para mujeres ante igual trabajo)- como para evitar posibles denuncias posteriores? ¿Cómo se verán afectadas las carreras de aquellas que se animan a denunciar, si se tiene en cuenta que muchas promesas de décadas pasadas vieron su ocaso antes de tiempo por oponerse a aceptar que el acoso y el abuso era «parte del negocio»? Sólo el tiempo lo dirá.