Por sus manos pasaron todos, los mejores. Como ingeniero de sonido es, sin dudas, un  emblema del rock argentino. Su trabajo se nota en discos de Mercedes Sosa, Sumo, Charly García, Andrés Calamaro, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Luis Alberto Spinetta, Los Abuelos de la Nada, Soda Stereo, Fito Páez, León Gieco, Virus, Los Enanitos Verdes,Los Fabulosos Cadillacs, Miguel Zavaleta, Os Paralamas do Sucesso, Don Cornelio y La Zona, Pappo, Los Auténticos Decadentes, Los Pericos, Ratones Paranoicos, Viejas Locas, Intoxicados y Los Gardelitos, entre muchos otros. Mario Breuer es sinónimo de historia.

–¿Cómo te acercaste al camino de la música?

–En casa se escuchaba mucha música. Mi viejo era más de la música clásica, mi madre del folklore, uno de mis hermanos del jazz y el tango, y mi otro hermano iba más por el lado del country y el pop. Mi abuela tenía un piano y los domingos cuando íbamos a comer a su casa tocaba, pero sin saber, hacía algo rítmico. Así llegué a la batería. Estudié con el batero de Trocha Angosta.

–¿Dónde vivías?

–En La Lucila, en zona norte. Era muy lindo. En mi época, si ibas para el lado del río, era todo más salvaje, no había casas. La pasábamos bárbaro, había bosque nativo y en la costa mirábamos la Capital de costado.

Foto: Mariano Galperín

–¿A qué jugaban?

–Guerras de naranjas contra los de la otra cuadra, la escondida… Recuerdo los veranos a la sombra, andar por ahí… Salíamos a andar en bici o caminar durante horas, para explorar. Armamos un grupo grande y luego organizábamos bailes. Ya con 13 años tenía un equipo para pasar música. Y bueno a medida que crecíamos siempre me volcaba más a lo musical. Ya en ese momento pensaba que quería trabajar en algo relacionado.

–¿Cómo fue encontrar el primer trabajo?

–Terminé la secundaria y salí a buscar, como todo  muchacho recibido de bachiller no sabiendo para dónde ir. Un día, volviendo del Centro, me encuentro con un amigo en el colectivo y me comenta que el abuelo tenía un sello discográfico y buscaban un cadete. Así arranqué.

–¿Y el estudio?

–Un día me dicen que hay que ordenar el estudio, y yo no sabía cuál era, nunca había ido. Ahí me señalaron la puerta del fondo, la que siempre estaba cerrada. Cuando entré me cambió la vida. Me puso un norte: hacer discos.

–¿Qué sentiste?

–Me encantó lo que vi, quedé extasiado con toda esa botonera y cositas como de nave espacial. Yo de pibe a veces soñaba con ser piloto, me gustaba eso de estar frente a un panel lleno de relojitos, perillas, palancas y botones de colores. De a poco fui aprendiendo y sigo aprendiendo.

–¿Cómo te llevás con la tecnología?

–Maravillosamente bien. Soy una persona que se desconcentra y aburre fácil. Cada vez que hay un cambio, me gusta. Algo nuevo es lo mejor. Además, ahora trabajo con una compu, una placa de sonido y una consola pequeña. Listo, ya está. No soy un defensor de lo análogo, simplemente soy un acérrimo  protector de la música bien compuesta y bien interpretada. Pero me encanta aprender y probar cosas nuevas.

–¿Hay otro arte o actividad que te guste más allá de la música?

–Cocino mucho, disfruto de eso. Me sale muy bien el goulash, por mi herencia húngara. Voy al gimnasio a la mañana para encontrarme con un grupo de amigos que se armó, pero lo mejor es que más allá de movernos un poco planificamos unos asados bárbaros, una vez por mes.

–¿Qué sentís cuando repasás con todos los músicos que trabajaste?

–Me siento afortunado de haber estado en el lugar indicado en el momento correcto. Tuve un culo bárbaro. Podría haberme quedado en Estados Unidos, cuando fui a estudiar y hacer carrera allá. Pero bueno, en su momento me parecía que los discos latinos no sonaban tan bien, entonces dije voy a volver  para cambiar eso y desde la Argentina tratar que la región suene como los discos yanquis o europeos. Los planetas se alinearon y me pasó esto. Justo por la guerra de Malvinas el rock nacional explotó y el talento de los artistas se empezó a regar. Siento que aporté lo mío.

–¿Cómo era trabajar con tanta gente talentosa?

–Era increíble. Estuvo todo bueno. Pero era exigencia. Por ejemplo, los Sumo eran un manojo de cerebros pensantes, los  Abuelos lo mismo. Soda, Los Enanos Verdes… Todas las personas que te llevan al límite, que quieren más, que  quieren mejor. Ni hablar de Charly. O  Calamaro, o Palo, o Fito, que cuando yo los conocí no eran famosos. Eran artistas que buscaban la perfección.

–¿Siempre te gustó descubrir?

–Cuando hice un «par» de discos, también me empezó a gustar dar marcha atrás y ver que hay por ahí. Como dijo Bugs Bunny: «¿Qué hay de nuevo, viejo?» De hecho con Andrés, amigo mío desde antes de irme a estudiar, hice tres discos solamente, pero no más.

–Salvo con Charly.

–Es verdad, es que siempre fui muy fan, desde Sui Generis. Con él trabajé todo lo que pude.

–De todos los artistas, ¿quién fue el más difícil y con el que más te divertiste?

–Para ambas opciones hay una sola respuesta: Charly García. Fue el mejor y el peor. Todo era crecer, pero eran sesiones de 30 horas corridas. Era estar alerta, no bajar los brazos, tener que pegar un grito para levantar a los otros. Fueron mis mejores aprendizajes. Tuve muchos momentos increíbles. Trabajar con Charly era lo más divertido y difícil del mundo.

–¿Tu disco favorito?

–El próximo, siempre.  «